Por :
César Hildebrandt.
04.10.2019
La
semana pasada denuncié que la mafia había dado un golpe de Estado y que al
presidente Vizcarra “le faltó pueblo, garra, cojones, brillos, asesores, planes
y sinapsis” para evitarlo.
Hoy
tengo que tragarme esas palabras. Nada me complace más que saborear esa
deglución remordida y reconocer que Martín Vizcarra hizo esta semana lo único
que cabía hacer ante la embestida del aprofujimorismo, esa alianza forajida que
hizo del Congreso un muladar.
Vizcarra
intentó, ingenuamente y hasta el último momento, negociar, conversar, llegar a
acuerdos mínimos. Confió en Salvador del Solar y este trató de obtener una
agenda mínima de consensos. Nada pudo lograr. Un partido que procede de
saqueadores autoritarios, como es Fuerza Popular, y otro que proviene de los
grandes asaltos a caudales públicos, como es el Apra, no eran interlocutores
confiables. Y lo demostraron.
Cuando
la Comisión de Venecia todavía estaba en Lima, vino la orden desde el penal de
mujeres de Chorrillos: el proyecto de adelanto de elecciones debía encarpetarse
¡ya!
¿Pero
eso no debía hacerse en un pleno? ¿Pero no debían antes esperar el informe de
la mismísima Comisión de Venecia?
-¡Carajo!
-dijeron desde la prisión. ¡Esas son formalidades que no deben tenerse en
cuenta!
Entonces,
Rosita Bartra encarpetó el proyecto, impidió que hablaran quienes se le oponían
en la Comisión de Constitución y, en medio del escándalo, cerró el trámite en
tiempo récord. El diario “Expreso”, vocero de la derecha más vieja y del
fujimorismo de toda la vida, tituló, triunfante: “Jaque Mate: Congreso hizo la
única jugada que le quedaba contra el Ejecutivo”.
Vizcarra
había recibido el enésimo mensaje del poder aprofujimorista, ese dúo
penitenciario que tomó el Congreso no para producir legislatura sino para
demostrar poderío y soberbia y sabotear las reformas propuestas desde el
Ejecutivo y la lucha contra la corrupción empeñada desde el Ministerio Público.
Total,
habían echado a Kuczynski. ¿Qué se creía el mestizo y provinciano Vizcarra?
¿Que él podría salir del yugo? ¿Qué no pasaría por la sumisión, el
agachamiento, que no pagaría el delito de estar en Palacio que debía ocupar la
hija de quien pudrió el país? ¿Qué se creía el mestizo y provinciano Vizcarra?
¿Que él podría salir del yugo? ¿Que no pasaría por la sumisión, el
agachamiento, que no pagaría el delito de estar en el Palacio que debió ocupar
la hija de quien pudrió el país?
Hundido
el proyecto del adelanto de elecciones, quedaba el siguiente paso del asalto
final: el Tribunal Constitucional.
A
Marianella Ledesma le ofrecieron quedarse si votaba por la libertad de Keiko.
No aceptó. Había que sacarla. Había que expulsar también a Espinosa-Saldaña, otro
réprobo. Por eso el apuro de infectar con su gente el TC.
No
sólo era la libertad de Keiko la que estaba en juego. En nuestra pasada
edición, Alonso Ramos describió por qué el TC era vital para el
aprofujimorismo. Si Vizcarra se atrevía a cerrar el Congreso, lo primero que
vendría –señalaba la premonitoria nota- sería una demanda competencial ante el
TC, una apelación ante la OEA y una denuncia por delito de rebelión. Todo lo
que el gamonal Olaechea, señor de sus viñedos, ha anunciado en estos días.
Volvamos
al lunes histórico. El presidente de la república, convencido de que su destino
era el basurero si asistía pasivamente al golpe de Estado metastásico impuesto
desde una celda de Chorrillos, se jugó entero.
Y
fue Salvador del Solar, que esta vez estuvo a la altura de las circunstancias,
quien logró colarse en la sentina congresal para plantear, en los diez minutos
que le cedió Gino Costa, la cuestión de confianza.
Para
llegar a eso el primer ministro tuvo que aceptar la humillación de una puerta
cerrada durante más de una hora, las advertencias de Olaechea, la zafiedad de
la Chacón, las amenazas de la Alcorta en una escena sin precedentes y que,
probablemente, no volveremos a ver jamás.
En
fin, la cuestión de confianza estaba allí, dramáticamente formulada en menos de
los diez minutos concedidos y a la espera de una respuesta.
Fue
en ese momento que el fujimorismo cometió el peor error de su reciente
historia.
Rosa
María Palacios lo ha explicado para los profanos en derecho: “Discrepo con el
presidente Vizcarra sobre una negativa exclusivamente fáctica de la cuestión de
confianza. Esta también fue jurídica. Antes de poner al voto el nombramiento de
Gonzalo Ortiz de Zevallos, el Congreso votó una cuestión previa. ¿De qué se
trató? De decidir si el Congreso atendía la cuestión de confianza presentada
por él presidente del Consejo de Ministros de forma inmediata (como fue
solicitada) o si se rehusaba a atenderla y continuaba con el proceso de
nombramiento de magistrados. La cuestión se puso al voto. Y 80 congresistas
dijeron “no”.
Sus
nombres quedaron en la pantalla. Fuerza Popular, sus aliados y la
vicepresidenta se rehusaron a atenderla cuestión de confianza. Uso el verbo
“rehusar” intencionalmente. No sólo porque eso es tácticamente lo que hicieron
sino porque es el verbo exacto que usa la Constitución en el artículo 133
cuando dice: “si la confianza le es rehusada... se produce la crisis total del
gabinete”. ¿Se votó o no se votó? Se votó. Y Salvador del Solar... perdió la
votación y por mucho”.
Horas
después, ante el aviso de que Vizcarra estaba dirigiéndose al país, el Congreso
capturado por el crimen simuló una repentina aceptación de la cuestión de
confianza con 50 votos a favor. Ya era tarde. Como dice Palacios: “La primera
negativa era suficiente para que Salvador del Solar presentara su renuncia como
le ordena la Constitución. Así lo hizo. El presidente Vizcarra solo tenía que
decidir si usaba o no la facultad que le daba la Constitución en el artículo
134. La usó. ¿Cuál es el golpe de Estado si ellos mismos votaron para que
cayera el gabinete Del Solar? La disolución del Congreso es la consecuencia
directa del voto de más de 80 congresistas”.
-Es
un golpe de Estado -dicen los que aplaudieron el auténtico golpe de Estado del
5 de abril de 1992 (la CONFIEP, la prensa que echa de menos a Fujimori, los
“constitucionalistas” allegados a la mafia, los jurisperitos asustados por el
“riesgo institucional”, los “analistas” que siempre demostraron ser benévolos
con los desmanes del Congreso.
Por
supuesto que lo que ha pasado no es un golpe de Estado. El verdadero golpe de
Estado fue el que, tras perder las elecciones por un puñado de votos, decidió
dar Keiko Fujimori el día en que anunció al país que, desde el Congreso, iba a
cumplir con su programa de gobierno.
Y
eso fue lo que hizo ante la debilidad culposa y trémula del señor Kuczynski. Y
eso fue lo que quisieron hacer ahora. Lo que pasa es que Vizcarra no quiso
pasar a la historia como un pobre diablo y dijo, a última hora, en los
descuentos, ¡basta! No es que la disolución constitucional del Congreso sea una
medida popular.
Eso,
siendo importante, no basta. Es que se ha hecho respetando lo trazado por la
Constitución. Vizcarra no ha querido ser aquel Belaunde Terry que fue devorado
por el Congreso apro-odriista.
-Soy
un demócrata-decía don Fernando, explicando así por qué no hacía uso del
derecho constitucional que le hubiera permitido convocar nuevas elecciones
parlamentarias ante la retahíla de censuras a ministros dictadas por la
malhadada coalición de la derecha fisiocrática de aquel entonces. Todo eso
terminó en un verdadero golpe de Estado, el de los militares reformistas que
terminaron devolviéndole el poder, en 1980, a quien habían derrocado en 1968.Se
trata de la primera disolución del Congreso no realizada por un gobierno de
derechas sino por uno de centro. Siempre fueron los sectores conservadores los
que irrumpieron en el hemiciclo y apresaron o exiliaron a quienes encarnaban
alguna herejía popular.
Dicen
los socios tácitos del fujimorismo que Vizcarra es un dictador. Se trataría de
un dictador muy original. Uno que propuso recortarse el mandato, uno que
convoca a elecciones legislativas para enero, uno que no podrá reelegirse, uno
que permite que Pedro Olaechea lo insulte todos los días, uno que no espera
nada de la prensa (y mucho menos de la tele, masivamente contaminada), uno que
no envía recados al Tribunal Constitucional, uno que no ha tocado ni el Poder
Judicial ni el Ministerio Público, uno que no dijo ni palabra cuando su
vicepresidenta “juró” como presidenta de la república en el Congreso disuelto
(cargo que mantuvo durante 20 horas y al que renunció despavorida).
La
auténtica dictadura era la del Congreso. Y ese era un régimen dedicado a
defender a las universidades de las fachadas falsas, a los congresistas
delincuentes, a la industria de alimentos que se negaba a los octógonos, a los
financistas encubiertos de los partidos políticos. Vivíamos la intolerancia
procaz de un Congreso cuya Comisión de Ética se hacía de la vista gorda cuando
de sus compinches anaranjados se trataba o de comisiones investigadoras que
declararon la santidad de Alan García y Keiko Fujimori, sus dos implícitos
patrones. Sufrimos el espectáculo de un Congreso en el que Becerril era una
estrella de la oratoria y la señora Bartra una experta en derecho
constitucional, cuando la realidad es que ambos eran títeres de quien padece
prisión por haber entorpecido la justicia y ordenado amedrentar a testigos del
lavado de dinero organizado por Fuerza Popular.
No
nos hemos librado de esta gente. Pero, por lo menos, ya no están en el Congreso
donde alguna vez, en años pasados, destacaron la política, la decencia y hasta
el brillo intelectual. La mejor imagen de esa fauna congresal que hoy gimotea
por lo perdido y sigue amenazando a quienes se lo arrebataron en nombre de la
Constitución es la de la excongresista fujimorista Esther Saavedra. Será
imborrable su grito: “Yo estoy aquí por mi plata”. Tiene razón. Por su plata
estaba allí. Por lo menos fue sincera.
¿Qué
debemos esperar ahora? Haría mal el presidente Vizcarra si cree que el país le
ha dado un cheque
en
blanco. Haría muy mal la izquierda si supone que es hora de patear tableros y
plantear refundaciones.
La
disolución legalista del Congreso obliga a Vizcarra a actuar con mucha cautela
sobre tres puntos que bien podrían ser la agenda pos disolución. Quizá lo que
la gente común espera es que el sistema de justicia siga funcionando y que la
campaña contra la corrupción no se vea entorpecida. La consolidación de la
reforma política y electoral -una que impida que 27% de los votos se convierta
en el 65% de las sillas congresales- es otra tarea urgente que habrá que
acometer en consonancia con los partidos que acepten integrarse al debate. Y el
tercer punto es hacer ajustes en la economía, hasta hoy sometida al Vaticano
liberal que encamaba el señor Oliva. Habrá que oír nuevas voces, propuestas
razonables de otro linaje. El concepto del mercado arbitral debe salir ileso,
pero la diversidad productiva, las tasas de interés y los programas sociales
redefinidos no son incompatibles con el marco constitucional de 1993. Es hora
de probar sin temeridades, de renovar sin miedo, de apostar también por la
gente.
En
cuanto a Olaechea y sus secuaces, que sigan su comedia. La verdad es que son
involuntariamente cómicos.
|
sábado, 5 de octubre de 2019
DEBO TRAGARME ESAS PALABRAS
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
LAURELES DEPÒRTIVOS PARA CARLOS SALAZAR MORENO
LAURELES DEPORTIVOS PARA CARLOS SALAZAR MORENO-XVIII Hoy se llevo a cabo una ceremonia muy especial y diría única en estos tiempos. ...
-
LAURELES DEPORTIVOS PARA CARLOS SALAZAR MORENO-XVIII Hoy se llevo a cabo una ceremonia muy especial y diría única en estos tiempos. ...
-
EL ANCLA DEL TRICAMPEON Cuando ingresamos al colegio en 1962 nos encontramos que podríamos practicar diversas aficiones tanto deportivas com...
-
Siempre hay que agradecer a la vida que nos regala momentos inesperados e inolvidables. EL FAMOSO NEGRO FERNANDEZ DE LA XX CMLP , cuando m...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario