viernes, 26 de abril de 2019

CLASE CON POETAS



PASADO IMPERFECTO














LA MUERTE A LA VUELTA DE LA ESQUINA


GESTO DE DIGNIDAD


CUANDO VELAZCO LE CONTO A BEDOYA QUE PENSABA HACERLE LA GUERRA A CHILE



César Lévano (1926-2019)

 Por : César Hildebrandt


Fuente: “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 438, 29/03/2019  p.10
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domingo, 14 de abril de 2019

DOS TRAICIONES

   
Por :
César Hildebrandt

Lenín Moreno ha repudiado la decencia. Es imposible competir en indignidad con este valido de Correa que lo primero que hizo, al sucederlo después de haberlo servido, fue traicionarlo y echarle los perros de la prensa y la judicatura al servicio de la vieja derecha.
Pero a Moreno le inquietaba la leyenda, lo excitaba no haber llegado a la cima, no haber escalado el monte excrementicio que se había propuesto vencer a cualquier costo. Como que le faltaba una hazaña mayor. Y esta ha sido abrir su embajada en Londres para que la policía británica entre y saque en vilo a Julián Assange, su odiado y oficialmente protegido huésped.
Todas las leyes del derecho internacional se han violado. La vieja tradición del asilo ha sido burlada por un miserable que vive hundido en los vapores de su más que explicable resentimiento.
De Julián Assange puede decirse mucho en contra. Que es un narcisista, que es un mujeriego, que padeció del espejismo de la omnipotencia cuando Wikileaks adquirió el tamaño colosal que llegó a tener. Pero eso es basura periodística, sobras biográficas alentadas por la derecha mundial que nos gobierna y ciega. Lo fundamental es que Assange contribuyó como pocos a que todos nos enteráramos hasta dónde ha avanzado la paranoia criminal y el intervencionismo sin escrúpulos de los Estados Unidos y su archipiélago de protectorados, incluida la varicosa Europa que sirve a Washington arrastrando las pantuflas y sustrayendo el sencillo de las compras.
Cuánto le debemos a Wiki­leaks. Cuánto ha hecho Assange por mejorar el mundo. Sin embargo, una campaña global para asesinarlo moralmente parece haber tenido éxito. No me extraña: el mundo orwelliano y trumpiano en el que estamos sumergidos produce estas injusticias con la misma facilidad con la que se subsidia a banqueros ladrones y se ocultan los crímenes de la CIA o el Mossad. No importa, algún día, cuando decapitemos (figuradamente) a quienes nos suprimieron como ciudadanos críticos, el nombre de Assange -así como el de Edward Snowden- será reivindicado. Para ese entonces, ¿alguien recordará a Lenín Moreno?
***
El presidente Martín Vizcarra está jugando con fuego. Esparcir la anarquía no puede ser un programa de gobierno. Dar señas permanentes de desvarío, debilidad, carencia de metas, incapacidad para ejercer la autoridad es malo en una empresa o en una institución. Pero incurrir en todo eso a la cabeza del gobierno, es letal.
Lo que han hecho Vizcarra y su tragicómico plenipotenciario en Challhuahuacho es ceder en todo. En el califato chanca que los hermanos Chávez Sotelo explotaban hasta hace pocos días, están felices. Cómo no lo van a estar. Han logrado imponer sus puntos de vista hablando en tumulto y amenazando con la voz ancestral del descontento. Es cierto: fueron engañados por la empresa estatal china que se hizo con Las Bam­bas. La pregunta es sencilla: ¿no tiene el gobierno pantalones para exigirle al patrón de Las Bambas que pague lo que debe pagar y remedie lo que debe remediar? Ahora resulta que el gobierno negocia con las comunidades afectadas por la minería y lo hace en representación de los privados que son los que debieron comprarse el pleito desde el primer instante. El ausente Estado dice ¡presente! cuando una minera no puede solucionar el problema que ha creado al torcer el diseño original del proyecto. Lo aconsejable sería modificar el marco legal que aquel nipón corrupto nos impuso desde 1992 convirtiendo en blindados y pétreos todos los contratos y concesiones, algo que ya no ocurre ni en los más urgidos países de África.
En todo caso, el señor Martín Vizcarra está advertido. El ejemplo de Challhuahuacho cundirá y los apetitos, muchos de ellos legítimos, excederán cualquier capacidad de gasto fiscal. Y lo que es peor: la democracia volverá a dar esa imagen de triunfo del desorden, éxito del chantaje. No hay serenidad ni grandeza cuando se confirma, desde el Estado, que violar la ley da resultados, que burlarse de los acuerdos es un arma infalible, que impedir el libre tránsito produce la anuencia de las autoridades, que aliarse con un personero de Antauro Humala garantiza un acta triunfante. No hay enseñanza alguna en ello. Lo que hay es cobardía y falta de entereza. Lo que hay es complejo de inferioridad. Estos remedos diminutos de Neville Chamberlain tendrán que darnos, cuando les toque, sus explicaciones.
Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 440, 12/04/2019 p.12
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domingo, 7 de abril de 2019

La muerte a la vuelta de la esquina



Por : César Hildebrandt

Matan a mujeres. Matan a testigos protegidos. Acri­billan a colaboradores eficaces. Matan a pasajeros de ómnibus fantasmas servidos por empresas que recogen potenciales cadáveres en terminales ilegales ava­lados por ministerios que no existen y funcionarios moralmente dados de baja aunque puntuales a la hora de cobrar.
Matan a activistas que defienden el medio ambiente y los derechos de las minorías sexuales. Matan a niñas después de ser violadas. Matan a lí­deres amazónicos que se oponen a la tala clandestina. Matan en la berma a peatones y, en ajustes de cuentas, matan con precisión y al por mayor.
Matan, sencillamente. Matan intransitivamente en mi país, ese que pone cara de cocinero bueno a la hora de venderse. Matan todo lo que pueden. Y siguen matando. La muerte es aquí una lotería gigantesca de la que todos tenemos un boleto guardado. La muerte en el Perú es una ventana de oportunidad, el guiño del destino, una bala perdida, un segundo de coincidencias irremediables. Y sales a la calle convencido de que la muerte te está mirando y esperando su oportunidad. ¿En qué balacera te tocará el último cartucho del morro que perdimos? ¿Qué malandro decidirá que esta sea tu última tarde?
Tenemos un comercio familiar con la muerte. Ya nada nos asombra. Consumimos muerte en los medios de comunicación y lo hacemos en crecientes dosis de adicto. Esa relación con la violencia, ese acostumbramiento vicioso respecto de la muerte y de los pormenores de la muerte, ese consumo tóxico, nos ha matado de algún modo. Y aunque caminemos y respiremos sabemos que algo dentro de nosotros ha ex­pirado. Algo que nos hace falta para recuperar nuestra capacidad de in­dignarnos y experimentar una activa empatía con las víctimas.
País de muerte, de mentira, pe­gado con babas a una escarapela, voceado por un himno que apela al “dios de Jacob” para salvarnos.
Pero hay distintas muertes. Hemos descrito aquellas que terminan en los ritos cortadores y los pesajes siniestros de las morgues. ¿Pero y las otras? ¿Las muertes del alma? ¿Las muertes disfrazadas de poder? ¿Las muertes investidas?
Escucho al presidente viajero y oportunista que tenemos y no puedo dejar de pensar en que se le ha muerto la ilusión. Pero ese no es el problema mayor. El mayor problema es que no tiene un proyecto, un horizonte, una agenda ni siquiera de urgencias. Promete, parcha, habla, se dirige briosamente a ninguna parte, mete el dedo en el agujero del dique que lo separa del desastre y cree que está haciendo política. Cree que le hace bien al país su nuevo pacto con el fujimorismo, esa mafia que es como la partida de defunción de la democracia y la decencia. Cree que va a recobrar energías políticas frecuentando el Congreso, que es el cementerio moral más concurrido de los últimos tiempos. Y para eso ha llamado a Salvador del Solar, un joven de buenas intenciones y ningún porvenir que también cree que la barca del fujimorismo lo llevará a destino.
El fujimorismo es una pulsión de muerte. Es la respuesta incivilizada que nos dimos ante el desafío, también tanático, del Senderismo. El Perú vivió entre dos muertes y escogimos la que nos prometió la reconstrucción del orden democrático. Ese orden, sin embargo, fue el de una satrapía que, a despecho de encarcelar a alias presidente Gonzalo, pudrió el país entero como ningún peruano lo había hecho y como solo un extranjero de escondida iden­tidad podía hacer­lo. Fue otra forma de morir. Fue otra forma de matar lo más valioso de una sociedad: el respeto por los ad­versarios, la pulcritud a la hora de admitir la separación de poderes, el honor de las Fuerzas Armadas. Fu­jimori fue el cáncer que depravó el organismo entero del Perú. Los jueces sentenciaban en el SIN, la Fisca­lía de la Nación era como una noche en Las Cucardas, el Congreso era una madama que cazaba talentos en la acequia, los uniformados fueron la pura indignidad. Y con los here­deros (sin arrepentimiento) de esa peste es que el señor Vizcarra quiere comprometerse. El señor Vizcarra, que ojalá llegue a ser centenario, construye su tumba política con la prisa que no pone en la reconstruc­ción del norte.
La muerte nos preside. Está en las calles, derramada como una lisura. Pero también está en los políticos que se hicieron ricos, en los partidos que dejaron de producir ideas, en la derecha que nada aporta sino codicia y continuismo, en la izquierda pas­mada en los dilemas del siglo XX, en las universidades que apadrinaron la mediocridad, en los gobernadores que se vengaron de Lima robando como se roba en Lima, en la vulgari­dad que nos arrastra, en los medios de comunicación entregados al arte de confundir y escamotear. La muerte obtiene aquí grandes cosechas de añajes muy variados. El Perú es un cadáver exquisito.
Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 439, 05/04/2019 p.12
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UN PASEITO A LORA BEACH

Asi lo denominó nuestro querido Manuel cuando comenzó a coordinar la reunión anual en la casa de playa de nuestro hermano Miguel (a) La Lora...