DETENIDO DESAPARECIDO 3026
Medalla
de plata en el Certamen Cultural Leonciopradino 2025 - Categoría II
El padre Zacarías veía
con preocupación el noticiero del mediodía. Parecía que el coronel en retiro
Manuel Fernández quedaría libre de responsabilidad por la desaparición de nueve
estudiantes de la Universidad de Chile presuntamente ejecutados en octubre de
1973 en una instalación del ejercito en la comuna La Granja, donde Fernández
había sido jefe en ese entonces; la Fiscalía no había podido encontrar pruebas
fehacientes de aquellos crímenes y estos podrían quedar impunes.
El religioso era párroco
de una iglesia de esa comuna y desde que egresó del seminario había colaborado
con los familiares de los detenidos desaparecidos durante el gobierno de
Augusto Pinochet, buscando información en donde fuera posible, de pronto
recordó que uno de sus fieles lo había llamado pidiéndole alejar malos
espíritus de su vivienda lo que le causo gracia en un principio; sin embargo al
estar ella ubicada en un lugar de interés, decidió visitarla de inmediato.
Jorge Rojas y su esposa
María habían llegado de Perú hacía mas de una década. Laboraron muy duro para
obtener el capital necesario para iniciar un pequeño negocio, el cual creció
poco a poco y empezaba a dar sus primeros frutos. Viendo que ya no era posible
vivir en el mismo lugar donde trabajaban, decidieron tomar en alquiler alguna
casa cercana y la encontraron luego de una breve búsqueda. A los pocos días se
mudaron a ella con sus dos hijos sin imaginar los acontecimientos que pronto
tendrían lugar ahí.
Apenas llegada la primera
noche y luego de acostar a los niños, una rara sensación se apoderó de ellos,
sintiendo un aire helado entrando a la habitación. Luego el cansancio por los
esfuerzos en la mudanza hizo su efecto y se durmieron hasta el amanecer. Bajo
la luz del sol la casa se veía bastante bien, tenía un jardín exterior con un
rosal en el centro, del cual brotaban grandes rosas del color de la sangre.
Luego de desayunar,
Martín y Teresa -que así se llamaban los niños- decidieron explorar los
exteriores. Pronto Martín que andaba por los seis años hizo migas con niños de
las casas vecinas y al poco rato se encontraba peloteando con ellos. Mientras
tanto Teresita que frisaba los cuatro años optó por sentarse en el césped
mirando con atención el bello rosal y otras floridas plantas.
Tiempo después María que
había estado ordenando el mobiliario, terminó su labor y decidió salir también.
Observó entonces que Teresa parecía conversar con alguien cuando en realidad se
encontraba sola. Lentamente se acercó a ella y de manera muy natural le
preguntó con quien hablaba.
- Es con Perseo, un amigo
que acabo de conocer. Respondió la niña.
María no se preocupó
mucho, sabía que algunos niños de esa edad creaban amigos imaginarios, en
especial cuando no tenían con quien jugar.
Un rato después Teresita
se despidió del supuesto amigo y raudamente retornó a la casa. Minutos después
Martín hizo lo mismo, feliz de haber encontrado compañeros de juegos tan
rápidamente. El día continuó sin novedad, salvo la llegada de Doña Juana, tía
de María, la que a partir del día siguiente se encargaría de las tareas
domésticas y el cuidado de los niños mientras los padres estuvieran trabajando.
Llegó la noche y
nuevamente la pareja sintió esa extraña frialdad. Les resultó difícil conciliar
el sueño pues no tenían el cansancio del día anterior y solo les quedó
conversar esperando dormirse pronto. Fue entonces cuando sintieron claramente
unos sonidos extraños provenientes del piso de la habitación. María dio un
grito de espanto y abrazó fuertemente a Jorge quien enmudeció de temor por un
momento, luego sonrió, estaba seguro que aquellos ruidos habían sido causados
por algún roedor que había hecho su madriguera bajo el piso. La explicación de
Jorge convenció a su mujer y al rato ambos quedaron dormidos.
Al día siguiente María se
encontró por primera vez con una de las vecinas. Luego de presentarse y
platicar unos minutos le comentó como cosa graciosa el susto que habían tenido
la noche anterior con los ruidos provocados por el supuesto roedor. La vecina
enmarcó las cejas, miro fijamente a María y le pidió sentarse; entonces le
contó lo que se decía de aquel lugar, que se había realizado ejecuciones de
unos estudiantes y que habían sido enterrados ahí mismo en tumbas poco
profundas, que durante algunos años los cuerpos estuvieron ahí, hasta que se
anunció que las instalaciones serían desactivadas y en su lugar se construiría
un grupo de viviendas, días después -según pobladores de los alrededores-
llegaron una noche varios hombres en dos camiones y una excavadora, y tras unas
horas de trabajo retiraron unos bultos del lugar partiendo luego con rumbo
desconocido.
Apenas llegó Jorge, la
esposa le contó al pie de la letra el relato de la vecina, este quedó
impresionado; sin embargo como buen peruano norteño pensó que si ya no había
cadáveres, tampoco debía haber almas en pena cerca y vivirían tranquilos. Pero
eso no fue así, las charlas de Teresa con su amigo imaginario fueron cada día
mas frecuentes; es más, después de las comidas llevaba algunos sobrantes al
jardín diciendo que eran para Perseo, el que según ella estaba enfermo, tenía
dolores y hambre también. Por otro lado los extraños ruidos bajo el piso
continuaron, pareciendo a veces arañazos de alguien queriendo salir de un
encierro. María no soportó mas, llamó al padre Zacarías contándole lo que
pasaba y que se necesitaba urgente una santa bendición.
El sacerdote llegó al
atardecer y empezó conversando con la niña a quien había bautizado a poco de
nacer. La llevó luego a un trance hipnótico, le hizo algunas preguntas y
sorprendido escuchó una voz que no era de ella, sollozando decía que sentía un
gran dolor en donde le había entrado una bala y también donde se había alojado
ésta, tras atravesarle el corazón. Luego empezó a temblar violentamente, lo que
llevó al cura a sacarla del trance y hacerla descansar. El padre Zacarías
bendijo cada habitación de la casa y también el jardín, retirándose convencido
de que alguno de los estudiantes asesinados permanecía enterrado ahí.
Al día siguiente muy
temprano llamó a sus amigos de la Vicaría de la Solidaridad y de la Comisión
Chilena de los Derechos Humanos pidiendo sus buenos oficios ante la Fiscalía
para que se realizara una exhaustiva búsqueda de restos humanos en el predio
aquel. Mientras tanto Teresita no se encontraba nada bien, había actuado
extrañamente desde el trance y pasó la noche con mucha fiebre. Preocupó tanto a
Jorge y María que la llevaron temprano al hospital donde quedó por 24 horas en
observación. La Fiscalía no se hizo esperar pues temía perder el caso y a
mediodía ya había gente excavando en el jardín de los Rojas; tres horas después
apareció una osamenta completa que fue trasladada de inmediato al Servicio
Médico Legal.
El padre Zacarías
sabiendo que Teresita llamaba Perseo a su amigo imaginario, tuvo el pálpito de
que el cadáver encontrado era de alguien llamado así; en efecto, en la relación
de detenidos desaparecidos había uno solo llamado Perseo, era el N° 3026,
apellidaba Rodríguez Cabrera y fue alumno de la Universidad de Chile en 1973.
El sacerdote de inmediato se puso en contacto con los familiares a fin de que
presentaran la ficha odontológica que permitiría a la postre la plena
identificación de los restos. Al amanecer del día siguiente los Rojas
recibieron una llamada del hospital, diciéndoles que su hija había despertado
sin fiebre, con buen ánimo y preguntando por ellos. De inmediato se dirigieron
allá encontrando a la niña tomando desayuno. María feliz quiso bromear con la
niña y le pidió que guardara alguno de los alimentos para Perseo. Teresita la
miró extrañada y preguntó:
- ¿Y quien es Perseo
mamita?
Han transcurrido mas de
quince años desde aquellos días y Teresita nunca supo que fue parte del largo
brazo de la justicia.
Jose Hinojosa Bisso
XXI-CMLP
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