domingo, 24 de enero de 2021

Cambiar el mundo

 

Por : César Hildebrandt P.T.


No confío en Joe Biden.

Claro que será mejor que Trump, pero eso no es decir mucho.

Mejor que Trump habrían sido Mickey Mouse, Pluto, el Hombre Araña.

Y no es que Biden sea una persona desconfiable. Su biografía, por el contrario, dibuja un hombre de tem­ple extraordinario, estoico y premunido de valores.

El problema no es Biden. El gran asunto es el de siempre: the big money, el poder detrás del trono supuestamente republicano. O sea, el Godzilla de las corporaciones, la bestia decisoria que determina quién vale en la bolsa, qué ocurrencia del Silicon Valley está predestinada a la grandeza de sus accionistas.

Los presidentes no mandan desde hace mucho tiempo en los Estados Unidos. El último en hacerlo fue Franklin Delano Roosevelt.

Que los presidentes no pisan tierra firme a la hora de imponer criterios, es algo que supo por experiencia propia míster Eisenhower, el general de Normandía. Y esto que durante sus dos mandatos la palabra “cor­poración” no había adquirido el peso totémico que tiene hoy. Eisenhower ordenó a la CIA conspirar (con éxito) contra los gobiernos de Irán y Guatemala, pero se enfrentó al muro del “complejo militar industrial” a la hora de modular su política social y tributaria.

Trump se ha ido después de que Estados Unidos ha demostrado que poco menos de la mitad de su población está con sus consignas. Cuando el liberalis­mo se asusta, se convierte en fascismo, esa condición que implica renunciar a la democracia en nombre del nacionalismo, la identidad y la paz social varsoviana.

Pero hay varios fascismos. El clásico es el de Mussolini, que es el de los populismos de la ban­ca y la industria. Pero el comunismo ha sido, en la práctica, el fascismo en overol, la dictadura supuesta­mente popular, la depravación autoritaria que exigía tu libertad hoy para dártela en el futuro paraíso.

Biden viene con tantas limitaciones que sus pri­meros años los usará para reconstruir, en parte, la reputación internacional de su país. Trump encarnó el odio a la globalización vinculante, la furia ante el fin del hegemonismo americano.

Biden pretende volver a la normalidad. ¿Qué es la normalidad a estas alturas del calentamiento global? Para decirlo en breve, la normalidad consiste en trabajar junto al resto de los países poderosos por mantener un mo­delo de desarrollo y crecimiento insostenible en el mediano plazo e incompatible con la vida misma en el largo plazo.

Europa pacta con China una suerte de estatuto de convivencia. Y China es ahora el capitalismo como lo imaginó J. P. Morgan y como lo hubiera querido el pro nazi Henry Ford. Claudicar ante el modelo chino es aceptar que la monstruosidad es inherente a la naturaleza del capitalismo. Un régimen de esclavitud salarial y masacre de los derechos del individuo se yergue como alternativa mundial ante el decaimiento del poder yanqui. Europa, como casi siempre, se agacha.

 

¿Dirá algo Biden? ¿Dirá algo de fondo sobre el gran drama humano de esta encrucijada? Porque, desde la ciencia y la prospectiva, no cabe duda: el mundo tal como lo construimos es un desafío a la razón; el consumo como clave del bienestar es un insulto a la inteligencia; el uso todavía masivo de energías fósiles está construyendo nuestra muerte global. En resumen, el concepto mismo de la felicidad que tenemos es tan idiota que dentro de miles de años, si la especie humana sobrevive, nos juzgarán como nosotros lo hicimos con los que sacrificaban niños a sus dioses.

Necesitamos líderes del tamaño del apocalipsis que se viene. Y lo que te­nemos es a pequeños administradores del infierno, gente que piensa en cómo continuar este mundo absurdo.

Me alegra que el bruto de Trump se haya ido a jugar golf. Pero no pue­do entusiasmarme con Biden, que en otras condiciones sería apenas un actor de reparto.

Del mismo modo, no puedo ale­grarme porque Armin Laschet vaya a suceder a Angela Merkel. Es la misma CDU resignada la que seguirá tratando de ignorar la gran verdad: no somos viables y tenemos que cambiar nuestra relación con el planeta, con los otros. Por ahora somos las langostas más dotadas del orbe, el coronavirus más arrogante. Porque encima nos creemos la gran cosa.

 

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 523, 22/01/2021 p12

 https://www.hildebrandtensustrece.com/


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

LAURELES DEPÒRTIVOS PARA CARLOS SALAZAR MORENO

  LAURELES DEPORTIVOS PARA CARLOS SALAZAR MORENO-XVIII       Hoy se llevo a cabo una ceremonia muy especial y diría única en estos tiempos. ...