jueves, 27 de mayo de 2021

MI PRIMERA ENTREVISTA

 

MI PRIMERA ENTREVISTA


Por : César Hildebrandt Pérez Tribeño 

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Nieto de un abuelo periodista y librepensador —Benjamín Pérez Treviño dirigió "La Razón" en Trujillo y fue jefe de la logia masónica de esos parajes—, a mí nunca me cupo duda alguna respecto de lo quería hacer. En el colegio militar "Leoncio Prado" había ensayado algunas escribideras, presidido un huachafísimo club de oratoria y editado el álbum de la promoción XIX con más audacia que tino y sin que nadie se diera cuenta de las barbaridades allí expuestas.



 No fue demasiado extraño, pues, que a los 17 años me presentara en "Expreso" con unos articulitos que hablaban de la novela que acababa de fascinarme: "Rayuela". Me los recibió amablemente Manuel D'Ornellas, por entonces un joven jefe de la página editorial del diario que refundara Manuel Ulloa, y me los publicó sin tocarme una coma. Así había empezado esta matraca.

Siguió sonando en el "Correo" de Luis Banchero, donde fui redactor múltiple, hombrecito orquesta, emergencista al toque y admirador de los extraños y prolongados suspiros de Sarina Helffgott, poeta y escritora, bohemia y no quiero saber más qué. Sarina, desde luego, nunca me miró más que como un metete precoz. En la sección fotografía, el jefe, un japonés, tuvo el acierto de bautizarme con el mote de "Yoqueyomiyeche", chapa que pegó y que tenía que ver, desde luego, con mi minoría de edad y mi fama de quejica. En todo caso, fueron nueve meses de hacer de todo y de no recibir un centavo, injusticia que me llevó a plantear un juicio en el fuero laboral, juicio que, por supuesto, perdí y que fue mi primera lección de lo que  podía esperarse de los dueños de periódicos en el Perú.

De allí pasé a "Última Hora", un diario inolvidable aunque ya por ese entonces tocado por la decadencia. A los pocos días de estar en ese antro de pisos untados de petróleo, en esa buhardilla temblorosa que don Pedro Beltrán había habilitado para su vespertino favorito, me obligaron a fingir una crónica futbolera fechada en Buenos Aires cuando realmente había sido escrita en una vieja Remington de la redacción —así empezaron los "envíos" impostores sacados de las primeras transmisiones por satélite—. A la mañana siguiente, don Bernardo Ortiz de Zevallos,el director, me mandó llamar para decirme que la añagaza le había gustado, que tenía mucho futuro y blablablá-y que me nombraba editor del suplemento deportivo. Era finales de 1969, yo tenía 21 años, el Perú se había clasificado para el campeonato mundial de fútbol de 1970 y el suplemento deportivo, agrandado a 16 páginas diarias, iba a ser el atractivo de la temporada. Así que la vida me empezaba a sonreír.

Me cansé pronto de ser editor, metí la pata hasta la ingle un par de veces, tuve roces con Luis Curie, el editor en jefe que censuraba mis locuras, trabé amistad con Veguita, el sobaco ilustrado más inodoro del país —cuando lo conocí no llevaba la dentadura que años después luciría y que, más tarde, volvería a quitarse en una sucesión de pesadilla que desconcertaba a sus víctimas-, me fui de putas un par de días de pago, me daba grima cada vez que tenía que corregir a algunos manganzones que me doblaban la edad y que ni siquiera agradecían y un día mandé todo al demonio y me fui a "Caretas". Resultaba que Igor Calvo, hermano del poeta César, dejaba su puesto en la revista por uno en Petroperú y me recomendaba que hiciera una prueba en el aquel entonces quincenario fundado hace una punta de años por Doris Gibson y Francisco Igartua.

Fui y me probaron. Me probaron y me aprobaron. Para mi desgracia, me aprobaron con creces y me pusieron encabezando la escuálida lista de redactores. Eso me ganó el odio inmediato de algunos (y de algunas). Una de ellas -Alfonsina Barrionuevo- fue a quejarse donde Zileri por el atropello y a amenazar con que se iba si el ultraje no era reparado. Parece que Zileri la mandó a la porra porque la señora dejó de colaborar con sus notas cartográficas sobre las campiñas serranas.

La envidia era para mí una vieja conocida. La había padecido en el colegio, en los poquitos años que frecuenté una universidad -la Villarreal, entre 1965 y 1968-, en la atmósfera un tanto geriátrica de "Ultima Hora". Nunca dejó de morderme el fondillo, nunca dejaría de ladrarme. Y siempre estuve preparado para sus tarascadas. Y no es que yo fuera especialmente brillante. Es que hacía mi trabajo en un mundo de flojos y escribía con cierta corrección en un mundo de falsos escribas.

 Para mi mayor suplicio, Enrique Zileri resolvió nombrarme jefe de redacción -un escalafón por debajo del legendario César Lévano, que era jefe de Informaciones- y darme una tarea adicional a las múltiples que ya tenía: la de entrevistar a un personaje en cada número. Esto fue porque la primera entrevista que realicé en mi vida se la hice al Búfalo Pacheco -Pacheco Girón era su apellido-, un matón aprista a quien yo había visto, en la Villarreal, disolver mítines comunistas con una correa incrustada de cabezas clavas y al grito de "los rojos a Cuba, conchas de su madre". La entrevista salió bien, al parecer, por-que la mañana de su aparición -con fotos de Víctor Manrique- Zileri me dijo que mi destino sería entrevistar.

PUBLICADA EN LA REVISTA 'HILDEBRANDT EN SUS TRECE' DEL 30 DE ABRIL DEL  2010

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