lunes, 19 de abril de 2021

ESCOGER

 Por : César Hildebrandt P.T.






Tenemos que escoger entre Keiko Fu­jimori, delincuente metida a la polí­tica para blindarse con ella, y Pedro Castillo, un representante de esa izquierda que estaba convencida de que los tanques soviéticos entraron en 1968 a Praga para liberarla de la conspiración imperialista.

¿Escoger a alguno de los dos?

Pues no escoger a ninguno es una opción éti­ca, quizá la única válida.

Keiko es rapaz, violenta, hereditaria y lo pri­mero que va a hacer es abrirle la reja al ladrón y asesino de su padre. En realidad, ese es su plan de gobierno: liberar a su padre de la condena que se mereció y llenar a la prensa, asustada con sus métodos, con las fotos del “honor fa­miliar restablecido”. En todo lo demás, repetirá el esquema de su pro­genitor: gobernar para las derechas que se lle­naron los bolsillos con sus privatizaciones, su constitución y sus en­juagues. La señora es chancona y limitada: su padre, el fallido se­nador japonés que el electorado de su patria ancestral rechazó, será el de los consejos y las guías. El podrido círcu­lo que evocará a los Joy Way y a los Hermoza Ríos volverá a gobernar este país-campamento. Blanca Nélida Colán tendrá segundas nupcias y Martha Chávez vol­verá a predicar. Es como si el Perú amase su rui­na, como si quisiera que nos volvieran a invadir desde Pisagua, como si disfrutáramos en la in­dignidad. ¿Qué nos dio esa característica? Los historiadores, temerosos, jamás se formularon esa pregunta. No hay respuesta porque jamás nos atrevimos a formular la pregunta. ¿Por qué somos el país de América Latina donde parece estar prohibido hablar de la fatiga del modelo económico neoliberal? ¿Por qué nuestro con­servadurismo huele a naftalina, a miriñaque y a pie forzado? La respuesta, en todo caso, no es académica. La respuesta tiene nombre, sombre­ro, acento rondero. ¿No hay Estado? Pues allí está Castillo y su megaestado. ¿No querían dis­cutir sobre la orientación económica? Allí está la avalancha de votos demandando un cambio de contrato social. ¿Se creían a salvo con su prensa amiga, sus autoelogios, sus espejitos, sus bustos parlantes? Pues ahora sientan el miedo girondino de 1789.

Votar por Keiko Fujimori es decirles a los pe­ruanos que los muertos de La Cantuta, Pativilca, Barrios Altos no valen un carajo. Es decirnos que las decenas de millones de dólares encon­trados en las cuentas extranjeras de Montesinos son algo que debemos, mismo valsecito, saber perdonar. Es decirle al Perú que el hundimiento de las instituciones en un lago de estiércol fue un error olvidable. Es decirnos que no valemos nada, que nos merecemos la reincidencia en la infamia, la repetición de la deshonra.

Keiko Fujimori no ha pedido perdón en nom­bre de su padre. Al contrario: reivindica sus ac­ciones y alaba su gestión calificándola, todavía, como “el mejor de los gobiernos de la historia del Perú”. El mensaje es claro: podría imitar al padre en todo aquello que ella, dentro de sus li­mitaciones intelectuales, más admira. Es decir, la mano dura entendida como el desprecio por el reparto del poder, el populismo como teatra­lidad, el remedo de la compasión social mien­tras se mantiene la estructura de la desigualdad extrema.

Votar por Keiko Fujimori es borrar de la me­moria que Fujimori emporcó el congreso, ocupó el poder judicial, neutralizó el Tribunal Constitu­cional, corrompió a la prensa, pudrió a los mili­tares de las tres armas, engulló a los organismos electorales (por eso pudo organizar el fraude del año 2000), compró congresistas al peso, conde­coró a los miembros del grupo de asesinos llama­do “Colina” y terminó premiando a Montesinos con quince millones de dólares de CTS sacados del erario público y, más tarde, fingiendo que iba a Brunéi cuando lo que pensaba hacer era que­darse en Japón y renunciar por fax al cargo que había usurpado con la re-reelección.

¿De qué tamaño colosal debe ser la indigni­dad para poder elegir a la hija de ese monstruo como la primera mujer que ocupe la presidencia de la república? ¿De qué estamos hechos los pe­ruanos para que las puertas de ese drama se nos abran como posible salida? No tengo respuesta. Me avergüenza imaginarla.

Frente a la albacea de la corrupción fujimorista está Pedro Castillo, un señor que está con­vencido de que el Sputnik acaba de ser lanzado como el primer satélite y que también viene Yuri Gagarin. Si ganara la presidencia, seguro que esperaría la felicitación de Kruschev y, cómo no, la de Mao Tse Tung.

Eso no es lo más pre­ocupante de Castillo. Lo menos claro, todavía, son sus relaciones con el SUTE-Conare, eje de la huelga magisterial del 2017, de la que Cas­tillo emergió como líder potencial. Es cierto que ha negado ese vínculo, que el Conare ha cam­biado de nombre y que las acusaciones documentadas de Basombrío tienen cuatro años de antigüedad. Pero lo menos que se le pue­de exigir a Castillo es que haga un deslinde absoluto con Conare, Movadef y el senderismo. Digámoslo de una vez: Sendero Lumino­so no fue el movimiento guerrillero que luchó por instaurar un país más justo. Si eso hubiese sido así, Guzmán sería, para muchos, un De la Puente Uceda, un Hugo Blanco. Lo que Sendero se propuso fue hacer de Lima una Phnom Penh y del país una Kampuchea andina donde se ha­bría exterminado a un tercio de la población. De modo que tenemos todo el derecho de ser intransigentes en ese punto. Nada con el senderismo y sus cómplices encubiertos. Nada con el fujimorismo y sus secuaces.

Capítulo aparte es recordar el triste papel que Patria Roja y su aburguesamiento como dueños de la Derrama y compradores de “Crisol” juga­ron en el ascenso de un amplio sector magiste­rial radicalizado. Eso de imitar a Jin Ping en el Perú de la injusticia puede ser fatal.

Gracias a Josefina Townsend y Renato Cisneros, sostuve en una entrevista esta semana que lo más probable es que Keiko Fujimori obtenga la presidencia. Si así fuera que no crea la jefa de eso que la Fiscalía llama “organización criminal” que aquí temblaremos. Nos enfrentamos a su padre, bastante más inteligente y astuto que ella. Lucharemos contra sus propósitos desde esta modesta trinchera sostenida por nuestros lectores. Que no le quepa duda.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 535 del 16/04/2021  p10

sábado, 3 de abril de 2021

VERGUENZAS

 Por Cesar Hildebrandt P.T.



Vergüenza. Pero no la ajena, esa que no nos toca ni lesiona. En este caso es vergüenza paisana, nacional, nostrísima.


Vergüenza de llegar a los 200 años de república con candidatos como Rafael Santos, sicario apenas oral de Rafael López-Aliaga. ¿De dónde sale un tipo así? ¿Cómo se fabrica ese aspecto de ruindad? Como diría un huachafo: Santos sale de las entrañas mismas del Perú. Son los buscones que hemos creado malbarateando la política y vendiéndosela a los pobres diablos por un plato de lentejas. Somos un país equivocado.

Vergüenza por López-Aliaga, que de célibe empeñoso pasó a ser virgen cerebral, que de millonario en concesiones pasó a ser indigente de ideas. ¿Qué periodista de Willax le escribió, con letra enredada, lo que casi no podía leer este infeliz? ¿A quién creyó que podía engañar recitando fichas ajenas? La derecha peruana de talante religioso y ultracatólico alguna vez tuvo a José de la Riva Agüero y Osma como representante. Ahora debe contentarse con López-Aliaga. Es como pasar de un Mercedes a un triciclo cargado de chatarra.

Vergüenza por Hernando de Soto, que conmovió con su trémula vejez y sus delirios de protagonista retroactivo. Es una buena persona, un ensayista reconocido, un intérprete novedoso de cierto aspecto de la realidad peruana, pero el tiempo ha hecho su malévolo trabajo y el resultado es este monólogo refundador que no se sabe qué quiere decir, a dónde se dirige, qué metas persigue. Un gobierno de De Soto sería como el que en Alemania presidió, anciano y enfermo, Paul von Hindenburg y que terminó, como ya sabemos, con Hitler en el poder. La llamada república de Weimar duró quince años en Alemania. La nuestra, tan frágil como aquella, lleva 199 años de existencia.

Vergüenza por César Acuña, que demostró por qué tiene que plagiar tesis y libros. El milagro económico del Perú no es el PBI mentiroso ni la reducción, oficial y deleznable, de la pobreza. El verdadero milagro es que un semianalfabeto pueda fundar universidades que lo hacen millonario y poderoso.

Vergüenza por Ciro Gálvez y Pedro Castillo, representantes del folklorismo de izquierda que la derecha necesita. Una izquierda así de aldeana, así de ensimismada, así de telúrica, es la que puede arrancar algunos aplausos condescendientes en el periodismo tradicional. Ni Gálvez ni Castillo aspiran a la presidencia. Lo que quieren es una mención en cursiva al pie de alguna página. Estoy convencido de que ni siquiera eso lograrán.

Vergüenza por Alberto Beingolea, que dijo como metralleta todo lo que la derecha bruta y achorada dice despacito para que la entiendan bien. O sea: el-Estado-es-malo, lo privado-es-buenísimo, la-Constitución-fujimorista-no-se-toca. Chancón de a 20, Beingolea tiene la inteligencia de los siervos obedientes y recita de paporreta lo que Luis Bedoya Reyes improvisaba como el Pinglo del argumentario conservador que era. Cree Beingolea que estamos en el siglo pasado y que la derecha debe seguir con su mensaje inmovilista y terco. Ignora este señor que la casa matriz del partido que él representa, es decir, Alemania, ha empujado a la Unión Demócrata Cristiana hacia el centro y que ese viraje es el que ha permitido a la señora Merkel gobernar desde el año 2005. Beingolea cree que Pedro Beltrán está vivo y que si repite teatralmente la lección en público será entrevistado por la revista “7 Días”. Si supiera escribir, seguro que Beingolea le mandaría textos a Arturo Salazar Larraín, a quien también debe creer vivo y coleando.

Vergüenza por Keiko Fujimori, la cabal demostración de que mi país tiene vocación de podre. Escucharla hablar de sus propuestas para combatir la corrupción es como escuchar a Mesalina hablar de la castidad, como escuchar a La Rayo hablar de la honradez, como escuchar a Magaly Medina dar una cátedra sobre el derecho a la privacidad. Que esta expresión del herpes fujimorista intente por tercera vez apoderarse del Perú para hacer con él lo mismo que hizo su padre delincuente, dice mucho y mal de nosotros. Dice lo peor de todos nosotros. Dice, en suma, que la ignorancia tiene un lado políticamente repugnante.

Vergüenza por Ollanta Humala, que habló como si nadie recordara lo de Odebrecht y nadie supiera que su gobierno –el suyo o el de Nadine Heredia, no importa– fue uno más de los tantos regímenes avalados por la Confiep y los empresarios voraces que allí se parapetan. El señor Humala recibió el elogio de “El Comercio”, que así premió su “sensatez y moderación”. Lo que ensalzaba, en realidad, era la castración política que los nacionalistas padecieron desde que firmaron el compromiso aquel de ceñirse a los marcos constitucionales de 1993. Mario Vargas Llosa contribuyó a emascular a Humala. Quien realmente nos gobernó entre el 2011 y el 2016 fue Pichula Cuéllar.

En fin, vergüenza por Alcántara, que ratificó su inexistencia, y por Forsyth, que confirmó que los únicos palos que domina son los que al parecer le han dado para ser la pantalla de un nuevo seudónimo de la vieja derecha. Y mucha vergüenza por el fugitivo Vega, que leyó con voz de susto su adiós irrelevante. No hay nada peor que te vayas de donde no te han echado y que, encima, nadie te eche de menos. ¡Y pensar que alguna vez, en 1994, cuando vivía en Madrid, fui mensajero de Pérez de Cuéllar en Lima para alistar su candidatura por la UPP!

Y mucha, pero mucha vergüenza por los periodistas que hicieron de moderadores y que se hicieron cómplices públicos del señor Santos en su exhibición de matón del barrio.

Los demás se portaron como candidatos y cada quien juzgará sus propuestas, la viabilidad de sus promesas, la consistencia de sus planes.

Lo único que puedo añadir es que esta elección terminaría de ser una pesadilla si en este momento, al escribir estas líneas, la segunda vuelta fuera un coto exclusivo de la derecha y la centroderecha. Debemos agradecer que haya una opción de izquierda para la hora de las definiciones. No importa lo que diga la caverna de siempre ni cuánto quieran manipular las encuestadoras. No hay que tenerle miedo a quienes nos impusieron, con tanques en la calle, el neoliberalismo sin hospitales ni oxígeno ni ucis. No habrá segunda vuelta de verdad ni debate serio al que asistir si la izquierda no tiene una representación. Piénsenlo bien. He llegado a este convencimiento después de una profunda reflexión y tras leer la columna que Pedro Francke publica en esta edición. Ese texto supone un compromiso público de no repetir en el Perú experiencias desdichadas como la del chavismo ni ensayar entre nosotros la ingeniería social, siempre opresiva, del socialismo de raíz marxista.

UN PASEITO A LORA BEACH

Asi lo denominó nuestro querido Manuel cuando comenzó a coordinar la reunión anual en la casa de playa de nuestro hermano Miguel (a) La Lora...