AÑORANZAS
DE UN LEONCIOPRADINO
Se acaba el mediodía de hoy domingo 26 de agosto del 2017 y
suspiro hondamente al ver la última fotografía que publica Jorge Seminario en
el Facebook, culminó el desfile del reencuentro de todas las promociones
egresadas del Colegio Militar Leoncio Prado. Miro el lugar en el que me
encuentro y todos los muebles, cuadros y adornos con que lo he ido
embelleciendo, me parecen sin sentido, salgo a caminar y el viento enfría mi
cuerpo, me froto las manos tratando de sentir calor, pero es en vano, mis
sentimientos llenos de añoranzas pasadas me entristecen, me hacen volver a
tiempos hermosos. Llego a la plazuela donde siempre esta tierra hermosa me
acoge y consuela. Sentado en la misma banca de siempre observo sus jardines y
noto cómo algunas flores se marchitan y otras empiezan a florecer y me digo:
“Es la ley de la vida, mientras unos cumplen su ciclo, otros empiezan a
desarrollarlo”.
Era el año 1959 y cuatrocientos adolescentes llegábamos con
nuestras alforjas llenas de ilusiones y proyectos para nuestras vidas
castrenses, que se iniciaban ese año en el mes de marzo, una vez instalados
comenzamos a experimentar que no sólo era vestirse de cadete con el hermoso
uniforme azulino de 21 botones dorados en el pecho, era además vivir la
experiencia de una vida militar al cien por ciento, todos vestíamos iguales con
uniforme beige y borceguíes negros, todos cumplíamos los diversos servicios
castrenses que regía en nuestro centro educativo. Recuerdo cómo la mayoría de
la promoción aguantaba estoicamente las disposiciones llamadas fuera de lo
normal: “Angulo recto cadete o veinte planchas, usted diga”, “¡Cadete de
tercero, rumbo a las cuadras de cuarto año…marche!”, “Cadete cánteme una
canción de Julio Jaramillo, es que estoy enamorado”, “Cadete, está usted
invitado a mi cuadra a tender cuarenta camas”, “Cadete cuádrese bien, que le
voy a sacar la cristina estando usted en posición de atención”, “Cadete, sí,
usted cadete, camine a mi costado, pero llevando mis libros con rumbo a las
aulas”, eran las tradiciones que se fueron creando año tras año desde que ingresó
la primera promoción. Poco a poco fuimos pasando de novatos a cadetes
experimentados en formación, en marchar y los toques de diana a las seis horas
o antes ya no nos afectaban, antes de esa hora cuando el último servicio de
imaginaria nos pasaba la voz ya estábamos debidamente uniformados. Sólo el Piña
Urbano se quedaba retrasado por algún motivo y pagaba las circunstancias. Los
graciosos por naturaleza nos acomodaban el día con sus ingeniosas bromas de
siempre. No dejamos de comentar en cada reunión que los días martes era el
único día de la semana en que almorzábamos pescado, pero con menestra y los
días viernes era el día del mejoramiento de rancho y nos servían hasta helado
al mediodía, por las tardes en la cena de los postres de melocotones únicamente
saboreábamos la miel, por lo angurrientos que eran los jefes de mesa. Gozamos
la amena tertulia del comedor como cadetes de tercero, cuarto y quinto año. Nos
acostumbramos a la rutina diaria de nuestro amado e inolvidable cuartel.
Comienza a garuar en la plazuela y me veo vestido con el capotín
verde en el servicio de imaginaria, aquí se escucha el retumbar del trueno y se
ve la luz que reflejan los rayos, ya no me dan miedo, solo pongo las manos en
mi casaca y retorno a mi cuarto en donde después de secarme, abro la ventana y
al mirar cómo corren los parroquianos, me parece ver el ir y venir de
formaciones que pasaban por el frontis del pabellón central del CMLP en días de
lluvia. Habiendo vivido plenamente nuestros tres años inolvidables en nuestra
alma mater a todos los leonciopradinos, hoy en nuestro diario vivir existen
momentos en que al ponernos a recordar nos parece ayer, sí sólo ayer el haber
estado en el viejo cuartel Guardia Chalaca. Siempre respiramos ese olor a mar
que emana siempre de la Costanera y vemos a cada momento la misma neblina que
llegaba todas las noches y se acentuaban cuando ejercíamos el turno de
imaginaria, la “gozábamos” más cuando por algún motivo nos castigaban y
hacíamos plantón en casi la entrada por la costanera, muy cerca de la oficina
de guardia. Muy pocos nos atrevimos a ingresar a conocer lo tétrico que era en
su interior el edificio denominado la Atlántida, que después llamaron la
Siberia. Ese olor a cera, jabón y grasa con que le dábamos mantenimiento a
nuestros fusiles, jamás lo dejaremos de sentir, nos acompañará siempre cuando
buscamos los hermosos recuerdos de un excelente colegio militar y de amadísimos
hermanos con los que siempre tratamos de vernos, aquí en el Perú o en el
extranjero, van y vienen nuestros hermanos de la Legión Extranjera, como
llamamos a quienes han hecho sus vidas fuera del país, pero en cada vez que
vuelven a su nido, sienten lo hermoso que significa ser…Un leonciopradino.
Hace unos días recordamos los cumpleaños de Javier Serván Rocha,
Humberto León Navarro y Mario Viacaba, también las partidas de Oscar Pinto con
José Sánchez García, me emociono y evito las lágrimas, prefiero ver al Camión
Viacaba, en toda su magnitud, fue un defensa duro de pasar en la selección de
fútbol del CMLP, se comprendía con Alberto Angulo, quien recibía las pelotas
que le hacía llegar Mario y se iniciaba la distribución y jugadas que
aplaudíamos con alegría, con admiración y orgullo, un Flaco Deza inigualable en
el arco, una Tortuga Benavides que poseía un “dribling” genial y que de taquito
se la pasaba a Carlos Córdova, nuestro gran Chato del Callao, que era un rompe
cabezas para el equipo contrario. Pucho Vignolo, nuestro bachiche de la
primera, le encantaba parar la pelota con el pecho, mirar y centrársela al
mejor delantero colocado en el área chica de cuarto o tercer año. Estos
recuerdos me hacen vivir y sentir felicidad por mi promoción…la gran Dieciséis,
no, no quiero llorar, quiero decirle a la noche, quiero cantarle a los ángeles
que mi Decimosexta, sigue completa, viva y siempre dispuesta a reencontrarse
como siempre, por más lejanos que estén, por más que existan imposibles,
siempre nos buscamos, siempre llegamos a la pista central del nuestra alma
mater, siempre nos sentamos juntos como antes en el comedor y volvemos a
cumplir ese rito sagrado que nos une, que nos sigue hermanando personal o
espiritualmente. Hoy, desfilamos nuevamente en nuestra pista central y volvimos
a vivir esos años maravillosos, hoy volvimos a reencontrarnos como si no
hubiesen pasado los años, hoy sellamos nuevamente esa gran hermandad que es
eterna. También hoy volvimos a las mesas para compartir la misma alegría de
aquellos jóvenes que compartían el orgullo de ser caballeros cadetes del CMLP.
Ya no son las noviecitas de cadetes quinceañeros, hoy son
nuestras esposas quienes han llegado a compenetrarse con nuestro cariño a
nuestra promoción leonciopradina y emulamos, tratamos de que todos los años
celebremos nuestro reencuentro como … si nunca terminara nuestro baile de
promoción y así será siempre, porque nuestra hermandad es imperecedera … “Nuestra historia vivida en el Colegio Militar Leoncio Prado,
será siempre, lo más hermoso de nuestras vidas”.
Alto el pensamiento:
Rodolfo Mendoza
XVI CMLP