sábado, 31 de julio de 2021

6.-EL PRIMER ESLABON DE ORO - LOS ACTORES DE LA HISTORIA

 LOS ACTORES DE LA HISTORIA


La maquinaria puesta en marcha para que el CMLP iniciara sus labores fue aceitándose y afinándose cuidadosamente. Marín era el artífice de la obra y el éxito o fracaso de la tarea que le había encargado el gobierno era de su exclusiva responsabilidad. Militar cauto y responsable, no dejó nada a la improvisación; como buen soldado Marín era muy ordenado, precavido, organizado. Correctamente uniformado y con sus seis galones dorados de coronel, relucientes sobre fondo azul, traslucía un aire de seriedad y responsabilidad. Impresionaban su afabilidad, sus buenas maneras y sobre todo la tranquilidad y serena confianza que emanaba de su persona. Más tarde al escuchar sus coloquios casi familiares, con lenguaje claro y sencillo, quedé como todos mis compañeros, fascinado por su verbo que llegaba a la mente y al corazón. 

Consciente de la gran tarea que le habían encomendado, Marín tuvo sumo cuidado en seleccionar el equipo civil-militar que lo iba a secundar en las tareas forjadoras de la nueva juventud que el país esperaba. 

Como Sub-Director escogió al Teniente Coronel Víctor Tenorio, militar serio y responsable, amazonense como él mismo y que años más tarde llegó a General de División y Ministro de Guerra. Tenorio fue el brazo derecho de Marín en la primera etapa, en el de la organización del plantel hasta su puesta en marcha. Se retiró del cargo el 23 de mayo de 1944, siendo reemplazado por el Teniente Coronel Leonidas Astete Luna ese mismo día. Astete era un militar de baja estatura y muy robusto. Él le dio especial importancia al desarrollo físico de los cadetes y organizó competencias internas en todos los deportes. Al Teniente Coronel Astete se debe la formación de los equipos de los Pumas, Tigres, Zorros, Panteras y Lobos que protagonizaron recordadas jornadas de fútbol, básquetbol, softbol, natación, waterpolo, atletismo, etc y también la exitosa participación del colegio en el campeonato interescolar de atletismo. 

El Jefe de Batallón designado fue el Mayor Pedro Rivadeneira Rivas, militar de porte y apariencia rígidas, de mediana estatura, delgado, muy pulcro en el vestir y que siempre llevaba un par de botas impecables, relucientes. Pocos meses duró en el colegio el mayor Rivadeneira y pasó a otra ocupación castrense hasta obtener el grado de Coronel con el que pasó al retiro. 

En reemplazo del Mayor Rivadeneira fue designado el Mayor E.P. Dionisio Quelopana que vivía en la avenida de Las Palmeras, en La Perla. Tacneño de nacimiento, él fue quien acuñó el lema: "Capacitarse merece lucha perseverante" en alusión a la sigla CMLP. Militar serio y sumamente exigente en el porte y la disciplina, tanto que cuando estaba frente al batallón hasta se podía oír el zumbido de una mosca. Rostro cuadrado, ojos penetrantes debajo de unas cejas negras abundantes, lucía bigotes y andaba enfundado en su uniforme con correaje sobre su sólido pecho. Le gustaba pasar revista en jeep abrigado en verde capote y cristina que casi le cubría los ojillos vivaces. Todos, oficiales y alumnos teníamos que ponernos en "máxima alerta" frente al implacable Quelopana que encontraba falta donde uno menos pensaba. Se preocupó por la disciplina y la marcialidad, dicen que fue un "chucha", yo diría más bien un fanático del orden y la disciplina. Se retiró del ejército con el grado de teniente coronel. 

El capitán jefe de año fue Ernesto Montagne Sánchez, militar de porte alto, ojos celestes, tez blanca. Bajo una capota verde caminaba a grandes trancos revisando aulas y cuadras. Era un militar de estirpe. Su padre había sido Ministro de Educación y posteriormente candidato frustrado a la Presidencia de la República el año 50. El mismo, ya como General de Brigada, fue Ministro de Educación en el gobierno del Arquitecto Belaunde. Posteriormente fue Ministro de Guerra e integrante de la Junta Revolucionaria del año 68 con Velasco Alvarado. Cuenta Gustavo Escudero en un artículo que publicó en motivo del 25 Aniversario del CMLP que durante su primer día de servicio enfrento a un cadete sonámbulo, que seguramente fue el célebre "espiritista", Luis Hurtado Vargas Machuca conocido aprendiz de brujo en el colegio. Posteriormente también fue Capitán de Año el Capitán Pedro Marsano, serio, amante de la disciplina, inflexible frente al desorden y que debutó públicamente reprendiendo a Gustavo Cesti por haberle malogrado la gorra al sub-oficial Cáceres. Marsano se ganó el cariño de los cadetes por su rectitud y buenas maneras, su trato no estaba reñido con la exigencia en el cumplimiento de las normas. Marsano falleció en accidente automovilístico cuando ostentaba el grado de teniente coronel. 

Adjunto al Coronel Marín, como secretario estuvo el Capitán Walter Sotillo Monasterio, ingeniero como Marín y cuya seriedad resultaba proverbial, Sotillo terminó como profesor en la Escuela de Ingenieros. Los instructores eran los tenientes Jorge Barandiarán Pagador, Rodolfo Rake Hinojosa y Francisco Quevedo, ellos eran los oficiales que estaban casi en forma permanente en contacto con nosotros, serios, severos, exigentes modelaron en cada cadete una personalidad en donde el orden y la disciplina eran fundamentales. Enseñaban con el ejemplo y nunca exigieron algo que ellos mismos no pudieran hacer. A estos tres tigres los evocamos en otro capítulo de este libro. También formaron parte de la planta de oficiales, los sub-tenientes de reserva Oscar Mattos y Rómulo Reaño. A Mattos le encargaron la provisión del rancho para el colegio y en una oportunidad nos sorprendió con una gigantesca torreja para cada uno en el rancho nocturno, que le valió el apodo de "Torreja" Mattos. Ambos pasaron después a la Guardia Republicana donde el "chueco" Reaño, medio pariente de Arenas Reaño llegó a Director Superior. 

Para pleitear diariamente con los cadetes, con los que prác-ticamente convivían responsabilizándose del orden y la disciplina de cada sección, llegaron los sub-oficiales Francisco Michelena, Lizardo Puntriano, Fausto Dávila, Abelardo Solís, Luis Copaja, Luis Barreto, Pedro Romero, Valentín Gomero, Sócrates Cáceres y Orlando Sánchez, cada uno de ellos tuvo a su cargo una sección. Ellos bajo la dirección de los instructores cumplieron con entrenar y controlar los aspectos militares y administrativos de cada sección a su cargo, esmerándose por darnos la más adecuada preparación. Cada quien tenía rasgos especiales en su carácter, todos el afán de que recibiéramos sólida formación. 

Esta era la plana militar que tuvo la responsabilidad de nuestra capacitación y entrenamiento en todos los aspectos relacionados con la forma y el fondo de la vida militar, tan llena de reglamentos y convencionalismos. "La disciplina es la base de los ejércitos", "un ejército sin disciplina es un ejército vencido de antemano" nos repetían a menudo los instructores. La disciplina se fue forjando diariamente en cada una de las actividades que cumplíamos. El toque de "diana" que nos obligaba a levantarnos, sacarnos de las tarimas, asearnos y salir a formación. La "fajina" que señalaba las horas de descanso; el toque de rancho que indicaba la hora de tomar los alimentos; el toque de "seña y cuerpo" que anunciaba la llegada del coronel director, el de "silencio" que anunciaba la hora en que deberíamos empezar a descansar, etc. 

El plantel docente, el responsable de nuestra capacitación y preparación tenía como Director de Estudios al Doctor Manuel Velasco Alvarado y como profesores a José Valera, Felipe Tiravanti, Humberto Santillán Arista, Luis Bedoya Reyes, Ricardo Cazorla, Uladislao Zegarra Araujo, Ricardo Mariátegui, Ezequiel Sánchez Soto, Alfonso Santillán, Edmundo Pizarro, Esteban Hidalgo, Guillermo Rosemberg, Luis Injoque, John Mac Gin, Luis Faura, Humberto Velásquez, Napoleón Zegarra, Teodoro Cassana, José Pareja y Paz Soldán, Flavio Villacorta y Eduardo Ubilluz, toda una constelación de eficientes y brillantes educadores a quienes dedicamos el título "Nuestros Maestros". 

La salud de los cadetes estaba garantizada y controlada por el servicio de sanidad cuya Jefatura fue encargada al doctor César Delgado Cornejo, secundado por los internos doctores Jorge Ruiz de Somocurcio y Juan Landaburu y el enfermero Ricardo Urdanivia. En este servicio reportó como "internado en la enfermería" durante casi todo el año 44 el cajamarquino Chávarri Souza. El peluquero era don Enrique Cáceres. 

Los profesores de Educación Física conformaban un sólido y selecto equipo de profesionales especialistas en diversas disciplinas, el Jefe era Alfredo Narváez Coronel, el famoso amigo "Olímpico" y entre los profesores estaban Juan Berasteín, Ernesto Cuya Sánchez, José de León Reyna, Rubén García Cáceres, Celso Gamarra, Sebastian Guillén, Salomón Orillo Gálvez, Arturo Sa-broso. Todos ellos contribuyeron desde sus respectivas especiali-dades a que los cadetes practicáramos obligatoriamente algún deporte y esto contribuyó al armónico desarrollo físico de cada uno de nosotros. 

Estos fueron los actores de la historia, los responsables del buen funcionamiento de la maquinaria, nosotros los protagonistas de tres años fascinantes que nos prepararon para servir al Perú en las esferas profesionales que escogiéramos seguir. 


viernes, 30 de julio de 2021

5. EL PRIMER ESLABON DE ORO - EL DIA DE LA INAUGURACION

 EL DIA DE LA INAUGURACION

E1 15 de julio de 1944 se conmemoraba el 61° aniversario de la heroica inmolación de Leoncio Prado en Huamachuco, y   ese día fue escogido por el coronel Marín para la inauguración oficial del Colegio Militar puesto bajo la advocación del héroe por la Ley Nro. 9890 aprobada por el Congreso de la República y promulgada por el Presidente Prado el mismo día: 18 de enero de 1944. Simbólica fecha esta en la que se fundía la muerte del héroe y el nacimiento del Colegio Militar para sintetizar el ideal de darle trascendencia y permanencia a quien sería y será por siempre nuestro arquetipo. 

La fecha de entrada a la gloria del ejemplar huanuqueño, coincidía con el nacimiento oficial del primer Colegio Militar de la República, que albergaba en su seno a los mejores adolescentes peruanos. 

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En el colegio estos fueron días de intensa actividad tanto académica como militar. Los ensayos para el desfile y los desplazamientos eran interminables y las ubicaciones se señalaban al milímetro. Ningún detalle por pequeño que pareciera fue descuidado. Los oficiales y sub-oficiales se esmeraban en desterrar en cada uno de nosotros todo indicio de relajamiento civil para dar lugar a un porte militar impecable. Los peluqueros redoblaron su trabajo y se quedaban en la peluquería hasta altas horas de la noche para poner nuestros cabellos con un corte tipo alemán impresionante. Todos nos esforzamos por igual y los Tenientes Quevedo, Rake y Barandiarán que eran nuestros instructores, agotaban todas sus fórmulas castrenses para lograr que el más desgarbado cadete, que los había muchos, lucieran como pequeños y bien entrenados soldados. La avenida Costanera, casi deshabitada en ese entonces, servía como pista de desfile y todos nos esforzábamos por practicar y dominar el llamado "paso de ganso" cuya perfección en la ejecución demostraría nuestro grado de preparación y eficiencia. 

También era motivo de preocupación, la confección de los uniformes de salida y desfile que luciríamos el día inaugural y que estaba compuesto de polaca negra y botones dorados, con un cinturón que tenía una hebilla dorada con el Escudo Nacional grabado, camisa blanca y corbata negra, pantalón azul eléctrico con franjas negras a los costados, zapatos de charol y medias negras. El kepí era blanco con visera negra y al centro llevaba el escudo del CMLP en bronce, encerrado por dos hojas de laurel. Los sastres trabajaron indesmayablemente y se multiplicaron para tomar medidas y hacer las pruebas correspondientes a cerca de 300 cadetes. 

En más de una oportunidad yo y muchos de mis compañeros tuvimos que ir a una sastrería que estaba ubicada en la calle B ambas para que nos hicieran las pruebas de nuestros uniformes. Por fin, uno o dos días antes de la ceremonia inaugural, nos entregaron los uniformes y tuvimos la oportunidad de probar cómo nos quedaban. Parecíamos soldados de juguete, unos con más porte que otros, todos con la ilusión del desfile y la primera salida, muchos especulando con la sensación que causarían ante familiares y amigos o en el barrio en que habitaban. 

Por fin llegó el gran día, todos vivíamos un ambiente de intensa emoción, el toque de diana sonó más temprano que nunca y en contados minutos todos estábamos desayunando en el comedor. Nos dieron menú especial: quáquer con chocolate, churrasco montado con papas fritas y café con leche y panes con mantequilla. Con el correr del tiempo sería el desayuno "especial" que tomaríamos antes de salir a un desfile o ceremonia oficial. Terminado el desayuno pasamos a los dormitorios para ponemos los flamantes uniformes y salir a formar. Los oficiales lucían impresionantes uniformes de gala, negros, con charreteras doradas y espada. A media mañana, desde la entrada al colegio hasta el monumento a Leoncio Prado que lucía envuelto en tela blanca hasta el momento de su develación, formaban guardia en correcta posición delegaciones de cadetes de la Escuela Militar de Chorrillos, de la Escuela Naval de La Punta, de la Escuela de Aeronáutica y de la Escuela de Policía. En otros emplazamientos, comisiones de la Infantería de Marina del Crucero "Miguel Grau", de la Escuela de Sub-Oficiales de la FAP, del ler. Regimiento de Infantería Nro. 33, Batallón de Infantería Nro. 7, Grupo de Artillería Montada, Primer Regimiento de Infantería de Seguridad, Regimiento Escolta del Presidente, Regimiento de las Escuelas de Trasmisiones, Compañía de Pontoneros, Batallón de Tanques, etc., también delegaciones de alumnos de los Colegios Guadalupe, Alfonso Ugarte, José Granda, Dos de Mayo, etc. 

En la tribuna oficial se encontraban los Presidentes de las Cámaras de Diputados y Senadores, el Arzobispo de Lima, Minis-tros de Estado; representantes al Congreso, el Alcalde del Callao, altos funcionarios de la Administración Pública, Jefes y Oficiales de las Fuerzas Armadas, y en lugar preferencial los señores Em-bajadores y Diplomáticos acreditados ante nuestro gobierno. To-dos, todos los más importantes personajes del país deseaban participar, testimoniando con su presencia la trascendencia de este acto inaugural. 

El Jefe de Estado doctor Manuel Prado, llegó cerca del mediodía, en coche descubierto, recibiendo entusiastas demostraciones de adhesión del numeroso público que se había congregado no solamente a lo largo de la avenida Costanera sino en el interior del colegio; él contestaba los aplausos de la multitud con el brazo derecho en alto donde sostenía su clásico sombrero hongo y una amplia sonrisa de satisfacción; lo acompañaba en el automóvil el Ministro de Guerra y los miembros de su Casa Militar. 

En la puerta de honor del Colegio recibieron al Presidente, el Inspector General de Instrucción Pre-Militar y el Director del CMLP Coronel E.P. José del Carmen Marín Arista, ambos con impecables uniformes de gala y condecoraciones. Las bandas de músicos ejecutaban la Marcha de Banderas y las unidades formadas al interior presentaban armas; nuestro batallón conformado por tres compañías al mando del Mayor E.P. Pedro Rivadeneyra lucía intachable y cada uno de nosotros se esforzaba por presentar el mejor porte marcial posible. Yo, pertenecía a la tercera compañía a cargo del Teniente Rodolfo Rake, Teniente alto de fino bigote rubio, delgado, semejaba un soldado prusiano con su uniforme negro y oro. Se nos iba la vida en esa esperada presentación y estuvimos tan bien que causamos la admiración general, incluyendo la de nuestros familiares más cercanos que no podían creer cómo nos habíamos transformado en soldados, en tan poco tiempo. 

Prado pasó revista a las delegaciones de las Fuerzas Armadas y Policiales, así como a las de los Colegios Nacionales y el Batallón de cadetes del CMLP en ambiente de emoción y euforia. Terminada la revista se dirigió a la tribuna oficial donde recibió el saludo de las autoridades e invitados. 

La ceremonia se inició con la develación del velo que cubría el monumento a nuestro patrono; lo hizo el Presidente en compañía del Ministro de Educación Pública Enrique Larosa, el Inspector General de Instrucción Pre-Militar General de Brigada Luis F. Escudero y del Coronel Director del Colegio mientras el corneta del Batallón de Infantería Nro. 39 ejecutaba el clásico toque de silencio. La concurrencia puesta de pie se sumaba al homenaje al sin par combatiente por la libertad de América y héroe de Huamachuco, en cuya memoria una batería disparaba una salva de honor. Fue un momento realmente emocionante en el que el héroe iluminó nuestras vidas con su ejemplo. Seguidamente se colocaron ofrendas florales entre las que destacó la del Presidente Prado adornada con cintas con los colores nacionales. 

Terminada la colocación de las ofrendas en el monumento, donde grabadas en bronce se leía: "Huanuqueño: hermano de mi alma, no olvides que morir por la Patria es vivir en la inmortalidad de la gloria. Leoncio Prado", el locutor de Radio Nacional del Perú que estaba trasmitiendo la ceremonia, para todo el país anunció a Luis Alvarado, el pequeño cadete de la quinta sección quien en representación de todos nosotros, sus compañeros de promoción, recitó en vibrante estilo una poesía de Germán Alarcón Letich al héroe de La Breña. Muchos años después en 1990, Alvarado Contreras en su calidad de Presidente de la Cámara de Diputados repitió el poema y desfiló ante el monumento del héroe en una ceremonia conmemorativa del colegio. Así se tejen los hilos de la historia. 

La bendición del monumento y el local, estuvo a cargo del Arzobispo Primado y Vicario General Castrense de las Fuerzas Armadas, Excelentísimo Monseñor Pedro Pascual Farfán quien vestido de los ornamentos rituales señaló entre otros conceptos: 

"Leoncio Prado, ante este escogido núcleo de jóvenes que hoy se aprestan para mañana ser buenos ciudadanos y mejores soldados, que sepan también ofrendar sus vidas como heroicamente la ofreció Leoncio Prado, ofrenda tanto más admirable a las generaciones, cuanto la ofreció postrado en el lecho, lejos de los seres queridos". 

Enseguida y ante el impresionante silencio de la multitud congregada hizo uso de la palabra el Coronel E.P. José del Carmen Marín, director del Plantel, quien agradeció la presencia del Jefe de Estado y autoridades y relevó la importancia que tenía para el gobierno y el país la inauguración del Primer Colegio Militar de la República. Luego hizo un pormenorizado recuento y análisis de la vida del héroe y sus hazañas y terminó diciendo: - "A los 61 años de su heroico sacrificio, la gratitud nacional perenniza su memoria en este bronce y le rinde el más significativo de los homenajes, al poner bajo el amparo de su nombre a los cadetes de este colegio, quienes como símbolo de unión nacional, provienen de todos los ámbitos del Perú y que como toda juventud, encaman las esperanzas del mañana". "Desde allí ha de ser el alma de esta casa, la que inspire todos nuestros actos, nos reconforte en las horas de prueba y nos impulse al trabajo y la acción, que nos haga dignos de esta patria que él sirvió con todas las energías de su ser". "Dígnese señor Presidente, declarar inaugurado este colegio bajo la advocación del Coronel Leoncio Prado, a quien estáis ligado por los vínculos de la sangre y por sus ideales americanistas". Prolongados, sonoros aplausos rubricaron las palabras del maestro y soldado que había señalado con meridiana claridad las vigas maestras que soportarían la gran obra educativa que le habían encomendado. El Presidente y los invitados felicitaron efusivamente al Coronel Marín quien con su hablar pausado y entonación amazónica nos había cautivado una vez más. 

Acto seguido el Presidente Prado, puesto de pie, dirigió la palabra y como corolario de su discurso expresó: 

"Al inaugurar este colegio siento el imperativo de afirmar que, como fruto de íntima compenetración de ideales y esfuerzos entre maestros y alumnos, del seno de este templo y hogar en que se cultivan los más elevados atributos del hombre, saldrán mañana ciudadanos capaces de realizar nuevas y brillantes hazañas, que acrecienten la fama y el prestigio de la República, cimentados inconmoviblemente hoy más que nunca en esta hora estremecida del mundo en que nuestra Patria está dando un hermoso y viril ejemplo de cordura, trabajó y unión, fuerzas imponderables que hacen a las naciones poderosas, respetables e invencibles". 

Los diversos pasajes del discurso presidencial merecieron aplausos entusiastas de la concurrencia. 

Terminadas las palabras del Presidente, las bandas militares interpretaron los acordes de nuestro Himno Nacional; con gran fervor patriótico todos entonamos sus letras, nosotros los cadetes con mayor emoción y entusiasmo tal cual habíamos ensayado incansablemente bajo la dirección de Monseñor Chávez Aguilar nuestro profesor de música. Finalmente, pletóricos de emoción, entonamos por primera vez el Himno del Colegio, que mereció atronadora ovación de la concurrencia. 

El desfile de honor frente al monumento al héroe de Huamachuco fue apoteósico. El Presidente Prado y su comitiva lo presenciaron desde las bases del monumento. El desfile fue encabezado por las delegaciones de cadetes de los Institutos Armados y la Policía, las comisiones de los cuerpos del Ejército, Marina, Aviación, Policía y las delegaciones de los Colegios Nacionales. Finalmente desfilamos con nuestros vistosos uniformes negro y azul añil. El paso marcial y el entusiasmo que pusimos en la marcha arrancó sonoros aplausos de la concurrencia. Yo marchaba con gran emoción en la última sección de la tercera compañía y de reojo pude observar entre la multitud a mis padres quienes, emocionados hasta las lágrimas, me buscaban entre las filas de cadetes para aplaudirme. La presentación, la primera que hacíamos en público fue magnífica, no había duda, aquí se estaba gestando algo muy grande para el país. 

1944 https://youtu.be/HJfDahiutMs  inauguración del colegio

Concluido el desfile y cuando aún no se habían disipado los ecos del entusiasmo de la multitud, Prado y sus acompañantes visitaron cada uno de los compartimientos del colegio. Firmó el libro de oro en el salón central y después de visitar el área administrativa, estuvo en el almacén, la despensa, la cocina y el comedor, pasando luego al campo deportivo, la piscina y demás instalaciones. Visitó el pabellón de aulas y los dormitorios y se retiró con la clásica Marcha de Banderas y el saludo de los cadetes de las Escuelas Militares que le rendían los honores de estilo. 

Fue un día memorable para todos nosotros que sudorosos y eufóricos fuimos a los dormitorios para preparar la que sería nuestra primera salida a la calle, estábamos imbuidos de gran entusiasmo y queríamos compartir con nuestros familiares la euforia de esta fecha histórica. 

La salida fue apoteósica, las calles de la ciudad observaron a estos tres centenares de nuevos cadetes luciendo orgullosos sus nuevos uniformes y dando lecciones de orden, urbanidad, buenas maneras. Llegué a mi casa y recibí todo el cariño de mis padres y hermanos, la bendición de mi abuelita Julia y la visita de todos mis vecinos, curiosos por saber cómo era el colegio y cómo nos trataban. Pasé horas felices con los míos y al retomar al colegio había renovado mi fe en el futuro que me esperaba. 

La nota anecdótica de esta primera salida la dio un esmirriado cadete de la octava sección que tomando muy a pecho eso de las jerarquías y el saludo al superior, pretendió que unos marineros borrachos se cuadraran ante él y le cedieran el asiento en el tranvía. Los marineros no lo saludaron ni le dieron el asiento, provocando la risa de los pasajeros ante el azoramiento de Saldaña, que llevaba eso de ser soldado en la sangre, tanto que al egresar y no poder ingresar a la Escuela Militar de Chorrillos, se metió como soldado a tropa. La revolución del 48 lo encontró como sargento al que encomendaron una misión de patrullaje, él era de caballería, ese día desapareció del cuartel llevando uniforme y caballo y nunca más se supo de su vida. 

Los días posteriores fueron de intensa, infatigable actividad, debíamos entrenarnos para participar en el desfile militar y apren-der a usar los fusiles que nos entregaron y que habían sido incautados a los ecuatorianos en el conflicto bélico del 41. En pocos días, casi todos éramos expertos en el manejo de los fusiles para saludar, desfilar, estar en posición de descanso etc. Fue un grande y continuado esfuerzo de oficiales y cadetes que tuvo su premio en las atronadoras ovaciones que recibimos al participar en el desfile escolar del Campo de Marte, el 27 de julio, en el del Callao el 28 y finalmente la gran parada militar del 29 de julio en donde formamos parte del agrupamiento de la Escuela Militar de Chorrillos. 

El público, la ciudadanía y la prensa apreciaron nuestro esfuerzo y grado de preparación, todos nos alentaron y el eco de las ovaciones que recibimos nos acompañaron durante muchos días. 




martes, 27 de julio de 2021

4- EL PRIMER ESLABON DE ORO- EL INGRESO AL INTERNADO

 Quién de nosotros no recuerda con profunda nostalgia los primeros días de ingreso al colegio.Son escenas y vivencias que no se borraran nunca. A través de los años cada uno de los que estuvimos en tre sus húmedas paredes llevamos a flor de piel las anécdotas de cada día. Solo basta estar en una reunión en cualquier tiempo para que afloren esas nostalgias que nos forjaron como hombres de bien.

Pepelucho

EL INGRESO AL INTERNADO 

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Fue a mediados del mes de mayo de 1944 que unos 30 o 40 cadetes procedentes de provincias que habíamos logrado ingresar al CMLP, fuimos admitidos para internarnos anticipadamente, habida cuenta que muchos no teníamos alojamiento en Lima o el Callao y nos resultaba difícil esperar el 22 de mayo que era la fecha señalada para el internamiento de los 300 cadetes aceptados. Estos días previos nos permitieron a muchos ir conociendo todas y cada una de las características de la nueva vida que habíamos optado. Elmer Vidal, Pipo Pinasco, José Valdivia Trurner, Juan Carrión, Justo Fernández Concha, Alejandro Huarcaya, Pablo Castro Colina, Oscar Gómez y también Luis Aguirre Sánchez, quien a pesar de vivir en el Callao, se las ingenió para ingresar como si fuera provinciano, fuimos esos primeros internos. 

En esa época gran parte del colegio aún estaba siendo reconstruido, no tenía pista de desfile pavimentada, ni luz eléctrica en las áreas libres, tampoco había agua y todos los servicios estaban muy restringidos, tanto que como ya hemos señalado, la comida era proporcionada por el Restaurant Popular del Callao y el agua llegaba en camiones cisterna, como ahora se hace habitualmente en muchos asentamientos humanos urbano-marginales. Poco a poco empezamos a organizar nuestra vida en comunidad, todo era común, el dormitorio que albergaba 30 alumnos, los baños, el comedor. La rutina empezaba con el toque de diana a las seis de la mañana, luego el desayuno, la instrucción militar, alguna academia sobre puntos específicos, el almuerzo, el descanso de mediodía, las labores de la tarde, el rancho de las 6 y luego un período de relax entre las 7 y las 9 de la noche hora en la que éramos convocados para formar, pasar lista y marchar a nuestras cuadras, que así se denominaban los dormitorios donde teníamos cada uno, una tarima y un pequeño ropero para guardar las cosas que nos pertenecían. Terminada la comida se formaban pequeños grupos para charlar y contar chistes o charadas; fue en una de esas oportunidades cuando reunidos en la oscuridad de un patio, a alguien se le ocurrió prender un mechero para darnos luz y abrigarnos. Cogió una lata de leche vacía y la llenó de gasolina, extraída a un tractor aparcado en las cercanías. Prendió la lata y provocó una pequeña hoguera alrededor de la cual nos sentamos a escuchar los chistes que contaba Pipo Pinasco. Cuando estábamos en lo mejor de la tertulia, alguien poco precavido quiso coger la lata para cambiarla de lugar y al sentir que sus manos se quemaban lanzó el artefacto al aire con tan mala suerte que éste cayó sobre el cuerpo del colorado José Valdivia Turner quien en segundos se convirtió en una antorcha humana y empezó a correr y gritar sin atinar a defenderse del fuego hasta que fue alcanzado por uno de nosotros que lo tiro por tierra intentando apagar las llamas que abrazaban su cuerpo, lo cual logramos en poco tiempo. El loco Aguirre Sánchez, cabizbajo y asustado contemplaba la escena pensando que éste había sido su primer y último acto en el colegio. No fue así. Nadie lo delató. Fuimos como fuenteovejuna. Varios meses estuvo Valdivia internado en el Hospital Militar, y pasaron algunas semanas más hasta que regresó al colegio más colorado. Valdivia pertenecía a la segunda sección.  

Con este incidente previo nos preparamos para recibir el gran contingente de cadetes que se internó el 22 de mayo en la mañana. Algún avezado jovenzuelo de los que nos habíamos internado antes, hizo correr la voz de que en el ejército "la antigüedad es clase" y que nosotros, por ser antiguos, teníamos mando sobre los recién ingresados y que inclusive debíamos bautizarlos. Poco duró esta ilusión, sí creo que servimos de guía y orientación a los bisoños e imberbes recién ingresados y empezamos juntos, la febril tarea de entrenarnos para el gran día: el de la inauguración oficial del CMLP. 

Poco a poco fuimos acostumbrándonos a esta nueva forma de vida donde el cumplimiento de las órdenes y el respeto a los reglamentos resultaba fundamental y donde compartíamos diaria-mente una diferente forma de vivir. Los hábitos caseros tenían que cambiarse, hasta la forma de dormir y comer. Nada estaba signado por la improvisación y la diaria convivencia empezaba a poner en evidencia virtudes y defectos, también empezaron a destacar carac-teres abusivos o despóticos como los de Causillas en nuestra sección, que más parecía estar en un centro de readaptación social que en el primer colegio de la República. 

La Perla era nuestro nuevo hábitat, éramos vecinos de la residencia veraniega del Presidente de la República y estábamos cerca al primer puerto: El Callao. Llegábamos a La Perla en autobús y teníamos que bajarnos en la avenida de Las Palmeras desde donde caminábamos hasta la Costanera, o los que viajaban por tranvía llegaban hasta Bellavista y los recogían los camiones Thomton del colegio. Eran pocos los que venían en automóvil, traídos por sus padres. 

El viejo cuartel se erguía frente a unos farallones donde el embravecido mar alcanzaba grandes oleadas y frente a él una pista semidestruida que formaba parte de la avenida Costanera. 

Nos dieron uniformes de dril de color verde oscuro con cristina y botines negros, pullover y saco de cuero y todo empezó a ser estrictamente rutinario, desde la forma de saludar y presentar-se hasta la manera de tender la cama después de levantarse o la forma de arreglarla para dormir, donde también había que aprender a instalar un "mosquitero" pues parece que una plaga de mosquitos atacaba La Perla y se temía una epidemia de paludismo. 

En medio de toques de corneta, pitos, órdenes y llamadas de atención sobre el porte o la vestimenta, de apuros para el aseo o para no llegar de los últimos, empezó esta larga, fascinante aventura leonciopradina que se prolongó durante tres años.


domingo, 25 de julio de 2021

PRUDENCIA NO ES MALA PALABRA

 Por : César Hildebrandt P.T



¡Cobraban 82,000 soles por una cama UCI para enfermos graves de la Covid! ¡Y lo hacían en el hospital Almenara, de EsSalud!

Bueno, esos buitres lo que estaban haciendo era empezar la privatización completa de la salud, esa que se habría llevado a cabo si Porky era elegido y la bancada de alias La Chica apoyaba esa idea. O si alias La Chica era elegida y las bancadas de Porky, Hernando de Soto, César Acuña y Luna Gálvez apuntalaban la iniciativa.

La Constitución de 1993 maldice al Estado y le da al capital un estatuto de derechos especiales e inapelables. Una consecuencia perversa de ese marco constitucional es la abolición del concepto de nosotros. Por eso es que, en el Perú, la compasión social es comunismo, la búsqueda de la igualdad (ante la ley) es terrorismo y los bomberos, a quienes deberíamos reverenciar, resultan grandes cojudos. En el mundo del populacho conservador, que el fujimorismo arrea en buses, los machomanes y las machomanas se sienten realizados cuando pueden gritarle a alguien “caviar”. Eso les aclara el mundo y les simplifica el léxico: los caviares dudan, mariconean con sus matices, arruinan la luz.

La derecha ve marxismo hasta en una sopa de sobre, pero lo que no sabe es que al convertir la Constitución del 93 en “sagrada biblia” está demostrando, marxistamente, que dicho documento le pertenece, tiene su firma, es de clase, fue hecho por Fujimori para proteger exclusivamente sus intereses. Esa es la razón por la que alias La Chica, su heredera, ha estado a punto de llegar a la presidencia por tercera vez. Esa es la razón de tanto odio cariado: ¡quieren cambiar la Constitución que su golpista favorito redactó para la eternidad! ¡Y la eternidad es eternidad, comunistas de mierda!

¿Cuánto costaba no morirse en las clínicas privadas? ¿Cuánto pagaban los familiares de los que, a pesar de todo, terminaban muriéndose en la clínica San Felipe? ¿Cuánto costaba un panadol en ese mundo que dominan algunas compañías de seguros y otros accionistas insaciables?

¿La enfermedad es un gran negocio? Claro que sí. Y la parca que merodea angurrienta ¿es una ventana de oportunidad para los emprendedores? Por supuesto que sí. ¿No es la Covid un buen escenario para que el sacro mercado funcione, con su mano de dios y sus uñas peseteras? La respuesta también es sí. Así de inventivos somos los peruanos cuando vemos una rendija, una necesidad desesperada, un dolor dispuesto a cualquier váucher.

El neoliberalismo apostó por una jungla de egoísmos en batalla campal permanente. El resultado está allí.

Si la plata manda y el mercado decide, ¿cuál es el escándalo?

¿No tienes dinero? ¡Muérete! ¿No tienes chamba? Es porque no la buscas. ¿Eres un miserable? Así lo quisiste. ¿Te duele el éxito de los que prosperan? Eres un rojo sin remedio. Pero, eso sí: a mí no me cambias mi constitución, la que en 1993 logramos hacer después de barrer con el congreso y todos los contrapoderes. ¡No me vengas con eso, terruco!

Es cierto: rentaban camas UCI en un hospital público de Lima. ¿Y acaso no hemos decidido desde hace muchos años quiénes deben vivir sin agua y sin luz, con todo lo que eso significa en materia de salud y calidad de vida? Nosotros, los embajadores criollos del destino, ¿no hemos impuesto la pobreza en buena parte de nuestras regiones rurales? La miseria histórica en Huancavelica ¿no nos parece natural?

¿Cuántas muertes causa en el Perú el desprecio? ¿Cuántas el racismo? Todos vamos a morir, es cierto, pero en el Perú muchos se mueren de exclusión. Son los que viven en los bantustanes que seguimos llamando “asentamientos humanos”, las víctimas del maltrato a la agricultura que no exporta, los viejos herederos del Perú mediterráneo.

Por todo ello es que la proclamación de Pedro Castillo es, antes que nada, una gran lección.

El civilismo varias veces reencarnado creyó que los militares, empujados por el clamor reaccionario, sacarían las castañas del fuego. Creyeron que el Jurado Nacional de Elecciones cedería ante su prepotencia y se encontraron con unos servidores públicos que hicieron, al final, su trabajo. Creyeron que Mario Vargas Llosa, disfrazado de pobre diablo, ayudaría decisivamente y se tropezaron con que hasta en el diario “El País” tomaron higiénica distancia. Creyeron que los criptólogos, la voz del PP en Madrid, Hume y sus mascotas, “El Comercio” y la matancera darían una mano. Se encomendaron a los muertos en el VRAEM, a los terrores anunciados por Willax, a los insultos del periodismo a destajo, y no pudieron.

La derrota no es del fujimorismo solamente. La derecha histórica ha recibido un sopapo que le recuerda los peores momentos de Velasco. El problema es que Castillo ha salido de las urnas y no de los cuarteles. Y ese es el verdadero tema. Por eso es que ensuciar la elección con todo lo que cupiera en el colon descendente del sistema era un imperativo. Si las elecciones no fueron limpias, la guerra contra el gobierno surgido del fraude se anuncia como “legítima”. Ya lo dijo alias La Chica. Ya lo están haciendo RPP y “El Comercio” y su archipiélago.

Frente a este escenario, el presidente electo debería pensar que plantear la asamblea constituyente como eje de su discurso inaugural podría ser un desatino. No es que la Constitución del 93 no deba cambiar. Es que el primer deber de un gobierno enfrentado a un ejército de enemigos dispuestos a todo –Vargas Llosa dixit– es durar. Y para eso es imprescindible afirmarse con una buena gestión de la crisis de salud y con un desempeño económico que no se traiga abajo la inversión, aunque empiece con algunas de las reformas prometidas. Debutar como presidente con la asamblea constituyente como prioridad podría ser el típico error maximalista. Como se lee en “El Paraíso” dantesco: “el tiro que se ve venir llega más lentamente”.

A la derecha se le hace agua la boca pensando en un Castillo confrontacional y temerario. Sería de sabios dejarla salivar inútilmente.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°549, del 23/07/2021  p12

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3.-EL PRIMER ESLABON DE ORO - PORQUE EL COLEGIO MILITAR

 


Los que estudiamos los primeros años en base a los libros editados en la imprenta del colegio Militar Leoncio Prado sabíamos de la calidad de sus profesores y por consiguiente suponíamos que el estudiar en ese famoso plantel era un privilegio lo cual era cierto. Nuestro colegio era extraordinariamente competitivo por la calidad de la enseñanza y nosotros teníamos toda la oportunidad de aprovechar al máximo esas enseñanzas y dedicarnos solo a enriquecernos en formación académica y física.

Nunca dejare de agradecer el tremendo esfuerzo de mis padres por haberme dado la oportunidad de estudiar en el primer colegio del Perú. 

Pepelucho



¿POR QUE EL COLEGIO MILITAR?

A decir de muchos especialistas en el tema educativo, La educación secundaria a comienzos de la década del 40 podía ser mejorada si se lograba que los jóvenes educandos, además de recibir los conocimientos señalados en los Planes y Programas de estudios, fueran preparados en un medio en el que, a la par que se promoviera la educación y la cultura, se afianzara una sólida educación cívico-patriótica y se procurara un desarrollo físico integral mediante la práctica de las diversas disciplinas deportivas. Sobre estas bases había que afirmar la nacionalidad y el amor y respeto a la patria con el propósito de asegurar su engrandecimiento y progreso. 

El Colegio Militar fue creado por Decreto Supremo de 27 de agosto de 1943 y se le designó con el nombre de Leoncio Prado por Ley Nro. 9890 de 18 de enero de 1944. 

Años antes y en diversas oportunidades, autoridades civiles y militares entre otras, el entonces Teniente Coronel Juan Mendoza Rodríguez, habían señalado la necesidad de contar con un centro de estudio con las características que se le dio al crearse al CMLP. 

El Decreto Supremo de creación se dictó durante el primer gobierno de Manuel Prado y siendo Ministro de Educación el Doctor Enrique Laroza. El colegio funcionaría en el antiguo edificio de la Guardia Chalaca sito en el distrito de La Perla, en El Callao, las tareas docentes deberían empezar el año 1944, y se encargó a los Ministros de Guerra y de Educación, la labor conjunta de su organización y puesta en marcha de este colegio secundario de tipo especial, que debía además formar postulantes para los institutos militares superiores. 

El trabajo de mutua cooperación entre los Ministerios de Educación y el de Guerra fue, con el paso de los años de gran beneficio para la educación nacional en el Perú y cuando, por decisión gubernamental, los colegios militares, -pues se habían creado muchos más-, sólo quedaron a cargo del Ministerio de Educación, se produjo un sensible descenso en la calidad de la formación de los alumnos. 

Como Director del flamante Colegio Militar fue designado un militar con las más altas calificaciones docentes y militares, el Coronel E.P. José del Carmen Marín Arista, quien además de ser ingeniero tenía una innata vocación docente. A Marín le tocó la tarea de organizar el colegio desde sus cimientos, además de dirigir la remodelación y adaptación del viejo cuartel que le dieron como  local.  El tuvo el acierto de reunir un grupo de oficiales del más alto nivel intelectual y profesional, así como el de seleccionar por riguroso concurso de méritos y aptitudes el personal docente, y también llevar a efecto un concurso nacional de admisión para escoger a los futuros cadetes becarios y pensionistas, entre más de un millar de postulantes provenientes de todo el país. 

Todo esto se realizó en muy corto tiempo. Esta creación tenía que hacerse realidad y el Coronel Marín se ocupó de que así sucediera. La convocatoria a la inscripción de postulantes al tercer año de secundaria fue un éxito. En Lima el colegio nacional Alfonso Ugarte sirvió para este fin, en el resto del país fueron los colegios nacionales de cada departamento. Se quería seleccionar a los mejores exponentes de cada departamento del país, de modo que se asegurara el éxito del proyecto en marcha. La convocatoria tuvo gran demanda y despertó inusitado interés en la juventud; el Coronel Marín no escatimó esfuerzos para aprovechar el local del cuartel de la Guardia Chalaca en la mejor forma posible y se dedicó a su reconstrucción y remodelación con denodado empeño. Cuando el 22 de mayo de 1944 se internaron en el Colegio tres centenares de cadetes-alumnos, aún el viejo cuartel no estaba terminado de reconstruir y todos tuvimos que soportar incomodidades mientras se efectuaban los trabajos para mejorar las instalaciones y la situación del saneamiento ambiental. Basura, mosquitos, tierra, desperdicios tuvieron que ser eliminados para convertir el colegio en un lugar habitable, agradable. Al principio no había cocina y los alimentos que tomábamos nos lo proveía el Restaurant Popular del Callao. No había agua y ésta era llevada en camiones cisterna, pero esto en lugar de arredramos nos dio ánimos, se soportó todo y al final se venció. 

Esta fue una innovación educacional importante en el país y no fue producto de la improvisación, todo lo contrario, se aplicó desde el primer día una concepción doctrinaria sólida que buscaba lograr un armónico desarrollo bio-psico-social de los educandos. El 31 de agosto de 1946 y siendo Presidente Constitucional el doctor José Luis Bustamante y Rivero se aprobó el Decreto Supremo que reglamentaba el funcionamiento del CMLP, era Ministro de Educación el doctor Luis E. Valcárcel. 

La rigurosa selección de los profesores, por concurso de méritos y aptitudes, garantizó un plantel profesional de primera, al que se le pagaba sueldos importantes, muy superiores a los que se abonaban en los demás colegios y esto permitió atacar una de las causas de la deficiente preparación de los alumnos. La organización escolar existente, también fue modificada adaptando al colegio los principios de la organización militar que como se sabe es eficiente. Esta adaptación se hizo frente a una nueva realidad y acorde con los fines de la educación para adolescentes. 

En principio el CMLP estaba orientado a suministrar los tres últimos años de secundaria, con el propósito de formar y preparar jóvenes para ser incorporados a las Escuelas de Oficiales de las Fuerzas Armadas, brindándoles el estímulo de hacerlo sin el requisito del examen de ingreso, con la sola exigencia de ocupar el primer tercio en el cuadro de méritos de egreso del colegio. Esta finalidad era muy restrictiva y se rectificó de inmediato y entonces los cadetes nos preparamos para estudiar en todos los sectores de la Educación Superior Universitaria o Militar. Fue el Colegio Militar un Centro de estudios de selección por la capacidad de los alumnos, sin ninguna índole de privilegios. 

El poner énfasis en la orientación y formación moral y cívica le da al colegio una característica especial. Los ideales patrióticos, las virtudes ciudadanas de solidaridad social, el respeto a las autoridades, a las leyes, a la sociedad y sobre todo la formación de un espíritu de responsabilidad y, trabajo, fueron fines esenciales previos a la preparación intelectual. Así se atacaba otra de las causas de la crisis de la educación. 

El mejoramiento de la educación nacional era una finalidad a la que contribuiría el correcto funcionamiento del Colegio Militar. 

Y es sobre esta base que se organizó el CMLP con un Coronel de Ejército como Director, un Teniente Coronel como Sub-Director y con organismos consultivos y ejecutivos conformados por el Consejo de Educación, de Disciplina y de Administración.         Además el Colegio contaba con cuatro departamentos: Académico, Formativo, Administrativo y de Sanidad, coordinados por el Sub-Director. El profesor Director de Estudios era el Jefe del Departamento Académico, quien tenía como colaboradores inmediatos a un Profesor Asesor de Historia, Castellano y Literatura e Idiomas; un Profesor de Filosofía, Ciencias Sociales, Religión y Arte; un Profesor Asesor de Matemáticas y Ciencias Físicas; un Profesor Asesor de Ciencias Biológicas; un Profesor Asesor de Normas y Actividades Educativas; un Profesor Asesor de Psicopedagogía, y un sacerdote como Director Espiritual. La Dirección de Estudios era la responsable de la orientación y planteamientos pedagógicos; la supervisión y control de las labores escolares; el análisis, apreciación y crítica de los resultados; el ejercicio permanente de la actividad directriz. 

Los asesores contaban con profesores jefes de curso, profesores a tiempo completo y profesores por horas, todos con responsabilidades individualizadas y jerarquías claramente esta-blecidas. La jerarquía docente fue una creación del Colegio Militar y posteriormente ha servido de base para la legislación educativa del Perú y para fijar las pautas de la carrera docente en el país, como es la profesión magisterial reconocida en la Constitución Política del Estado. También en el Departamento Académico existía una sección de Educación Técnica encargada de dirigir las actividades extracurriculares que funcionaban en forma de talleres de sastrería, carpintería, mecánica, zapatería, fotografía, artes plásticas, electricidad, etc, todas a cargo de maestros especializados. 

El Departamento formativo estaba a cargo de un Mayor de Ejército quien tenía a su mando a los capitanes de año, tenientes, suboficiales y brigadieres, estos últimos eran alumnos uno por cada sección y un brigadier general, nominados a base de su rendimiento académico. La Instrucción Militar de los cadetes, el control de la disciplina, conforme a un Código de Honor que todos nos comprometimos a respetar, fue la norma fundamental en este aspecto. En el departamento formativo la Educación Física estaba a cargo de un profesor asesor con un grupo de profesores y entrenadores de todas las disciplinas deportivas y eran los res-ponsables del mantenimiento y desarrollo físico de los cadetes. Este departamento también tenía la responsabilidad del funciona-miento de la vida del internado, y ésta era una de sus máximas responsabilidades. 

El Departamento Administrativo también tenía como Jefe a un Mayor de Ejército y a su cargo se encontraban las oficinas de contabilidad, tesorería y administración con secciones especiales de personal, alimentación, comedores, vestuarios y útiles, almacenes, talleres, transportes, cocina, conservación, inventarios y servicios generales. 

El Departamento de Sanidad estaba bajo la jefatura de un médico cirujano y tenía a su cargo el cuidado de la salud de los alumnos, para lo que contaba con consultorios de Medicina General, Odontología, Oftalmología, Otorrinolaringología, Traumatología, Radiología, Análisis y vacunas, además contaba con un químico-farmacéutico, y personal de internos y enfermeros, y una sala de hospitalización. 

Larga y fecunda ha sido la tarea del Colegio Militar, su obra ha sido vasta, abundante, diversa, abarcando la labor educacional en su integridad, es decir teniendo en cuenta su vinculación con el hogar, la sociedad y el estado en los aspectos morales, cívicos, intelectuales, espirituales, físicos y materiales. 

Importantes aportes del Colegio Militar a la educación han sido en el orden pedagógico la creación de una jerarquía docente, la concepción y plan de las Grandes Unidades Escolares. Aplicación de métodos, procedimientos y sistemas de la escuela activa como son las unidades de trabajo, las pruebas pedagógicas objetivas, la evaluación centesimal y ponderada; el análisis psicopedagógico, las actividades extracurriculares, los clubes escolares, la orientación profesional, la educación sexual, la orientación espiritual y religiosa, etc, todo lo cual transcendió del colegio, llegó al Ministerio de Educación y de allí a la nación. Resulta evidente que gran parte del éxito que tuvo el General Juan Mendoza Rodríguez como Ministro de Educación del gobierno de Odría lo debió a este gran laboratorio pedagógico que fue el CMLP. 

En el orden formativo: el establecimiento de un sistema de disciplina que conjugaba el espíritu militar con el civil, sobre la base de la libertad y la responsabilidad y el respeto a la dignidad humana. La acentuación y mejora de la Instrucción Militar, el desarrollo equilibrado del cuerpo y la salud del adolescente que se demuestra con los importantes triunfos deportivos y la formación de atletas y deportistas que han obtenido triunfos nacionales e internacionales. La aplicación del sistema de brigadieres primero y monitores después modernizándolo conforme a las nuevas corrientes pedagógicas y en fin la formación del caballero-cadete, siempre listo a hacer honor a los ideales de la dignidad humana y el respeto a sus semejantes habiendo llegado a tener un mártir heroico: DUILIO POGGI GOMEZ, cuyo nombre lleva un pabellón del colegio y cuyo busto se encuentra en el patio de honor, como un recuerdo permanente de sus elevadas virtudes cívicas que lo llevaron a la inmolación en defensa del honor de una dama. 

Cómo no ponderar lo que se hizo en el orden administrativo cuando se logra, en muy poco tiempo, la transformación de un viejo cuartel en el colegio mejor equipado del país, con laboratorios, gabinetes, bibliotecas, sala de artes, capilla, estadio, auditorium, piscina, flota de transportes, lavandería, panadería, etc. Esta preocupación por la infraestructura es importante y significativa, porque con ella se ha atacado una de las causas del problema educacional y del bajo rendimiento de los alumnos, pues para realizar una buena obra educativa son indispensables los medios materiales que ella exige. Si el Estado no está en capacidad de hacer esto en toda la República, es plausible, que por lo menos lo haga en algunos, pero habría que añadir a esto, que también debe ayudarse al Estado para el cumplimiento de tan elevado fin y esto es lo que se hizo en el Colegio Militar Leoncio Prado mediante la edición de textos escolares, que constituyeron la base para la fundación de una imprenta que ayudó a sufragar los gastos, en este rubro, en beneficio de la educación y que, culturalmente, elevó el nivel pedagógico de los maestros del Perú. 

En el aspecto de la defensa y promoción de la salud, debe resaltarse que el cuidado de la salud de los cadetes merece atención desde que éste aparece como simple postulante y que ese cuidado se expresaba en la fortaleza y desarrollo de los cadetes, muchos de los cuales ingresaron con poco peso y estatura. El departamento de sanidad siempre ejerció el control integral de la salud de los cadetes y cada uno tenía una ficha médica con los datos más importantes sobre su estado de salud. Además los cadetes por razón de su calidad militar tenían derecho a atención en el Hospital Militar Central. 

Ahora bien, el ¿por qué el colegio militar? porque el país necesitaba una institución moderna, diferente, innovadora, que sirviera para lograr el desarrollo integral de los jóvenes cadetes no descuidando ninguno de los aspectos bio-psico-sociales de su formación. 

Grande es el prestigio que obtuvo el CMLP, no producto de la propaganda o el autoelogio, sino en reconocimiento de su calidad de centro donde se trabajaba con seriedad y eficiencia. El solo hecho de haber formado promociones de excelentes estudiantes y que esta obra haya merecido el reconocimiento del gobierno y la ciudadanía dice mucho de la calidad de su labor educativa, la que trató de difundirse mediante la creación de otros colegios militares en diferentes lugares del país como Arequipa, Chiclayo, Trujillo, Huancayo y Cusco. 


viernes, 23 de julio de 2021

2.-EL PRIMER ESLABON DE ORO - UNA DECISION IMPORTANTE

 Fue en 1957, en un viaje que realizaba con mi madre .Nos dirigíamos a la ciudad de  Huancayo en tren (el viaje duraba 12 horas pero era espectacular) en que por primera vez vi. A un cadete Leonciopradino. El estaba con su uniforme y se puso a ayudar a una señora campesina a subir unos bultos. No importó que estuviera con su uniforme y que pudiera ensuciarse. Más valioso fue la ayuda. Esa imagen me impresionó mucho .Cuando le pregunte a mí madre quien era; me contestó: un cadete del Colegio Militar Leoncio Prado. Esa imagen caló muy profundo en mi espíritu de niño. Tenía nueve años.

Pepelucho




UNA DECISION IMPORTANTE

Bajo la persistente llovizna jaujina del mes de marzo, mi madre, Efraín y yo caminábamos calle abajo por el jirón Bolognesi. Íbamos rumbo a las oficinas del notario Flores a legalizar los documentos que debíamos presentar esa misma tarde ante las autoridades del Colegio Nacional Santa Isabel, en Huancayo, a fin de poder postular y rendir los exámenes de selección               departamentales, convocados para el ingreso al Colegio Militar "Leoncio Prado" de reciente creación. 

Mi hermano Efraín que desde pequeño fue muy aficionado a la lectura había encontrado, mientras leía con avidez un ejemplar de "El Comercio", el aviso de convocatoria al concurso de admisión del CMLP y muy entusiasmado solicitó permiso a mis padres para poder postular, todo esto en el más impenetrable secreto. Como siempre él hizo las cosas a su manera, esto es en la forma más    solapada y misteriosa, tanto que yo estaba ajeno a sus andanzas, pese a que ambos, a pesar de nuestras interminables peleas y disputas por quítame estas pajas, éramos uña y carne y andábamos de arriba para abajo en mil aventuras y travesuras. Éramos los hermanos mayores de una familia formada por mis padres y seis hermanos más. Yo siempre fui un curioso innato. Me gustaba meter las narices en todas partes, aun en las que no era convocado. Para mí no había secreto o misterio capaz de arredrarme, al contrario, esto, estimulaba mi curiosidad e ingenio y es así como descubrí, después de muchos infructuosos intentos que abarcaron inclusive los sagrados bolsillos de mi padre, el bien cuidado y doblado recorte del periódico, que contenía la convocatoria al concurso de ingreso al Colegio Militar. Devoré con avidez el aviso y descubierto el secreto, comencé a cotejar cada uno de los requisitos exigidos a los postulantes, con los míos, encontrando los argumentos que me permitieron convencer a mis padres para que me autorizaran a concursar. Esto evidentemente les iba a significar un gran sacrificio económico. La economía familiar sólo se sustentaba en el sueldo que mi papá ganaba como maestro y en algunos ingresos extras que proveía mi madre con pequeños trabajos caseros. Que concurse uno ya era un problema, pero ¿Dos? Yo siempre creí en milagros y pensé que mis padres realizarían uno más de los tantos que les conocía. Por eso les pedí que me ayudaran al igual que a Efraín. La edad mínima que exigía el prospecto era de 14 años, yo los había cumplido en diciembre del año anterior, Efraín tenía 16. Debíamos haber aprobado el 2do.año de secundaria, yo acababa de aprobarlo con excelencia en el Colegio Nacional San José de Jauja, Efraín había aprobado con un envidiable primer puesto, el tercero de media, él tendría que retroceder un año, pero esto no le importaba. Había que tener buena conducta, no éramos un par de angelitos, pero ambos teníamos este certificado. La talla mínima era 1.10 m. yo media 1.40 y Efraín 1.30. En fin, en casi todo corríamos parejos, con la pequeña ventaja que a mí me caían las bases como anillo al dedo. Argumenté, discutí, supliqué, creo que hasta lloré para que me autorizaran a participar. Cuando todos estaban casi convencidos, en primer lugar mi padre que con esa decisión veía tambalear su escuálida economía, Efraín que había estado rumiando su desacuerdo, soltó un argumento al parecer irrebatible. 

Papá -dijo- en tono melodramático, en el que era experto cuando trataba de defender sus ideas y convicciones. Por Junín ofrecen sólo diez becas para todo el departamento y a ellas no podemos aspirar dos hermanos, vamos a terminar arrancándonos el mismo bocado. Además Oscar puede esperar, yo no, porque el próximo ya no tendré edad para que me acepten y además estaré cursando el 4to. de Secundaria, perder un año puede ser, pero ¿dos? 

No me deje vencer. Tiene razón -respondí- pero eso es fácil de solucionar, Efraín postulará por Junín y yo concursaré por Lima. Las bases señalan que se concursará por lugar de nacimiento, no de procedencia. Efraín ha nacido en Jauja y yo he nacido en Lima, y aunque no conozco Lima sino por fotografías, soy limeño. 

Analizados los pro y los contra se decidió que postuláramos los dos, y es así que ayudados por mamá, porque papá tuvo que viajar a Lima a tomar unos cursos de perfeccionamiento, empezamos la tarea de preparar nuestros expedientes. 

Fueron días agitados en los que íbamos a la Iglesia, a la Municipalidad, al Colegio, a la casa de personajes notables, etc., para conseguir los documentos exigidos. Nosotros además tratábamos de devorar cuanto texto escolar, -que los había en abundancia-, encontrábamos en la biblioteca de mi padre: libros de Historia, Geografía, Castellano, Matemáticas, estos libros que hasta entonces habían sido inaccesibles, pasaron por nuestros ávidos ojos en pocos días. Efraín tenía la rara virtud de leer con increíble rapidez, siempre me ganaba la partida y demostraba estar mejor preparado que yo. 

Fue cuando cruzábamos la Plaza Principal de Jauja que nos encontramos con la Tía Rosa, próspera comerciante local, hermana de mi padre y mamá de nuestro primo Tito con quien compartíamos juegos y paseos desde siempre. 

Tito era un muchacho pequeño de estatura, más pequeño que Efraín, pero grande en ingenio e inteligencia y con él yo había estudiado el año anterior compartiendo la misma aula. La tía Rosa que iba rumbo al mercado, en menos de lo que canta un gallo nos sacó toda la información sobre nuestras gestiones y aspiraciones, mamá le contó de nuestros afanes y deseos y ella sin darnos tiempo de despedirnos partió rauda con la decisión tomada: Tito también postularía a ese Colegio Militar del que no tenía ni noticias. No faltaba más exclamó a modo de despedida ¿por qué ustedes sí y él no? lo que es bueno para ustedes será también para Tito. 

Pensé que era una chifladura de la tía. ¿Cómo iba a poder hacer en dos horas lo que a nosotros nos había llevado días? 

Gran sorpresa nos llevamos todos cuando a medio día, en la estación de ferrocarril, donde esperábamos la partida del autovagón que nos llevaría a Huancayo, apareció la tía Rosa sudorosa y triunfante, llevando casi a rastras al pobre Tito, quien no atinaba a explicarse qué hacía allí y a qué iba a Huancayo con tanta prisa. La tía informó a voz en cuello que el expediente estaba completo, que aunque todo le había costado mucho dinero, no importaba, al día siguiente su hijo estaría participando en el examen de selección a ese colegio. 

Tito con la boca abierta por el susto y la sorpresa, no atinaba a decir palabra, sólo sonreía confundido y movía como sopladores sus grandes orejas y sufrió otro susto aún mayor cuando su madre le puso sobre sus pequeños brazos una ruma impresionante de libros de la más diversa índole, a tiempo que le decía: "no te preocupes hijo, tú eres un buen alumno, ya aprobaste tu segundo de media y de aquí a Huancayo leerás todos estos libros, como devoras el Rataplán, el Peneca y el Billiken. Sé que al final del viaje estarás preparado para aprobar, para ganar a tus primos, inclusive". 

Llegamos a Huancayo pasadas las dos de la tarde. Nos recibió en la estación del ferrocarril el tío Juan, otro hermano de papá, quien nos llevó a la casa de Tito, una inmensa finca ubicada cerca de la Plaza de Huamanmarca en donde quedamos instalados con la consigna conminatoria de ponernos a estudiar sin distraernos para nada. Yo, -dijo- al despedirse el tío Juan, vendré mañana temprano para acompañarlos a que rindan sus exámenes. 

Esa noche Efraín convenció a Tito para irse al cine; pasaban una película de Arturo de Córdova y él era fanático admirador del actor. Me quedé solo en la casa, asustado y febril. No sabía cómo respondería mi cerebro al día siguiente, pero sí sabía que quería aprobar ese misterioso examen, aunque no fuera más que para conocer Lima, esa lejana y legendaria ciudad donde yo había nacido 14 años atrás, en el corazón de los Barrios Altos, en un viejo solar de la calle La Confianza, donde según mi mamá me contó, vivía cerca, muy cerca, el ex-Presidente de la República José Pardo al que confeccionaba sus ternos un sastre llamado Oscar Montes, tío lejano de mi papá. 

Temprano el domingo, el tío Juan nos llevó a un restaurant situado en la calle Real a tomar desayuno y luego al colegio nacional Santa Isabel, donde decenas de muchachos de todo color y condición pugnaban por entrar; ellos iban a disputar con nosotros un cupo a fin de poder viajar a Lima a participar en las finales de la selección nacional convocada para el ingreso al primer Colegio Militar de la República. 

Cuando todos estuvimos reunidos en el patio, nos ordenaron formar y marchando en filas de dos fuimos trasladados a una gran aula en donde bajo la atenta mirada de muchos maestros con rostros serios, algunos casi adustos, empezamos a rendir los exámenes que habían llegado de Lima. El tío Juan desde un ventanal nos miraba con ansiedad reflejada en sus claros ojos, y trataba de infundirnos ánimos con gestos y palabras que no entendíamos. 

Efraín estaba sentado delante mío, lucía casi indiferente, concentrado en resolver la prueba, yo iba de la euforia a la depresión, de la lucidez a la estupidez emotiva; en realidad, la prueba no era tan difícil como me lo había imaginado, pero el sistema era nuevo para mí y para todos, empezaba la aplicación de lo que más tarde serían las famosas pruebas pedagógicas objetivas. Tito tenía cara de pavor, se esforzaba y trataba de concentrarse, pero se notaba que tenía dificultades, ¡Cómo no tenerlas! si su madre había cambiado abruptamente su cómoda situación de ayudante en la venta de cueros y suelas por la del postulante que debía sentarse a competir con quienes, habiendo decidido su participación con oportunidad, se habían preparado con la anticipación necesaria. 

A las dos o tres horas terminó el examen, los profesores recogieron las pruebas y nos ordenaron que nos fuéramos a casa. Al día siguiente, en la mañana, se publicarían los resultados. A la salida del colegio nos esperaba el tío Juan nervioso, agitado, parecía que él también había rendido el examen. Nos empezó a acosar de preguntas. Efraín como siempre, estaba silencioso y enigmático, con él no iba la cosa, yo contestaba atropelladamente las preguntas del tío, mientras Tito que no podía ocultar su desen-canto, expresó en una frase todo lo que sentía: " sólo a mi mamá - dijo- se le ocurre hacerme estas cosas". 

El lunes muy temprano fuimos al Santa Isabel a escuchar la lectura de los resultados. 

Una treintena de muchachos habíamos aprobado los exámenes y debíamos viajar a Lima para las pruebas finales. Tito nos dio la gran sorpresa, aprobó no sabemos cómo. Al conocer los            resultados, una desbordante alegría nos invadió y en medio de gritos, abrazos y palmaditas a la espalda festejarnos nuestro primer éxito. El trío se consolidó y al llegar a Jauja empezamos a preparar el viaje a Lima, la capital del Perú, nosotros nos reuniríamos con papá y Tito iría con el suyo. Eso pensamos. 

Mamá se esmeró en prepararnos la ropa adecuada y acondicionó en una vieja maleta, nuestro pequeño equipaje en el que no faltaron los ternos que el maestro García, a quien no sé por qué llamaban "muca", nos había confeccionado para esta ocasión. También en una pequeña cesta llenó panecillos y dulces de la provincia que ella había comprado para nuestro fiambre. Cuando ya estaba todo listo para el viaje, volvió nuevamente a aparecer la tía Rosa que se enteró de nuestra partida no sé por qué medios. Nos miró y en tono imperativo comunicó que Tito también viajaba con nosotros, que todo estaba preparado y que al día siguiente nos encontraríamos en la estación del tren. Mi madre, que consultaba todas sus decisiones con mi padre, se quedó sin palabra y entre resignada y temerosa, encogió los hombros y prosiguió con los preparativos. 

La noche anterior al viaje me escapé de la casa y subí a una pequeña colina cercana al barrio donde vivíamos, desde allí mu-chas veces contemplaba el valle en los atardeceres. Vi llegar el crepúsculo, el valle se extendía ubérrimo más allá de donde llegaba mi visión. Cerré los ojos y empecé a meditar, a imaginarme cómo sería el viaje a Lima, ¿dónde quedaría el Colegio Guadalupe? ¿por dónde pasaría el río Rímac al que todos llamaban el río hablador? y ¿cuántos postulantes seríamos? ¿cómo serían los limeños? ¿qué era yo? ¿serrano o limeño?, me asustaba usar terno con camisa y corbata, como los viejos. No quería aceptar que mamá se quedara sola con mis pequeños hermanos, la última Charo tenía sólo pocos días de nacida. Y, ¿mis amigos? ¿Esta sería la partida definitiva? ¿volvería pronto? Ahí tomé una decisión. No volvería jamás, iba a Lima y allí me quedaría aunque no ingresara al Leoncio Prado. Era un reto, tenía que aceptarlo. Cuando me di cuenta había anochecido y desde Pomacocha, así se llamaba el lugar donde me encontraba, contemplé el límpido cielo serrano que estaba cubierto de estrellas y al fondo en el valle brillaban pequeñas lucecitas titilantes. 

Volé a casa y llegué cuando mamá servía la que sería nuestra última comida en Jauja. Se había esmerado con el menú y quería demostrarnos de esta manera cuánto nos amaba. Preparó lo que más nos gustaba: papas rellenas para mí y torrejas de plátano para Efraín. Nadie habló durante la comida. Mis hermanos estaban como asustados y apenados, no entendían por qué nos marchábamos, ellos pensaban que se vaya uno está bien pero, ¿por qué los dos mayores? ¿Por qué? Mi madre nos contemplaba en silencio evitando que las lágrimas anegaran sus límpidos ojos de mujer buena, quería alentarnos pero sentía algo que desgarraba su corazón. Al final de la comida les dijo a mis hermanos que Efraín y yo partiríamos temprano a Lima, que nosotros íbamos primero, pero que, pronto, todos estaríamos juntos en Lima. Sus palabras tranquilizaron a mis hermanos y comenzaron las bromas y chistes que amenizaban nuestras reuniones. Rubén unos de los menores me aconsejó: "ten cuidado, no te vayan a vender un tranvía, me han dicho que los limeños son muy sabidos". Mis hermanas lloraban en silencio, asustadas. Esa noche casi todos nos desvelamos y mamá no cesó de darnos encargos y consejos. 

Temprano estuvimos en la estación del ferrocarril y esto sirvió para que mamá nos recomendara ante un señor, que con un mandil blanco y un maletín en la mano se aprestaba a viajar con nosotros. Era el señor Rodríguez, enfermero del tren durante el día y director del diario "El Porvenir" por las noches, amigo de mi papá, él se había afincado en Jauja para atender la salud de su esposa que sufría TBC. Fue providencial este encuentro porque disipó nuestros temores y nos dio seguridad y confianza. Al llevarnos al coche-bufete en atención a su amigo Enrique, que también era escritor, como él, Rodríguez -nos dijo- no se preocupen que "soroche" no les va a dar y además yo les invitaré el almuerzo; así fue que viajamos en primera clase, y además muy bien atendidos por un enfermero que se prodigó a fin de quitamos el susto de esta separación que, en mucho, significó para nosotros el rompimiento del cordón umbilical y la búsqueda de una identidad propia. A partir de ese momento tendríamos que aprender a bailar con nuestro propio pañuelo. 

El viaje fue muy entretenido y revelador y desde Jauja empezó el ascenso del ferrocarril que terminaría en Ticllio a cerca de 5000 metros de altura. Pasamos La Oroya, el centro metalúrgico que explotaba la Cerro de Pasco Copper Corporation, cerca de las diez de la mañana y observamos asombrados cómo todo vestigio de vegetación había desaparecido, mientras una gigante chimenea vomitaba humo letal. Efraín había viajado a Lima en una oportunidad acompañando a mi padre y algo conocía del viaje; Tito sí había viajado con su madre muchas veces y se estaba convirtiendo en nuestro cicerone, indicándonos los nombres de los poblados que cruzábamos velozmente. A partir de La Oroya empezó el ascenso a las cumbres nevadas de los Andes, el tren sufría al subir y subir y parecía que entonaba una lastimera canción: mucho peso... poca plata...., mucho peso... poca plata. 

El tren jadeante avanzaba lentamente para alcanzar el punto más alto de la cordillera: la cima, desde ahí se observaba el majestuoso picacho: el monte Meiggs denominado así en honor al constructor del ferrocarril más alto del mundo y donde flameaba orgullosa una bandera peruana. En este punto se cruzaban los trenes que venían de Lima con los que lo hacían desde Huancayo. Aquí el enfermero Rodríguez se despidió, cambiaba de tren y regresaba a Jauja. Un fuerte apretón de manos y un ¡buena suerte y saludos a Enrique! fueron sus últimas palabras antes de abordar el otro tren. Nos quedamos pegados de la ventana mirando cómo decenas de vendedores ofrecían sus mercaderías a los cansados viajeros. De Ticlio el tren empezó a bajar hacia la costa y mientras devoraba kilómetros, entraba y salía de infinidad de túneles construidos entre cerros de la cordillera para ganar seguridad en el desplazamiento. Al llegar a Matucana un vaho húmedo y caliente nos invadió, empezamos a sudar, la temperatura aumentaba más y más. En Chosica tuvimos que quitarnos las chompas y quedar en mangas de camisa. Todo era nuevo, diferente, excitante, la gran capital se acercaba y nosotros estábamos cada vez más ansiosos. Paramos en Vitarte y después en la Estación de Desamparados y nos pusimos a buscar con avidez el rostro de mi padre. No lo ubicamos, se había retrasado. Decidimos bajar y esperar en la puerta de la estación. Mientras veíamos salir decenas de viajeros cargados de todo tipo de bultos o paquetes, empezamos a admirar  la residencia de Palacio de Gobierno que se erguía majestuosa frente a nosotros. En minutos llegó mi padre, sudoroso, había tenido un pequeño contratiempo que lo retrasó. Tomamos un taxi y marchamos rumbo a la casa, situada en el barrio magisterial, en donde nos instalamos para reiniciar nuestra preparación y terminar las gestiones que nos permitieran ingresar al CMLP. 

Los días se sucedieron con increíble rapidez y llenos de incesante actividad. Pronto nos acostumbramos a ir al colegio Guadalupe donde se efectuarían los exámenes orales y escritos, lugar donde además el Corónel Marín se había instalado para atender todos los asuntos referentes al ingreso. 

Del Guadalupe en tropel marchábamos hacia la Colmena, donde se efectuaban los exámenes médicos y al Estadio Nacional donde se realizaban las pruebas de esfuerzo físico. Pasábamos de una situación a otra sorteando cada uno de los pasos señalados, incluyendo el examen psicotécnico. La selección fue rigurosa tanto en el aspecto de conocimientos, inteligencia, y esfuerzo físico como en el de salud. Acuciosos ojos de diversos especialistas nos examinaron la boca, los ojos, los pulmones, el corazón, etc. Resultaba evidente que querían seleccionar no solamente estudiantes preparados física e intelectualmente, sino fundamentalmente sanos. 

Los exámenes fueron severos y el propio Coronel Marín supervigiló cada uno de ellos; al final nos anunciaron que los resultados serían publicados en una de las vitrinas del Colegio Guadalupe. El día señalado casi no dormimos y temprano         estuvimos en el Guadalupe para saber cómo nos había ido. Efraín había ganado una beca por Junín, Tito se quedó en la puerta y no ingresó. Yo había ganado una beca por Lima. ¡Qué alegría! los dos habíamos ingresado como becarios. Lástima de Tito que de tanto nadar se quedó en la playa. Pero este escollo no lo desanimó, regresó al San José de Jauja y siguió preparándose, esta vez en base a la experiencia ganada, al año siguiente ganó una beca y fue leonciopradino de la segunda Promoción, con la que egresó el año 47 ocupando uno de los primeros lugares del Cuadro de Méritos. 

Tito regresó a Jauja y nos quedamos en Lima preparándonos para internarnos en el CMLP Efraín y yo. Vivíamos con unas viejas tías en la casita del barrio magisterial. Ellas nos proveían de dinero para movilizarnos y sobre todo para ir al cine, Efraín era un fanático de todo tipo de películas y acontecimientos. Siempre fue así, en Jauja seguía todos los eventos deportivos pegado a un viejo radio y conocía de nombre a futbolistas y boxeadores. Días antes de ingresar al colegio se produjo en Lima un acontecimiento boxístico de antología: peleaban el argentino Lowell contra el chileno Godoy, estaba en disputa el cinturón de campeón sudamericano de box en la categoría semi-pesado. No sé cómo hizo Efraín para ir a la pelea. Creo que la tía María Luisa le dio el dinero que necesitaba para pagar su entrada. Los diarios informaron al día siguiente que la pelea fue un "tongo" y que los espectadores enfurecidos incendiaron la tribuna norte del estadio nacional. La primera experiencia de los "grandes espectáculos" no fue para Efraín la mejor, atrapado por una multitud que pugnaba por avanzar y retroceder ante los ataques de la policía, fue víctima de un baño de agua pestilente que le prodigaron los bomberos. Estuvo no sé cuántas horas con la ropa mojada y cuando llegó a casa "volaba" en fiebre. Luego le vinieron una serie de complicaciones en su salud y papá decidió que regresara a Jauja a curarse de sus males, quedé solo en Lima e ingresé al CMLP en la primera quincena de mayo, en reemplazo de Efraín ingresó el tarmeño Juan Carrión Ruiz.


UN PASEITO A LORA BEACH

Asi lo denominó nuestro querido Manuel cuando comenzó a coordinar la reunión anual en la casa de playa de nuestro hermano Miguel (a) La Lora...