Por : César Hildebrandt P.T.
Tenemos que escoger entre Keiko Fujimori, delincuente metida a la política para blindarse con ella, y Pedro Castillo, un representante de esa izquierda que estaba convencida de que los tanques soviéticos entraron en 1968 a Praga para liberarla de la conspiración imperialista.
¿Escoger a alguno de los dos?
Pues no escoger a ninguno es una opción ética, quizá la única válida.
Keiko es rapaz, violenta, hereditaria y lo primero que va a hacer es abrirle la reja al ladrón y asesino de su padre. En realidad, ese es su plan de gobierno: liberar a su padre de la condena que se mereció y llenar a la prensa, asustada con sus métodos, con las fotos del “honor familiar restablecido”. En todo lo demás, repetirá el esquema de su progenitor: gobernar para las derechas que se llenaron los bolsillos con sus privatizaciones, su constitución y sus enjuagues. La señora es chancona y limitada: su padre, el fallido senador japonés que el electorado de su patria ancestral rechazó, será el de los consejos y las guías. El podrido círculo que evocará a los Joy Way y a los Hermoza Ríos volverá a gobernar este país-campamento. Blanca Nélida Colán tendrá segundas nupcias y Martha Chávez volverá a predicar. Es como si el Perú amase su ruina, como si quisiera que nos volvieran a invadir desde Pisagua, como si disfrutáramos en la indignidad. ¿Qué nos dio esa característica? Los historiadores, temerosos, jamás se formularon esa pregunta. No hay respuesta porque jamás nos atrevimos a formular la pregunta. ¿Por qué somos el país de América Latina donde parece estar prohibido hablar de la fatiga del modelo económico neoliberal? ¿Por qué nuestro conservadurismo huele a naftalina, a miriñaque y a pie forzado? La respuesta, en todo caso, no es académica. La respuesta tiene nombre, sombrero, acento rondero. ¿No hay Estado? Pues allí está Castillo y su megaestado. ¿No querían discutir sobre la orientación económica? Allí está la avalancha de votos demandando un cambio de contrato social. ¿Se creían a salvo con su prensa amiga, sus autoelogios, sus espejitos, sus bustos parlantes? Pues ahora sientan el miedo girondino de 1789.
Votar por Keiko Fujimori es decirles a los peruanos que los muertos de La Cantuta, Pativilca, Barrios Altos no valen un carajo. Es decirnos que las decenas de millones de dólares encontrados en las cuentas extranjeras de Montesinos son algo que debemos, mismo valsecito, saber perdonar. Es decirle al Perú que el hundimiento de las instituciones en un lago de estiércol fue un error olvidable. Es decirnos que no valemos nada, que nos merecemos la reincidencia en la infamia, la repetición de la deshonra.
Keiko Fujimori no ha pedido perdón en nombre de su padre. Al contrario: reivindica sus acciones y alaba su gestión calificándola, todavía, como “el mejor de los gobiernos de la historia del Perú”. El mensaje es claro: podría imitar al padre en todo aquello que ella, dentro de sus limitaciones intelectuales, más admira. Es decir, la mano dura entendida como el desprecio por el reparto del poder, el populismo como teatralidad, el remedo de la compasión social mientras se mantiene la estructura de la desigualdad extrema.
Votar por Keiko Fujimori es borrar de la memoria que Fujimori emporcó el congreso, ocupó el poder judicial, neutralizó el Tribunal Constitucional, corrompió a la prensa, pudrió a los militares de las tres armas, engulló a los organismos electorales (por eso pudo organizar el fraude del año 2000), compró congresistas al peso, condecoró a los miembros del grupo de asesinos llamado “Colina” y terminó premiando a Montesinos con quince millones de dólares de CTS sacados del erario público y, más tarde, fingiendo que iba a Brunéi cuando lo que pensaba hacer era quedarse en Japón y renunciar por fax al cargo que había usurpado con la re-reelección.
¿De qué tamaño colosal debe ser la indignidad para poder elegir a la hija de ese monstruo como la primera mujer que ocupe la presidencia de la república? ¿De qué estamos hechos los peruanos para que las puertas de ese drama se nos abran como posible salida? No tengo respuesta. Me avergüenza imaginarla.
Frente a la albacea de la corrupción fujimorista está Pedro Castillo, un señor que está convencido de que el Sputnik acaba de ser lanzado como el primer satélite y que también viene Yuri Gagarin. Si ganara la presidencia, seguro que esperaría la felicitación de Kruschev y, cómo no, la de Mao Tse Tung.
Eso no es lo más preocupante de Castillo. Lo menos claro, todavía, son sus relaciones con el SUTE-Conare, eje de la huelga magisterial del 2017, de la que Castillo emergió como líder potencial. Es cierto que ha negado ese vínculo, que el Conare ha cambiado de nombre y que las acusaciones documentadas de Basombrío tienen cuatro años de antigüedad. Pero lo menos que se le puede exigir a Castillo es que haga un deslinde absoluto con Conare, Movadef y el senderismo. Digámoslo de una vez: Sendero Luminoso no fue el movimiento guerrillero que luchó por instaurar un país más justo. Si eso hubiese sido así, Guzmán sería, para muchos, un De la Puente Uceda, un Hugo Blanco. Lo que Sendero se propuso fue hacer de Lima una Phnom Penh y del país una Kampuchea andina donde se habría exterminado a un tercio de la población. De modo que tenemos todo el derecho de ser intransigentes en ese punto. Nada con el senderismo y sus cómplices encubiertos. Nada con el fujimorismo y sus secuaces.
Capítulo aparte es recordar el triste papel que Patria Roja y su aburguesamiento como dueños de la Derrama y compradores de “Crisol” jugaron en el ascenso de un amplio sector magisterial radicalizado. Eso de imitar a Jin Ping en el Perú de la injusticia puede ser fatal.
Gracias a Josefina Townsend y Renato Cisneros, sostuve en una entrevista esta semana que lo más probable es que Keiko Fujimori obtenga la presidencia. Si así fuera que no crea la jefa de eso que la Fiscalía llama “organización criminal” que aquí temblaremos. Nos enfrentamos a su padre, bastante más inteligente y astuto que ella. Lucharemos contra sus propósitos desde esta modesta trinchera sostenida por nuestros lectores. Que no le quepa duda.
Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 535 del 16/04/2021 p10
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