domingo, 31 de enero de 2021

PESADILLA

 Por :

César Hildebrandt P.T.

Cuando despertó, la pandemia seguía allí.

Así lo habría escrito Augusto Monterroso.

Pero esa no es sólo una frase parásita, un homenaje al escritor hondureño.

Esa frase describe ahora nuestra pesadilla.Es como si un lobo furioso nos siguiera.

En el infierno debe ser así: no importa lo que hagas, el miedo será tu escolta y el destino habrá de ser, siempre, una repetición.

Todo tiene entre nosotros el aire de un mal sueño: no pudimos comprar a tiempo las vacunas, no hicimos nada con la atención primaria, no enfrenta­mos como debíamos el problema del oxígeno, no mejoramos significativamente la capacidad hospitalaria, no aumentamos en proporción al desafío el número de camas UCI, no compramos suficientes pruebas moleculares ni hicimos prevención diagnóstica ni seguimiento genómico por falta de pre­supuesto. Pasamos de un mentiroso crónico (Vizcarra) a un comunicador que, por lo general, nada tiene que de­cimos y que también está dispuesto a prometer en vano y a falsificar la reali­dad. Pasamos de Mazzetti a Mazzetti. Por eso el lobo nos muerde los talones. Nuestra tragedia no es la de Europa, que sí hizo, básicamente, su tarea pero que ha sido sobrepasada por una reincidencia viral aún más insidiosa que la primera y por el incumplimiento de las productoras de vacunas.

¿Qué hicimos entre marzo del 2020 y enero del 2021?

Lo que más nos gusta hacer: mentirnos. ¿Las vacunas? Se harían en semanas, las tendría­mos en cuatro meses. ¿Las camas UCI?. Las duplicaríamos, las triplicaríamos, las cuadruplicaríamos, ¿verdad, Vizcarra? Y habría oxígeno para regalárselo a la atmósfera y postas de atención primaria en cada barrio. Y no habría segunda ola, eso sí, porque al Perú lo patrocina el mismo diosito de cada octubre nazareno. Y porque diosito es padre nuestro, nos cuidaríamos como otros. Veríamos a quien correspondía y haríamos de los cumpleaños unas fiestas caletas, cómo no. Por eso el lobo nos babea la basta del pantalón.

Ahora escucho a los médicos decir qué bien lo de la cuarentena y a los de las radios decir qué bien que se hayan tomado medidas y a las televisiones de­cir que estábamos a punto del colapso si no hacíamos lo que hemos hecho. Pero lo que hemos hecho se ha tenido que hacer porque no hicimos nada. Y eso es lo que no le decimos a la gen­te. Porque en el Perú, compatriotas, mentir es un placer venéreo. Somos insaciables cuando de mentir se trata. Me refiero a los zorros de arriba y a los zorros de abajo.

Escucho a los médicos celebrar la cuarentena, pero lo que descifro es una voz que dice más o menos lo siguiente:

-No vengas a mi hospital porque no tengo nada que darte. Quédate en casa. Cuídate. Y si te enfermas, sigue quedándote en casa. Y si tienes que morir, muérete en casa, con los tuyos, en tu cama. Porque en este hospital no tengo nada que ofrecerte, excepto una cola interminable de toses y respiraciones angustiadas. No tengo camas ni oxígeno ni mucho menos camas de cuidados intensivos. Es más, ni siquiera tengo personal suficiente para velar por los que ya están aquí. Quédate en casa y no hagas el intento de venir.

Entonces llego a la sencilla conclu­sión de que no es la plaga la que nos ha puesto contra la pared. Es la histo­ria. Es el pasado de nuestra república abortiva el que se ha hecho presente. Es la vejez de nuestras taras la que nos ha vuelto a pasar la factura que nunca cancelamos. Todos los fantasmas han vuelto: el de la incapacidad, el de la corrupción, el de la improvisación, el de la farsa organizada. ¡Somos el Haití de Sudamérica! Y para confirmarlo allí está el elenco electoral que “salvará” al Perú en las elecciones de este abril. Por eso es que Vallejo vuelve a ser pertinente, para placer del morado que habla a ratos en Palacio: “Quiero escribir, pero me sale espuma”. De rabia, claro está.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 524 – 29/01/2021 p5

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domingo, 24 de enero de 2021

Cambiar el mundo

 

Por : César Hildebrandt P.T.


No confío en Joe Biden.

Claro que será mejor que Trump, pero eso no es decir mucho.

Mejor que Trump habrían sido Mickey Mouse, Pluto, el Hombre Araña.

Y no es que Biden sea una persona desconfiable. Su biografía, por el contrario, dibuja un hombre de tem­ple extraordinario, estoico y premunido de valores.

El problema no es Biden. El gran asunto es el de siempre: the big money, el poder detrás del trono supuestamente republicano. O sea, el Godzilla de las corporaciones, la bestia decisoria que determina quién vale en la bolsa, qué ocurrencia del Silicon Valley está predestinada a la grandeza de sus accionistas.

Los presidentes no mandan desde hace mucho tiempo en los Estados Unidos. El último en hacerlo fue Franklin Delano Roosevelt.

Que los presidentes no pisan tierra firme a la hora de imponer criterios, es algo que supo por experiencia propia míster Eisenhower, el general de Normandía. Y esto que durante sus dos mandatos la palabra “cor­poración” no había adquirido el peso totémico que tiene hoy. Eisenhower ordenó a la CIA conspirar (con éxito) contra los gobiernos de Irán y Guatemala, pero se enfrentó al muro del “complejo militar industrial” a la hora de modular su política social y tributaria.

Trump se ha ido después de que Estados Unidos ha demostrado que poco menos de la mitad de su población está con sus consignas. Cuando el liberalis­mo se asusta, se convierte en fascismo, esa condición que implica renunciar a la democracia en nombre del nacionalismo, la identidad y la paz social varsoviana.

Pero hay varios fascismos. El clásico es el de Mussolini, que es el de los populismos de la ban­ca y la industria. Pero el comunismo ha sido, en la práctica, el fascismo en overol, la dictadura supuesta­mente popular, la depravación autoritaria que exigía tu libertad hoy para dártela en el futuro paraíso.

Biden viene con tantas limitaciones que sus pri­meros años los usará para reconstruir, en parte, la reputación internacional de su país. Trump encarnó el odio a la globalización vinculante, la furia ante el fin del hegemonismo americano.

Biden pretende volver a la normalidad. ¿Qué es la normalidad a estas alturas del calentamiento global? Para decirlo en breve, la normalidad consiste en trabajar junto al resto de los países poderosos por mantener un mo­delo de desarrollo y crecimiento insostenible en el mediano plazo e incompatible con la vida misma en el largo plazo.

Europa pacta con China una suerte de estatuto de convivencia. Y China es ahora el capitalismo como lo imaginó J. P. Morgan y como lo hubiera querido el pro nazi Henry Ford. Claudicar ante el modelo chino es aceptar que la monstruosidad es inherente a la naturaleza del capitalismo. Un régimen de esclavitud salarial y masacre de los derechos del individuo se yergue como alternativa mundial ante el decaimiento del poder yanqui. Europa, como casi siempre, se agacha.

 

¿Dirá algo Biden? ¿Dirá algo de fondo sobre el gran drama humano de esta encrucijada? Porque, desde la ciencia y la prospectiva, no cabe duda: el mundo tal como lo construimos es un desafío a la razón; el consumo como clave del bienestar es un insulto a la inteligencia; el uso todavía masivo de energías fósiles está construyendo nuestra muerte global. En resumen, el concepto mismo de la felicidad que tenemos es tan idiota que dentro de miles de años, si la especie humana sobrevive, nos juzgarán como nosotros lo hicimos con los que sacrificaban niños a sus dioses.

Necesitamos líderes del tamaño del apocalipsis que se viene. Y lo que te­nemos es a pequeños administradores del infierno, gente que piensa en cómo continuar este mundo absurdo.

Me alegra que el bruto de Trump se haya ido a jugar golf. Pero no pue­do entusiasmarme con Biden, que en otras condiciones sería apenas un actor de reparto.

Del mismo modo, no puedo ale­grarme porque Armin Laschet vaya a suceder a Angela Merkel. Es la misma CDU resignada la que seguirá tratando de ignorar la gran verdad: no somos viables y tenemos que cambiar nuestra relación con el planeta, con los otros. Por ahora somos las langostas más dotadas del orbe, el coronavirus más arrogante. Porque encima nos creemos la gran cosa.

 

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 523, 22/01/2021 p12

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lunes, 18 de enero de 2021

ABOLENGO CALATO

  


Por : César Hildebrandt

 

El señor Jaime Cillóniz, el que retuvo durante quince minutos a una muchacha aterrorizada, dice que tiene abolengo, que viene de las mejores familias, que la huella seminal que lo precede tiene un árbol ilustre de apellidos, haciendas, miriñaques.

Claro que Cillóniz tiene abolengo.

Qué duda cabe

Su linaje es el de los señoritos que fueron realistas durante la guerra de la independencia, chilenófilos a la hora de la ocupación, civilistas cuando de simular preocupación social se trataba, pierolistas en el momento de la reconciliación “aristocrática”, beltranistas en el turno de Bustamante y Rivero, y apostólicos y romanos cuando Velasco les hizo temblar el esqueleto y bailar el primer baile del chino. Hablo, o sea, de los hijos de la guayaba de toda la vida.

Cillóniz desciende de un caballo castellano y conquistador, chocanesco y ágil. Su boca procede del arcabuz de sus ancestros y su racismo viene del escroto mismo del cura Valverde. Sus odios se remontan al almagrismo, que nada encontró en Chile, y su desprecio por los mestizos es el mismo de los que en el Club Nacional festejaban “los bailes de las debutantas” vestidas a lo Versalles.

Me place ver a este hombre ruinoso sacar la cara por la raza que lo profirió y atreverse a decir lo que tantos viejos y tantas viejas quisieran gritar. Casi me da ganas de pedirle al JNE que haga una excepción y que inscriba la candidatura de Cillóniz a la presidencia de la república.

Este señor de horca, cuchillo y ascensor tendría, por lo menos, el coraje de ser la bestia que es y no aceptar el disfraz que la CONFIEP y los consejeros mediáticos querrían imponerle.

Si Cillóniz ganara la presidencia, volveríamos a los tiempos en que a Arguedas la madrastra lo obligaba a comer en la cocina. Volveríamos a las haciendas serranas que tenían el tamaño de Ámsterdam. Volveríamos, aún más atrás, al sacro imperio de la ley del embudo y a la exclusión, a máuser limpio, de todos los herejes.

Cillóniz no es un machista crepuscular. Cillóniz es, como Hernando de Lavalle lo fue alguna vez, el hombre. El que habrá de restaurar los buenos tiempos. El que nos devolverá el país inmóvil que San Martín y Bolívar quisieron refundar.

Cillóniz es la derecha sin maquillaje, calata, melancólica y levemente opiácea. Cillóniz se come un canapé en el Palais Concert y escupe cuando ve, aunque sea de lejos, al cojo Mariátegui, ese comunista de mierda. Cillóniz ama la muerte (ajena), como los generales franquistas. Cillóniz, en suma, quiere que el Perú siga siendo la república adjunta al imperio que esté de moda. En el siglo XIX fue el británico, que terminó despreciándonos y optando por Chile. En el XX fue el norteamericano, que siempre nos vio como el perro que en el patio trasero no se queja.

La derecha piensa como Cillóniz pero es solapa como todos los Pardo. Por eso arma sus cades y le dice a la gente que está muy preocupada por la igualdad y la crisis. La verdad es que eso le importa muy poco. Lo que le importa, de verdad, es que nadie toque la Constitución de Fujimori, su esbirro más exitoso, y que nadie se meta con las leyes del mercado, por más distorsionado que esté. Y si usted le pregunta en privado a la derecha por qué hay un monopolio cervecero y otro farmacéutico y otro periodístico (este último, con “El Comercio” a la cabeza), entonces dirá que esa pregunta revela resentimiento y que satanizar el éxito económico es cosa de terroristas.

Cillóniz lo que quiere es recuperar a la república, no raptarla. ¿No está claro?

Que no vengan Keiko Fujimori y socios de encuestas a decirnos que el centro es el camino, que los peruanos somos iguales, que el futuro es de todos. Basta de hipocresías. Sólo la derecha montada a pelo, oliendo a pizarrismo primordial y sobaco ilustrado, podrá salvamos. ¡Cillóniz presidente!

Fuente: “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 522 del 15/01/202 1 p05

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UN PASEITO A LORA BEACH

Asi lo denominó nuestro querido Manuel cuando comenzó a coordinar la reunión anual en la casa de playa de nuestro hermano Miguel (a) La Lora...