miércoles, 4 de agosto de 2021

EL PRIMER ESLABON DE ORO - 7. JOSE DEL CARMEN MARIN, Maestro y Soldado

 JOSE DEL CARMEN MARIN, Maestro y Soldado

 


Este hombre sencillo y bueno, de hablar pausado con entona-ciones que evocaban su procedencia chachapoyana, estaba  siempre presto al coloquio y la reflexión. Tenía la rara virtud de llegar al cerebro a través del corazón, de la emoción al sentimiento y la razón. Cuando lo conocí en el colegio Guadalupe los días en que rendíamos las pruebas de selección me quedé impresionado por la sencillez de sus maneras, sin abandonar la rigidez de las normas y por su cabeza cubierta de plata prematuramente. Para quienes fuimos sus discípulos Marín es un símbolo, más aún casi un mito al que recurrimos con frecuencia para tratar de continuar solidarios y amigos a través de ya cerca de diez lustros. No hay reuniones de la promoción que no se termine evocándolo y cuando aún estaba con vida nos alegraba mucho que compartiera nuestra compañía y nos aconsejara con paternal cariño. 

Marín no estará en nuestras fiestas jubilares de los 50 años como sí lo estuvo en las de los 35 en las que, en el comedor de cadetes y antes de entregarle un pergamino conmemorativo, le expresé todo lo que él significaba en el camino que habían seguido nuestras vidas. 

Largo es el intervalo que va del 44 al 94. Ya peinamos canas y muchas arrugas surcan nuestros rostros ahora que regresaremos al viejo colegio en procura del reencuentro con añejas vivencias, añorando una juventud que se fue inexorablemente. Muchos ya nos encontramos en nuestros cuarteles de invierno disfrutando de merecida cesantía, jubilación o retiro; otros hay que aún viven febriles actividades laborales en los diversos campos del quehacer humano; hay quienes adelantaron el viaje y que no contestarán ¡presente! en la lista simbólica del 22 de mayo; sin embargo todos llevaremos en el corazón, la imagen de Marín, el hombre que cinceló mentes y corazones en el amor al trabajo fecundo y el cultivo de las virtudes cívicas y el amor a la patria: EL PERU. 

Marín fue el artífice de la obra, organización y puesta en marcha del Colegio Militar y él supo adónde iba y cómo debía cumplir su tarea de maestro y soldado. Era severo y bondadoso, su corazón estaba pletórico de amor por lo que hacía, nunca usó el lenguaje cuartelario tan común en los círculos castrenses, él conocía que su calidad de maestro iba más allá de la mera trasmisión de enseñanzas o informaciones que puedan ser o no útiles en la vida del hombre. El maestro es mucho más que un mero trasmisor de conocimientos. 

Maestro es aquel que además de cumplir su diaria tarea en el aula enseñando los misterios de las matemáticas o las anécdotas históricas, o el accidente geográfico, forma almas, acrisola espíritus, atrae corazones y sabe resolver, incluso, problemas íntimos, graves y profundos del mundo interno del adolescente o el joven. En este sentido elevado, noble, esclarecido, socrático, fue MAESTRO el Coronel José del Carmen Marín, también en el sentido profundamente cristiano del término que se le aplicó a Jesús de Nazareth. Yo recuerdo con emoción al maestro inolvidable, a nuestro querido Coronel Marín, y lo expreso con conocimiento de causa porque mi padre también fue maestro y a él también le debe mucho el país por sus campañas cívico-patrióticas, sus libros, y su dedicación durante muchos años formando miles de alumnos y trabajando por el mejoramiento de la educación nacional. 

La severidad de Marín no era opuesta a su sonrisa. El fiel, racional cumplimiento de las normas señaladas en los reglamen-tos, no era óbice para que por consideraciones humanas, hicieran menos dura, más flexible esa misma norma. 

Marín fue maestro, guía, padre espiritual. Cual paciente y meticuloso escultor, consiguió cincelar en la mente y corazón de sus discípulos el retrato de un Perú unido, fuerte y respetado en donde la libertad y la justicia brillaran al conjuro de una fe inextinguible. Creía en la democracia y la practicó con el ejemplo. 

Aún resuenan en nuestros oídos, después de tantos años, sus célebres conversaciones con los cadetes, a quienes siempre empezaba llamándonos: "mis queridos muchachos" y en donde aprovechaba cada ocasión para dictar inolvidables lecciones de educación, civismo, honradez, patriotismo. Personificaba la figura legendaria del maestro que enseñaba con el ejemplo de su vida diaria. Vida jalonada de inteligencia, amor a la juventud, comprensión, sacrificio y entereza moral. 

Marín estuvo al frente del colegio hasta setiembre de 1945 en el que fue designado Director de la Escuela Militar de Chorrillos. Ascendió al grado de General de Brigada en febrero de 1946 conjuntamente con los Generales Manuel A. Odría y Armando Artola del Pozo, siendo nombrado Ministro de Guerra en el gobierno constitucional del doctor José Luis Bustamante y Rivero, en las postrimerías de este gobierno, casi al final de la primavera democrática que significó el triunfo del Frente Democrático en las elecciones de 1945 con el retorno del Apra y su Jefe Víctor Raúl Haya de la Torre a la vida pública, después de vivir muchos años en las catacumbas. En esos tiempos el país vivió años de agitación y de zozobra, el apra no se acostumbraba a vivir en libertad y propiciaba el libertinaje, abusando de su manejo político de las masas. 

Hace algunos años, en la década del 70, lo visité en su modesta casa de la Av. del Ejército donde pasaba su venerable ancianidad. Me recibió entusiasta, cariñoso, pródigo. Yo acababa de salir de una traumatizante experiencia con la dictadura de Velasco y había sido víctima de la vesania de Artola. Escuchó con paciencia mi enfurecido alegato contra la dictadura y guardó silencio, no comentó casi nada, pero tuvo una frase que resumía su grandeza: hijo -me dijo- "el tiempo cicatriza las heridas". Tuvimos una charla que se prolongó por muchas horas, me contó que cuando se creó el Colegio Militar y lo designaron para dirigirlo, fue durante unos meses un Director ambulante, sin local, sin una silla en la que descansar, sin una pequeña máquina en la que escribir sus pedidos, sin secretario, y que con sólo su nombramiento metido en su cartapacio recorrió innumerables veces las dependencias del Ministerio de Guerra y del de Educación para tratar de cristalizar en algo tangible, la obra que le habían encargado a través de su nombramiento. Él debía hacer realidad el funcionamiento de un singular colegio secundario, que fuera el mejor de la República, reuniendo el más selecto y eficiente alumnado seleccionado de todos los colegios del país. Debía realizar una tarea ciclópea de educación integral dentro de los moldes de la disciplina militar, el desarrollo físico armónico, el cultivo de la inteligencia, el conocimiento del país y sus problemas y la más sólida educación cívico-patriótica. Esta generación y fas sucesivas, a la par que amar y respetar a la Patria y sus símbolos, debía ser preparada para ser la avanzada del desarrollo de un Perú, libre, justo, democrático. 

José del Carmen Marín Arista fue el artífice del milagro. El y su indomable empeño sacaron de la nada al Colegio Militar que bajo la advocación del joven soldado inmolado en Huamachuco, se afincó en el viejo y abandonado cuartel de la Guardia Chalaca en la Perla, que él reconstruyó en pocos meses, organizándolo en forma tal, que en poco tiempo después de creado, se convirtió en el mejor de la República. 

Austero y honrado como pocos, en una oportunidad nos dio la sorpresa de comprar un piano de cola para el Colegio. ¿De dónde sacó el dinero para esta compra? pues de la venta de los restos de comida a los "chancheros". Meses más tarde logró la instalación de un moderno equipo de amplificación en los comedores, esta vez con el producto de la venta de un sobrante de papas que no habíamos consumido. Así era Marín, un hombre práctico, un militar excepcional, que convertía la idea en acción y daba ejemplo diario de creación fecunda, de honradez acrisolada. Enseñaba con el ejemplo y su filosofía de vida la entendí muchos años después de egresados, cuando en una comida a la que asistió, al hablar a la hora de los postres, dijo que no había que ser apegados a las cosas materiales, que éstas eran pasajeras, que al final, a la hora de la partida definitiva, nada de lo que hubiéramos atesorado y acumulado muchas veces avariciosamente, íbamos a poder llevar con nosotros. Ahora comprendo su austeridad y la pobreza material en que vivía frente a la riqueza espiritual que supo atesorar en vida. 

Fue Ministro de Guerra y murió pobre. Fue tan brillante como militar, corno tal vez no haya habido otro en el país, en toda la historia del ejército. Hombre excepcional, caballeroso, austero, humilde. Su hora de gloria llegó al cenit, cuando el gobierno al no poder doblegarlo ni sacarlo del ejército sin provocar una catástrofe lo envió al CAEM. El creó y puso en funcionamiento ese Centro de Altos Estudios para Militares, y al igual que en el Colegio Militar, lo sacó de la nada ,y durante diez años formó una Institución que ahora es orgullo de las FF.AA. En el pórtico del CAEM figura en bronce una frase que resume la grandeza de su alma, la amplitud de su inteligencia, su incorruptible devoción por la libertad. 

" LAS IDEAS SE EXPONEN, NO SE IMPONEN "

Por el CAEM han desfilado centenares de miembros de las FF.AA. y, también civiles y en sus aulas se han discutido los más diversos temas relacionados no sólo con la seguridad del país sino también con su desarrollo. Marín le dio el espíritu y trabajó  indesmayable, en su organización y funcionamiento, así como en el Colegio Militar en donde multiplicaba las horas de creación y de trabajo ocupándose de la dirección y supervisión de la remodelación del local y sus instalaciones, de la organización de su administración, de la selección de la planta de oficiales, de los concursos para escoger los mejores maestros y de los exámenes de admisión a nivel nacional, obra que realizó en contados meses, así, en el CAEM no dio pausa a sus esfuerzos ni limite a su capacidad creativa. 

En el Ejército al General Marín lo llamaban "el sabio" por sus conocimientos y vasta cultura, Marín era además ingeniero y como tal, fue un destacado catedrático de la antigua Escuela de Ingenieros, hoy UNI y formó centenares de profesionales a los que impartió no solamente fríos conocimientos técnicos, sino les enseñó a amar al Perú y trabajar por su progreso. El gobierno fue mezquino con Marín, quien con más derecho que todos los áulicos que rodeaban al Presidente merecía un ascenso. Marín no recibió el ascenso al que tenía legítimo derecho. Restituida la democracia en el país, el Congreso Nacional, en indiscutible desagravio lo ascendió a General de División un día antes que pasara al retiro por límite de edad. La justicia tardó, pero llegó. 

Lo apreciamos severo, pero jamás le negó a nadie la generosidad de su sonrisa y su alma siempre vibró con profundo amor a la libertad y la democracia, no tuvo transfondos y siempre sus entregas fueron cristalinas. 

Quienes compartimos tantas horas felices a su lado como sus discípulos en La Perla y arios más tarde honrados con su amistad paternal y generosa, lloramos su muerte y grabamos en nuestros corazones el recuerdo imperecedero de su grandeza.

Marin no estará en el patio de Honor del Colegio, estará derramando bondad, sapiencia y amor desde el más allá, será la rutilante estrella del cielo de nuestros recuerdos. 

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