“SESENTAISÉIS AÑOS DESPUÉS”
Año 1959, Manuel Pazos sentado en una banca de fierro con
asiento de madera, frente a la pileta del Parque Municipal de Barranco,
meditaba a sus catorce años, admiraba a la ninfa que estaba al borde de la fuente
y sonreía porque de muy niño soñaba con que ella despertara de su letargo, para
así poder decirle que la amaba. “Te dejaré de ver por un buen tiempo mi adorada
deidad, voy a que se cumpla uno de mis mayores sueños, ser cadete del Colegio
Militar Leoncio Prado”.
Mientras Jorge Seminario recorría su barrio en la localidad de
Trujillo, se le veía feliz. “Sí mi querida tierra volveré de uniforme, lo juré
y ya se cumplió”. Carlos Verano en su querido Rímac, barrio criollo y de
grandes deportistas cavilaba y se decía para sí “Cumpliré mi sueño y el de mi
padre, seré el segundo hijo cadete del Leoncio Prado. Mientras yo el Pelón de
Barrios Altos sentado sobre una piedra que reemplazaba a un parante del arco en
la Pampita de Barbones, me repetía: “cadete del colegio militar…cadete del
Leoncio Prado… ¿Pucha qué dirán mis patas de la Calle Gigantito?
Y así todos los que habíamos ingresado no despertábamos del
sueño cumplido como Napo en Iquitos, Samuelito Pecho en el Callao, Willy
Peralta en Arequipa, Pedro Berrocal en Ica, etc., etc….
Durante el concurso de admisión ya habíamos hecho amistades, nos
alegramos ver a quienes ingresaron y sentimos tristeza por quienes conocimos y
no alcanzaron vacante. Quién nos diría en esos inolvidables días del inmenso
amor fraterno que nos profesaríamos hasta hoy que cumplimos sesenta y seis años
de haber egresado. Siempre en nuestros más bellos recuerdos los días
interminables del mes de “cautiverio” (adaptación). Todos tenemos recuerdos
especiales de nuestros primeros días de canes: No conocer presa en el almuerzo
ni en la cena, ni qué decir de los melocotones sólo degustábamos la miel, todo
lo contrario, el jefe de mesa que era una “Vaca” quien los aglutinaba en dos
platos hondos, para él y su “causa” de quinto año.
El camarote de Octavio Merino (arriba) y de Rodolfo Mendoza
(abajo) el siguiente camarote era de Mindreau y Morales.
Todo el mes de abril de 1959 sería de cautiverio. Mientras
afuera de nuestro Cuartel Guardia Chalaca continuaba la rutina que vivían los
soldados que hacían guardia en el ingreso a nuestra alma mater, las olas del
mar nos saludaron bien temprano reventando con furia marina como vivando a la
gloriosa y nueva promoción, la Decimosexta, la inolvidable, la reconocida como
la más unida de todos los tiempos y las gaviotas de siempre que van y vienen en
los cielos de La Perla – Callao sobrevolando toda el área del CMLP jugueteaban
entre ellas aleteando con furor, con alegría, como diciendo “Bienvenidos nueva
promoción estaremos durante tres maravillosos años en una compañía inolvidable,
su estadía será vibrante en armonía, en amor fraterno, en unión de camaradas y
en la partida, en el hasta luego será melancólica, triste, dolorosa por no
volver ya jamás a verse algunos pero no faltará quienes logrando los sueños,
cumpliendo sus anhelos…volverán…retornarán como nosotras las aves que amamos
este bello lugar, este centro de estudios y cuartel de hombres de bien… un
hermoso recinto de gran amistad…de una grandiosa hermandad que jamás morirá
porque vuestro confraternidad es inigualable. Será siempre eterna… ¡Hasta el
último hombre!
Siempre estarán presentes en nuestra memoria ese imperecedero
primer mes de adaptación, fuimos conociéndonos poco a poco, fuimos encontrándonos
entre hermanos de la misma sangre. Primero por simpatía, luego por nuestros
corazones que se van compenetrando, ya no en compañeros de estudios sino en una
hermosa hermandad que perdurará eternamente. Ni la muerte podrá separarnos,
siempre estamos juntos, recorriendo el tramo de las cuadras al patio de
formación para los desayunos, almuerzos y cenas y después las aulas, centros
del saber, que nos van ilustrando, enseñando. Todo será siempre formación de
sección por sección, conformando el batallón de cadetes de tercero, cuarto y
quinto año del Colegio Militar Leoncio Prado.
Cuando me pongo a recordar, cuando quiero volver hago siempre lo
mismo, me siento en mi sillón favorito, cierro mis ojos, mis manos en el pecho
y vuelvo, retorno a esos tres años maravillosos, vuelvo a ver a Merino fregando
al chinito Koo Wong, fastidiando a Pedro Berrocal, gritando a Carecostra… ¡MI
SUBOFICIAL...AQUÍ ESTÁN HACIENDO DESORDEN!
Superamos el encierro, cada cuadra tenía por tradición aquel
zambito que era bromista, alegre, bonachón y que alegraba el ambiente. La
primera sección tuvimos la suerte de contar con nuestro querido e inolvidable
Carlos el loco Verano, que bailaba, contaba cuentos haciéndonos olvidar la
lejanía de casa. Muchos hermanos gracias a estas formas de ser logramos
soportar los 30 días de sacrificio, sólo veíamos la pista central, el
auditorio, el pabellón central y la Capilla donde devotamente nos acercábamos
al Dios de Abraham. Tercer año ¡Cómo olvidarte…siempre presente!
Los chivos tenían su momento de inicio de mando, nos visitaban
en las cuadras con la benevolencia de las vacas y se mandaban con “ángulos
rectos”, recuerdo que nuestro chinito KO fruncía el ceño, ponía su cara de
“chino malo” haciendo que los chivos se chuparan y jamás lo hicieron cuadrar
para revisarle las caponas, cristina bien puesta, por seguridad lo ignoraban.
Nuestros conocimientos militares en cada sábado de campaña
militar la fuimos asimilando y nos convertimos en excelentes soldados.
Maravilloso, no fueron maniobras simples, retornábamos llenos de sudor, barro y
llenos de arena.
Recibir los fusiles fue todo un rito sagrado, era nuestro más
amado y preciado bien militar que cuidábamos como si fuera de oro, nuestra arma
fue el más importante compañero porque nos salvaría la vida, nos ayudaría a
ganar los enfrentamientos con el enemigo. Cuando vestimos por primera vez el
uniforme de cadete de tres hileras de botones dorados fue todo un
acontecimiento el día viernes no dormimos, hubo un generoso intercambio de
prendas para que cada uno salga de paseo vestido impecablemente. El día domingo
fuimos a misa en la iglesia de nuestro barrio y “barrimos” a los rivales de
amor, las chicas se morían por acercarse y ser saludadas, más aún pasear por el
parque con el elegante cadete leonciopradino. O sea, yo y/o ustedes camaradas.
Imposible olvidar las salidas del auditorio,
terminada la película de los viernes. La vacas y chivos nos esperaban para
rapartirse el botín, las camas y borceguíes nos aguardaban para tenderlas y
embetunarlos. Los visitados en el primer mes de adaptación por hermanas, amigas
preciosas los domingos ya estaban seleccionados y ellos no tenían las tareas de
nosotros los que no recibíamos esas visitas. No olvidaré el primer bimestre al
recibir nuestras notas de los examenes. Algunos canes de mi sección se
sorprendieron al recibir mi cordón de distinguido, esa salida fuimos muy
felices los cadetes de honor y distinguidos, cordones dorados y rojos
resplandecían en nuestros hombros izquierdos viéndose más hermoso nuestro
escudo del CMLP.
Tercer año tiene su período de adaptación al
principio, una etapa que jamás olvidamos, pero no deja de ser anecdótica y es
el que siempre guardamos como algo especial en nuestras vidas ya que sí
sufrimos, más que nada por el cambio de nuestra rutina escolar, por el
alejamiento de la familia, por empezar a conocer el duro régimen militar, no
ingresamos a un colegio de monjas, postulamos libremente a un colegio militar y
cuando lo asimilamos puedo asegurar que fuimos felices en esta etapa de
leonciopradino, es un orgullo haber ingresado al Colegio Militar Leoncio Prado.
Orgullosos de quienes se perfilaban como los estudiantes
estrellas, debido a sus inteligencias y dedicación, tenemos General de División
E.P. presidente del Comando Conjunto de las FF. AA., ministro del Interior,
oficiales de alto mando en las FF.AA, Presidente del Congreso de la República,
así como también Diplomático de carrera, abogados, excelentes médicos,
oficiales de investigaciones PIP. Y otras carreras profesionales en las que han
destacado dejando en alto a nuestra promoción y Colegio Militar Leoncio Prado.
Llega el fin del año escolar y militar de tercer año y con toda
sinceridad puedo asegurar que salimos de vacaciones completamente orgullosos y
felices de ser parte de un excelente colegio militar. Hoy extrañamos nuestra
rutina diaria, nos acostumbramos a ser soldados de la patria y estar preparados
para defenderla en el momento que se requiera. Nosotros los leonciopradinos,
estudiábamos y hacíamos el servicio militar a la vez.
Quedaba atrás nuestra gran experiencia de canes (novatos) un año
de subordinación y constancia, ya estábamos preparados para comandar.
Retornaríamos después de tres meses a nuestra alma mater con la debida
experiencia, sí mejoramos la tradición porque no fuimos abusivos, nuestros
deportistas demostraron su gran calidad en los diversos certámenes en los que
superamos a nuestros clásicos rivales y logramos el récord de mayores cordones
de honor.
Sí, han transcurrido sesenta y seis años desde que dejamos con tristeza
nuestra alma mater, la nostalgia está siempre con aquellos adolescentes que
vivieron tres años de inmensa felicidad entre blancos, cholos y negros, porque
nuestro inolvidable colegio militar es… ¡Cuna de Todas las Sangres!
¡Seguiremos brillando,
siempre, como azul hoguera!
Continuará con el segundo año…
Rodolfo Mendoza
XVI
CMLP
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