Por : César Hildebrandt
Qué bien que los jueces suizos se hayan puesto en el pellejo de Paolo Guerrero. Qué bien que le hayan enmendado la plana al TAS, a la WADA y a la FIFA. Qué bueno que el mejor de nuestros jugadores vuelva al equipo.
Pero me asusta esta ola de chauvinismo pelotero que ya nos pone en octavos de final, para empezar, y en cuartos de final, qué se creyeron.
El delirio ha crecido. Una cosa es tenerse fe, luchar por ganarse un puesto, esperanzarse con los pies aterrizados, alegrarse por la dificultad superada, y otra muy distinta es vencer de antemano y campeonar precozmente en el espejo de Alicia y en el charco del narcisismo embanderado.
No hagamos el ridículo una vez más. La decisión del tribunal federal suizo es la más insólita de la historia del fútbol. Démosle gracias a la jueza que la emitió de modo tan taxativo como provisorio. Pero que esa gracia en la que nadie confiaba no se vuelva pretexto para los excesos de la imaginación. Seamos patriotas de otra manera.
Lo más exótico es que el fútbol irrumpe en la política y se convierte en el pegamento de un país dividido en mil sectas y enésimos clanes. Y todo el mundo quiere morder el rico pastel: los congresistas que nos avergüenzan, los que desprecian la pluralidad cultural del país, los empresarios que le venderían al vecino sureño hasta las zapatillas de la abuela. Todos dicen, como antes, arriba Perú y no nos ganan, venceremos a todo rival.
Somos un equipo mediano con grandes aspiraciones. Llegamos por nuestros méritos y con alguna intervención del azar y la casualidad y hemos crecido enormemente. Nos miran con curiosidad y respeto. Eso es lo que somos. Y es bastante.
Pero también somos un país con altas tasas de anemia infantil, una república fallida, una democracia de bajo perfil, un archipiélago de desencuentros. Que no nos vengan ahora a decir que nuestro cociente intelectual debe irse de vacaciones para entregamos, sin protesta, al frenesí del fútbol y vivir 30 días en trance hipnótico mientras Puno para y Cusco sigue protestando.
Qué bueno lo que ha pasado. Pero esta marcha de banderas y estas fiestas de escarapela deberían darse también defendiendo al país de tanto zángano, de tanto farsante, de tanto corrompido.
Salimos a las calles a gritar por Guerrero y eso está muy bien. Pero también debimos salir a la calle cuando nos enteramos de lo de Toledo y cuando supimos lo de los Heredia-Humala y cuando nos dijeron qué había pasado con Kuczynski y sus trampas de banquero yanqui. Otro sería el Perú si hubiéramos salido a tiempo cuando Fujimori hacía de las suyas con el Tribunal Constitucional y aun antes, cuando Alan García se hacía rico, groseramente, a costa del Estado. Otro país seríamos si la calle sirviera también para que los políticos se enteraran que no somos unos pobres diablos dispuestos a tragamos el sapo de la corrupción con cualquier distracción. En la OCDE, donde ya está Colombia y hace rato que está Chile, en la OCDE estaríamos si nuestro patriotismo no fuese sólo el del fútbol. Distinto sería todo si amásemos este país nuestro con las mismas entrañas con que gritamos el gol que Guerrero convirtió gracias a la mano de Ospina.
Gran cosa es el fútbol. Es el paraíso más próximo, la venganza de nuestros fracasos, el arte de la juntedad, la maquinaria que funciona mejor si alguna de sus piezas enloquece. Es belleza y coraje. Es el sustituto civilizado de la guerra. Es el premio consuelo que el instinto de crueldad inventó. Es lo que nos impide matar a tanto miserable. Es psicoanálisis tumultuario. Es erotismo en mancha. Es casi sexo a la intemperie. Es la compensación de los modestos. Una cancha podría ser sembrada con marihuana medicinal porque el fútbol es la única adicción casta. Todo eso y mucho más es el fútbol. Lo único que no puede ser el fútbol es sustituto de país. Volvamos a la realidad. Dejemos que los vivos crean que nos engañan. No demos pena otra vez. Sobrios, sin jactancias, sin profecías grandilocuentes: así nos quieren más.
Fuente: “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 399, 01/05/2018 p. 5
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