Ya habíamos pasado el rancho que corresponde a la cena. No estuvo como todas las noches mi mamanela, abuela materna, que nos preparaba dulces criollos en casa, no la extrañé por los melocotones en miel que degustamos y además estábamos muy felices a pesar de la gran “masacrada” de nuestros monitores a la nueva promoción del Colegio Militar Leoncio Prado, nos hicieron marchar y marchar por todo el colegio, inmisericordemente sin consideración a los chatos – los de trece años - quienes corajudamente no se rendían, por más que sus piernas flaquearan, su coraje, su vocación militar – hasta esos días - los hacían fuertes por más que transpiraran de calor y de furor con sus camisas mojadas de la espalda, por el sudor que les producía el sobre esfuerzo. Como ya practicaba la narrativa en el Pedro A. Labarthe, observaba y asimilaba esa experiencia para que algún día lo hiciera conocer al mundo.
Ya estábamos en nuestras cuadras de tercer año y ya todos con su uniforme beige y cristina con rombo celeste que nos identificaba a los cadetes superiores como los nuevos perros del batallón. Todavía no teníamos en uso los borceguíes negros, por lo que nos dolían las plantas de los pies de tanto marchar y marchar. Y de pronto…
- ¡Ä formar perros, salir al patio al paso ligero perros!... ¡Corran, corran carajo!
- ¡Ese perro de orejas grandes…No se ría carajo!
Y…sí, Barreto comenzó a temblar, no de miedo, sino de furor, cómo era posible que lo trataran de orejón, ni en su barrio aguantaba ese insulto, se “mechaba” al toque. Únicamente miró la nuca del compañero de adelante en la formación.
- ¡Ese panameño enano qué se ríe carajo! …Nadie se mueva… ¡Atención…!
- ¡TERCER AÑO EN FORMACIÓN…SIN NOVEDAD MI CAPITÁN!
- Mande descanso monitor.
- ¡Tercer año…atención!... ¡Descanso!
“Bien cadetes, soy el capitán Jorge Ciurlizza de la Guarda, jefe de tercer año, pertenezco a la segunda promoción del CMLP, conforman ustedes la Decimosexta promoción del primer colegio militar del Perú. Vuestra formación militar está a mi cargo, saldrán ustedes convertidos en verdaderos soldados, no harán servicio militar en las Fuerzas Armadas porque ya lo están haciendo en este colegio militar. Lo primero que aprenderán es a ser verdaderos hermanos, no sólo convivirán tres años inolvidables, además esa hermandad perdurará a través del tiempo, egresarán y luego se volverán a encontrar convertidos en hombres de bien para sus familias y la patria. Sufrirán la partida, dejando sus corazones entre estos cuatro muros que los albergarán durante tres maravillosos años. Siempre en sus corazones inolvidables experiencias y momentos de felicidad que van a experimentar ahora que ya están convertidos en soldados, recién comienzan, recién conocerán diversas vicisitudes que asimilarán y les servirán en el tiempo. Jamás olvidarán al compañero de camarote, siempre en sus corazones el compañero de aula, del comedor y de formación y cual bandada de palomas como dice la canción volverán a su nido donde fueron felices, donde empezaron sus sueños y muchos lo lograrán y jamás existirá diferencia entre ninguno, todos serán siempre los mismos que se conocieron el día de la incorporación…el día que los recibieron las gaviotas con su incesante piar, así como las fuertes olas del mar y este viento incansable que siempre nos acompaña en nuestro diario convivir en nuestra alma mater el Colegio Militar Leoncio Prado.
- ¡Electricista Arista…electricista Arista…acérquese a la guardia…Urgente!
No es un trauma, tampoco frustración en la vida lo que nos hace recordar y sentir que retrocedemos en el tiempo, no, es más que nada un sentimiento que queda impregnado dentro de nosotros, en el corazón y la mente. Llegamos de diversos colegios particulares y grandes unidades escolares, nos diferenciábamos en principio por ello, formábamos grupos por el color de la piel, por los diversos estratos sociales, poco a poco se hizo realidad lo mencionado por Jorge Ciurlizza, un excelente oficial que comandaba nuestra promoción, es verdaderamente quien nos formó, con Víctor Aguirre, en el significado de lo que es una gran hermandad. A los pocos días conocí la entrega fraterna de uno de mis hermanos Dante Balleggi, cuando el monitor Busse y Cuzato de entre los dos me eligieron a mí para encerar y tender camas de dos cuadras para atender a equipos de Voleybol que intervendrían en la Kermesse pro- XIV promoción, el Dante no se movió hasta que le autorizaran acompañarme en la tarea, el escoger al cholo sólo fue una estrategia para ver cuál era la reacción del hermano de la nueva promoción. Sí, compañerismo, hermandad, lealtad, valores que continúan hasta hoy que sin darnos cuenta seguimos practicando en diversos momentos de nuestras vidas como excadetes. Somos ya 78 promociones que han egresado del Colegio Militar Leoncio Prado y sin embargo nos parece o sentimos que al pisar los patios, pistas y veredas de nuestra alma Mater que hemos retrocedido en el tiempo y cuando caminamos vemos en los oficiales de hoy a los mismos: Aguirre, Sandoval, Bringas, Belaunde, Capelletti, Abad, Donoso, como al profesor Escobedo de música, al DT Camarón Fernández que hizo brillar a nuestro quinteto de básquetbol con Carlos Verano, inigualable equipo que brilló deportivamente en los sesenta. Qué orgullo más grande que apenas, recién ingresados en el primer mes ya uno de nosotros empezaba a brillar deportivamente. Ganamos dos veces a la EMCH, con Charllotte de titular en el quinteto del CMLP.
Esa primera noche de los canes de la dieciséis debimos quedarnos dormidos por la “masacrada” de los cuervos de la XIV, sin embargo nadie en el pabellón de cuadras – dormitorios – de los nuevos perros dormía, en algunos el comprensible arrepentimiento de haber postulado lo hacían dudar de seguir adelante, otros los más aventureros, si se puede decir, nos arengaban, nos distraían contando cuentos de Quevedo, del lorito, uno de ellos el orate Verano además nos bailaba rumbas con ademanes feminoides, lo que nos levantaba el espíritu, olvidándonos de la posible llegada de los chivos a nuestras cuadras. Poco a poco fui viendo el acercamiento de una nueva y grande promoción, ya Lucho Moyano, chalaco y blanco como la nieve, se abrazaba con Jorge Piscoya, prieto y trínchudo, ya los grupos no eran selectos, ya salíamos abrazados entre pobres y acomodados de las aulas, después de la hora de estudios y también del comedor entregando su fruta al hermano que se le había decomisado por algún “Jijuna” jefe de mesa. Siempre fui un gran observador por eso escribo, por eso recuerdo, por eso lloro cuando nos salimos de esos bellos tiempos, no existirá jamás una mejor historia que la de los leonciopradinos.
Esa gran hermandad, como lo manifestó Jorge Ciurlizza, continúa, sigue en el tiempo y continuará por siempre. Ya no las salidas extraordinarias, ya no el mejoramiento de rancho, ya no las tertulias después del comedor, ya no las formaciones y desfiles militares en los que logramos alcanzar la excelencia de nuestros antecesores. Pero sí el tener siempre presente a nuestros hermanos que volaron al cielo. Aparecieron los que lideran la continuación de nuestra gran hermandad, sin buscar el halago, los aplausos… y seguimos tan unidos como lo auguró nuestro querido capitán jefe de año… hace 64 años.
¡Seguiremos brillando, siempre, como azul hoguera!
Rodolfo Mendoza