Por : César Hildebrandt
Da miedo salir de vacaciones.
Siempre suceden cosas.
El 31 de diciembre el Fiscal de la Nación quiso dar un golpe de estado.
Tal como se lo habíamos advertido en esta modesta revista, la calle le respondió. Chávarry se asustó, los fiscales de peluche que se prestaron al cuento salieron corriendo y la maniobra abortó.
Casi simultáneamente hemos asistido a la recomposición del Congreso gracias a las sucesivas deserciones ocurridas en Fuerza Popular y al intento de censurar a Salaverry, operación esta última bloqueada por ahora.
¿Qué conclusiones sacar?
La primera es que la mafia enquistada en el Ministerio Público ha empezado a salir de verdad. Si eso termina de lograrse con el liderazgo de Zoraida Ávalos, habremos dado un gran paso. Eso hará que el Poder Judicial vigile muy de cerca a su presidente, un magistrado que siembra dudas por donde pase.
La segunda conclusión es que Fuerza Popular ha dejado de ser la maquinaria colosal que intimidaba y había establecido un gobierno en la sombra a despecho de su derrota electoral. El partido que lideraba una mujer rencorosa en nombre de una turbia dinastía, el partido de la nada programática y el balbuceo populista, se extingue poco a poco. Escuché a Carlos Tubino explicando las bajas en el equipo y tuve una idea clara del origen de esa decadencia. Tubino es un fantasma que nada tiene que decir y que se demora para decirlo. Es un fantasma en una casa donde han empezado a penar. El nuevo local de Fuerza Popular podría ser la casa Matusita.
No han sido solo los errores políticos de la señora Fujimori los que explican esta implosión. Bastó que dos fiscales empecinados siguieran la huella del dinero para que comprobáramos lo que ya sabíamos: que la corrupción es parte del ADN fujimorista, que los malos hábitos no fueron un episodio del albertismo. Lo hemos dicho más de una vez: el fujimorismo nació robando donaciones y terminó robándonos la Constitución.
Pero es hora de decir algo que puede ser incómodo. Y es hora de formular algunas preguntas. ¿Cómo es que el fujimorismo puede estar vigente a pesar de tantos años de malas andanzas y tropelías? ¿Cómo es que para evitar a Keiko hubo que votar por un hombre como Kuczynski? ¿Qué explica la podredumbre chalaca, la entronización de los cuellos blancos, las decenas de gobernadores y alcaldes ladrones? ¿De dónde vienen esos lodos tenaces?
¿Cómo es que en la mitad de las obras públicas terminamos encontrando corruptelas? ¿Por qué los últimos ex Presidentes y la exalcaldesa de Lima están sometidos a sospechas legítimas, cuando no a certezas fulminantes? ¿De qué pozo séptico vienen estas vaharadas de inmundicia?
Hay que decirlo: vienen del Perú profundo. Del patán que se salta la cola, del empresario que compra una rezonificación, del alcalde que se la vende, del que abusa de su posición de dominio, del escritor que plagia y es protegido por su mafia gremial, del taxista que se pasa una luz roja, del que lanza una cáscara de naranja desde un coche, del club de la construcción, de los abogados testaferros, de los funcionarios públicos con cuentas en Andorra, de los concejales que lo primero que hacen es aumentarse el monto de las dietas, de los congresistas que aplauden protocolarmente, de los lobistas que plagan el Congreso, del que calibra su balanza para robarte 50 gramos por cada kilo, de los seguros que se niegan a pagar lo que se comprometieron a pagar, de los opinólogos que sabiendo quién era Chávarry lo defendieron por lo que encarnaba, de los traficantes que invaden cerros y tierras del Estado para lotizar y revender, de las señoras que se meten un perfume en la cartera si no hay cámaras a la vista…
La corrupción no es un invento de los políticos. Viene de lejos. Terminará matándonos como país si seguimos consintiéndola. Por eso estas dos últimas semanas han sido importantes. Porque pueden ser el comienzo de una revolución de la limpieza. Lo que el Perú pide a gritos es un diluvio de desinfectante, un Niño de lejía.
Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 427, 11/01/2019 p9
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