VOLVER…VOLVER
El sueño me domina, mi cuerpo ya cansado se rinde al descanso, placidez bendita domina mi sentir, cierro mis ojos, escucho una música celestial que da tranquilidad a mi mente… ¿Dios, acaso me llamas ya?
Siento que se eleva mi cuerpo y vuelo, vuelo entre nubes blancas que sobrecogen mis sentires, abro mis ojos y veo el tren que enrumba hacía su destino, sí, es el tren de Barbones, mi barrio viejo y amado por todo buen criollo de antaño en los barrios altos; sentado en una vereda reviso mi overol de tirantes de color azul, veo que está limpio y sonriendo me digo: “Tranquilo Pelón, la abuela no usará su viejo chicote de tres ramas con nudillos en sus extremos, además ella siempre se hace a la que no acierta golpeando los vientos”…jajajaja…mi abuelita querida.
Camino como siempre sin perder el equilibrio sobre los rieles hasta llegar al barrio de la línea, allí están como siempre: Lalá, Panquita, Juancito, Cholo Pescao, Pachón y Moninga, correteando y dribleando la pelota de trapo, claro, Juancito Fuentes como siempre haciendo los goles y Lalá en el suelo lleno de tierra, rascándose su cabeza. Éramos la pandilla de gigantito que nunca perdía…por goleadas, a veces nos ganaban pero con trampa.
Bostezo y duermo recostado en una pared de adobe, mientras mi pandilla juega a la pelota, qué lindo dormir soñando con tus más lindos recuerdos de tu vida. Las nubes se disipan y veo al gigante de La Perla – Callao, sí, ese viejo cuartel donde existe el inolvidable Pabellón Dullio Poggi donde nadie pasa por su frente sin hacer el saludo militar correspondiente, caso contrario las vacas están listas para ejecutar sus ángulos rectos que siempre le caían a nuestro querido… el Piña Urbano. Inolvidable también catorceava promoción con su excelente brigadier general Hans Peter Plogg Whener No puedo dejar de sonreír, me veo con Aspillaga, el Barbón Seminario con su inseparable compañero de camarote Teddy Quiroz, además Carlitos Verano bailando una guaracha de ese entonces calmando a los nuevos perritos de la dieciséis y sonriendo a Carlos Toro que se sentaba en el aula a mi lado derecho. Nos preparamos bien para poder ingresar a nuestra alma mater, fueron tres años que jamás olvidamos y que nos han hermanado tanto que consideramos que somos todos de la misma sangre. Tenemos siempre alto el pensamiento como una bandera, porque llegamos a ser verdaderos soldados que dan todo por la patria y por el compañero de armas.
Vuelvo a despertar y siento un trinar de guitarras criollas que hacen cantar al parroquiano de barrios altos, el gran Lalá en Cinco Esquinas en el bar del japonesito Yaki entona el Plebeyo, mientras Adán el Calato toca la guitarra y yo hago la segunda voz, que linda noche de farra, de trago y de baile entre hombres vivando al criollismo nacional, la emolientera saca a bailar al Calato y yo aplaudo sin cesar y Panquita llama al negro Naite para decirle: “estos son mis patas no choquen con ellos”, el chinito que vende maní tostado baila levantando sus manos con los dedos índices hacía arriba y enseñando sus grandes dientes, y yo sonrío, canto y bailo con la negra Rosita mal llamada “boquita de caramelo”, las cajas de cerveza llegan por donaciones de los comerciantes que ya cierran sus negocios que bordean la panadería Lugón y los peloteros con su pelota de cuero se sientan a gozar del “bel canto peruano”. Bostezo y caigo nuevamente en los brazos de Morfeo…
Despierto nuevamente pero con el corazón acongojado, siento tristeza y añoranza de años hermosos de mi pasado glorioso, toco mi hombro y acaricio mi cordón rojo de distinguido, me acomodo la gorra, acomodo el fusil y tomando aire sigo la marcha que iniciamos la dieciséis, llevando el paso marcialmente y al compás del bombo del ejército peruano, adelante Felipe, Alfredo y sus gallardos escoltas inician el último desfile con uniforme de gala y con lágrimas de emoción pasan gallardamente por delante de la primera compañía que vivamos con ardor el paso ganso de la mejor escolta de todos los tiempos, llegan al estrado oficial y emocionados dan gracias a Dios por el honor concedido de escoltar nuestra gloriosa bandera roja y blanca, creada por don José de San Martín. Les siguen atrás las tres compañías militares de la gran Decimosexta que se despiden de la pista central, donde quedará para siempre el retumbar de nuestros pasos gallardos y elegantes que aprendimos de gloriosas promociones que supieron legarnos con ejemplo lo que también aprendieron en sus maravillosos tres años de internado en el primer colegio militar del Perú.
Los aplausos me despiertan pero ya no en el muro de adobe de color blanco, estoy entre nubes y lo limpio del azul del cielo, la música celestial vuelve a mis oídos y siento ese dulce sonido de una música que me deleita y me reconforta el espíritu. “Señor Dios bendito” ¿me llevas ya, se acabó mi tiempo en la tierra, dejaré lo que más amo? Siento un mareo, me da vueltas la cabeza, del frío intenso que calaba mis huesos, ahora siento un calor que me sofoca y busco al viento para respirar mejor, abro mis ojos y veo el tropezar con los muebles a Paola mi última nieta, respiro mejor y ya tengo sudor en mi frente, siento el palpitar intenso de mi corazón, me acerco a la ventana y jalando hacia un costado las cortinas veo el radiante sol que hace brillar las hojas de los árboles que florecen en el parque, me digo entonces que lindo es vivir, que precioso es gozar de tu familia y que intenso es sentirse amado por tu familia, por tus amigos, por el mundo y vuelven a mi mente las palabras de siempre de mi querido viejo don Lucho, amado y respetado en todo su barrio del viejo Santoyo: “Nunca esperes recibir siempre, más debes dar de ti, si es que amas a tu familia, al mundo, a vivir y creer en Dios, todo lo que tengas será siempre lo que Dios te da por tu merecido proceder”. Volver… sí, volver a los tuyos, volver al mundo es un premio de Dios, no lo olvidemos jamás. Volver, he vuelto de un aletargado momento que quizás es una oportunidad que me da Dios, su llamado te hace soñar en el tiempo que fuiste feliz, como una despedida de todo lo hermoso que gozaste, en pobreza o en abundancia, todo te lo da Dios y todo te lo quitará… en su momento.
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