Por :
Jorge Valverde Challe
XX Promociòn CMLP
Corría el año 1962, en aquel entonces Lima era una ciudad amigable y
apacible, en la radio empezaban a aparecer temas musicales de un grupo inglés
llamado los Beatles que marcarían un hito en la música moderna, gran parte de
la población limeña se transportaba en tranvías que circulaban por toda la
ciudad, hoy en día ya han desaparecido de la circulación, la gente se distraía
yendo a los cines para ver una película o a las matinales musicales, paseando
por Miraflores o el Jr. De la Unión o tomando un café en los tantos lugares
agradables de aquel entonces; yo cursaba el segundo año de secundaria cuando un
día de ese mismo año, mi padre llegó a la casa portando un sobre que me
entregó, lleno de curiosidad saque su contenido y vi que se trataba de un
prospecto de admisión para un colegio militar donde se cursaban los tres
últimos años de la educación escolar, era el Colegio Militar Leoncio Prado, yo
sabía de su existencia ya que mis dos hermanos mayores habían terminado sus
estudios en aquel colegio, no era simple
lograrlo, había que postular y aprobar las pruebas de conocimiento así como las
de aptitud física y médico, fuimos cerca de 400 los afortunados que alcanzamos
vacante y pasaríamos a integrar la XX promoción del CMLP, ese ingreso nos
cambiaría la vida para siempre.
En los primeros días marzo del año 1963 (yo acababa de cumplir 14 años el
día primero de ese mes), todos los postulantes que logramos una vacante,
ingresamos al colegio por la puerta principal ubicada en la Av. Costanera donde
se encuentra la estatua del Coronel Leoncio Prado, patrono del colegio y héroe
de la guerra del Pacífico.
Trasponiendo la puerta pasando por la guardia de prevención, nos hicieron
formar en unas canchas de cemento con unos tableros de básquet algo
deteriorados por la brisa marina, ya que las instalaciones del CMLP se
encuentran al borde de un acantilado que da al mar en el distrito de La Perla;
las canchas estaban ubicadas al lado derecho de la entrada, luego de una corta
espera se presentaron los oficiales asignados a la promoción, un capitán jefe
de año, tres tenientes, cada uno a cargo de una compañía integrada por tres
secciones, tres sub oficiales, asistentes de cada teniente y los monitores,
estos últimos, cadetes del quinto año que habían recibido un curso de instrucción
militar en los meses de verano para estar a cargo directo de los alumnos recién
ingresados. Nos llamaron a cada uno de los que conformaríamos las 10 secciones
del tercer año, integrado por estudiantes de todas las regiones del país,
procedentes de colegios particulares y públicos, de toda condición social y de
todas las razas, incluso habían varios cadetes panameños; ese día la XX
promoción recibía su partida de nacimiento.
Una vez integrada las secciones en un número aproximado de 40 a 45 nuevos
cadetes, los monitores nos llevaron al pabellón de tercer año y nos instalaron
en los dormitorios llamados cuadras en las que pernoctaríamos el primer año de
nuestra estadía, nos repartieron útiles, uniformes, capotines (tenías suerte si
te daban uno de tu talla), borceguíes y colchones, los que tendríamos que
marcar con alquitrán utilizando unas plantillas que nos repartieron y en donde
se indicaba la sección a la que pertenecías y el número de orden que nos
correspondía, nos mostraron nuestros respectivos camarotes donde pusimos
nuestros colchones de lana, nos asignaron un ropero metálico donde guardaríamos
nuestras pertenencias con un orden determinado y nos señalaron el área del piso
del dormitorio que a partir de la fecha, era de nuestra responsabilidad mantenerlo
limpio, enserado y lustrado, ya que dentro de la lista de cosas que nos
solicitaron llevar, se encontraba una lata de cera y una franela.
Recuerdo la primera noche, fue difícil para todos, acabábamos de dejar la
seguridad de nuestros hogares, la tutela y cariño de nuestros padres para de
pronto, dormir en unos dormitorios colectivos con una veintena de camarotes y
gente aún extraña, algunos no soportaron este drástico cambio y abandonaron el
colegio en la primera semana, al amanecer tampoco fue fácil, fuimos despertados
muy temprano con el toque de diana, teníamos que levantarnos a toda prisa,
asearnos, vestirnos y salir a formar muy rápido, una vez formados los monitores
pasaban lista y entregaban el parte de asistencia a los tenientes, comprobada la
asistencia, marcharíamos al comedor para tomar el desayuno, un comedor enorme
lleno de bullicio de platos, tasas, jarras y todo menaje de cocina, una
veintena de mozos corriendo de un lado a otro repartiendo las raciones del desayuno, cada ración estaba constituida
por tres panes hechos en la panadería del mismo colegio y recién salidos del
horno, un plato de avena, una tasa de leche, mantequilla, mortadela o
aceitunas; en cada mesa del comedor se ubicaban 9 alumnos y un jefe de mesa
integrado por un cadete de quinto año quien se encargaba de mantener el orden y
los modales al comer.
Las primeras semanas fueron de una intensa capacitación militar y de “orden
cerrado” a cargo de los oficiales y monitores, formar por secciones al paso
ligero, tres últimos, firmes, atención, media vuelta, distancia sobre el hombro
una y otra vez, marchas, ranas, planchas, canguros y más marchas, mas canguros,
ranas y planchas, correr en formación y al paso ligero alrededor de las canchas
deportivas, etc. etc. terminando el día agotados de tanto desgaste físico. Como
compensación a este despliegue de energía, el rancho a la hora del almuerzo y
la comida era abundante, dos panes a la hora del almuerzo, un plato de sopa, un
segundo consistente en alguna menestra, un trozo de carne o pollo, arroz y
postre, lo mismo a la hora del rancho de la noche pero ya sólo daban un pan por
persona y si te descuidabas no comías tu pan; comida que literalmente era
devorada con mucha avidez.
Nos enseñaron a hacer nuestra propia cama, habían dos formas de hacerlo;
cama de día y cama de noche, la cama de día era doblar ambas sabanas por
separado y dejarlas del tamaño de la almohada, una envolvía la almohada y se
ponía en la parte superior, luego venía doblada la frazada del mismo tamaño de
la almohada y se ponía en la parte media y por último la segunda sábana que
envolvía la pijama, esta iba debajo de los dos primeros bultos haciendo un
conjunto de tres paquetes perfectamente alineados en la cabecera y sobre el
colchón se ponía la colcha, la que debía estar templada sin tener ni una sola
arruga, la cama de noche es la misma que conocemos comúnmente, esto se repitió
cada noche y cada mañana durante los tres años de nuestra estadía.
Los baños merecen una mención aparte; las duchas eran unos lugares ubicados
dentro de una edificación de un solo
piso separadas de las cuadras por un pequeño campo de futbol y que tenían
instaladas unas gruesas tuberías de agua, tanto en la parte superior como en
los laterales de unos amplios ambientes de donde sólo salía agua fría y nos
bañábamos todos a la vez, como en los establecimientos para lavar carros;
también estaba el famoso “malacate”, lugar en el que hacíamos nuestras
necesidades básicas, el malacate era un ambiente en el que se habían instalado
dos filas de unos 10 wáteres por lado ubicados frente a frente, separados
individualmente entre sí por unos pequeños muro, de modo que no podías ver a
tus compañeros ubicado a los lados, pero no habían puertas, así que si podías
ver a los que tenías frente a ti, cosa de locos, tremendo cambio para unos
jovencitos acostumbrados a la privacidad de los baños de nuestros hogares.
Hacia fines de marzo se habían reintegrado la totalidad de alumnos del
cuarto y quinto año, completando así el batallón de cadetes del CMLP al mando
de un mayor jefe de batallón, compuesto por cadetes del tercer año llamados
alumnos, los de cuarto llamados aspirantes, y los de quinto llamados técnicos,
pero en el argot del colegio eran perros, chivos y vacas, en ese mismo orden.
Una vez completado el alumnado, la adaptación de los de tercero no era
sencilla, éramos la última rueda del coche en el orden jerárquico, a todos los
cadetes se les dotó a manera de identificación de una placa con nuestro nombre
que debíamos prender en la tapa del bolsillo de la camisa del uniforme de
diario, y en mi caso sucedió un hecho que nunca he olvidado; cuando me estaba
dirigiendo a las cuadras de mi año, fui interceptado por un cadete de quinto
(XVIII promoción), el cual al leer mi apellido en la placa de identificación me
preguntó cuál era mi relación con un ex cadete de la XVI que tenía el mismo
apellido, al describirlo le dije que era mi hermano, iluso yo de pensar que era
un amigo de mi hermano que me protegería, pero fue todo lo contrario, mi
hermano era muy inquieto y peleador y este me dijo que mi hermano le había
pegado varias veces, luego de ello me abrazo del cuello fuertemente y me llevó
a su cuadra, felizmente era una de las
más pequeñas ubicada en uno de los extremos del segundo piso del pabellón de
quinto, ingresó siempre conmigo agarrado del cuello y les dijo a sus compañeros
que allí se encontraban: Muchachos saben quién es este, es el hermano de
fulanito, a continuación escuché un prolongado murmullo y muchos saludos a mi
madre, luego de varias planchas y canguros que me ordenaron hacer, uno de los
técnicos se me acercó con un cepillo de dientes y me lo extendió, yo
sorprendido e ingenuo le dije que ya tenía cepillo, a continuación me dijo,
barre ¡!! Y tuve que barrer la cuadra con el cepillo, felizmente como les
comente, era un dormitorio pequeño, pero amanecí con un ligero dolor de
espaldas y con un recuerdo inolvidable. Comprendí después de este incidente que
yo sería el que iba a expiar muchas de las palomilladas de mi hermano, él había
dejado huella a su paso por el colegio; con el correr del tiempo el técnico y
yo terminaríamos siendo amigos.
El año académico en ese entonces comenzaba el primer día útil de abril,
concurriendo a las aulas en horarios de mañana y tarde, para volver en las
noches para cumplir con las tareas y estudiar las distintas materias, el
plantel educativo era extraordinario, unos señores profesores, no quiero
mencionar ningún nombre para no cometer el error de omitir a alguno de ellos,
lo que sería una enorme injusticia, la mayoría autores de los textos escolares
con los que estudiaban todos los colegios del país, nosotros fuimos afortunados
concurriendo a las clases que recibimos de estos brillantes amautas.
El tiempo de ocio era muy poco, luego de concurrir a las aulas durante el
día, a partir de las 5 pm había mucha actividad deportiva y cultural,
entrenamiento en atletismo, clases de judo, pintura, música, ajedrez,
periodismo, teatro etc. etc. nadie tenía tiempo de aburrirse. Por otro lado,
los oficiales constantemente pasaban revista en las cuadras, comprobaban que el
piso estuviera limpio, encerado y brillante, las camas bien hechas y templadas,
los roperos en perfecto orden y la ropa aseada, así era la rutina diarias
dentro de las instalaciones del colegio.
En el mes de julio de ese año, empezaron los ensayos para el gran desfile
militar de fiestas patrias, el batallón de cadetes era ubicado a continuación
de la escuela militar de Chorrillos, los ensayos eran arduos y con muchas
pasadas por la tribuna central, teníamos que cargar sobre el hombre un fusil
Mauser modelo original peruano de un peso aproximado de 4 kilos que tenía una
larga bayoneta y que nos habían asignado como equipo a comienzo de año, además
del fusil nos entregaron una mochila de lona muy resistente, una cantimplora
para agua y un casco de soldado que utilizábamos los sábados para hacer
maniobras fuera del colegio por la zona de Maranga que para ese entonces no
tenía la población de hoy, la mayoría eran campos de cultivo y potreros que con
el tiempo y el correr de los años, el cemento cambiaria para siempre ese
panorama.
Todos los cadetes de tercero con el correr del tiempo, nos fuimos
acostumbrando al rígido sistema de disciplina y estudios, pero cuando a uno lo
pillaban cometiendo un acto de indisciplina o fuera del reglamento, teníamos
dos opciones: o hacer castigo físico que consistía en ejecutar un número
determinado de planchas, canguros, ranas o aceptar una papeleta de infracción
disciplinaria, estas tenían un puntaje determinado y las aplicaban en función a
la falta cometida, la mínima era de 3 puntos, con 5 puntos te arruinaban la
salida del sábado a las 11 am y recién salías a las 5 pm, si sumabas 10 puntos
no salías hasta el domingo a las 10 de la mañana y si superabas los veinte
puntos, ya que las papeletas eran acumulativas, te quedabas castigado todo el
fin de semana sin salir del colegio y te convertías en el banquete de la gran
cantidad de zancudos que no dejaban dormir por la noche chupándote tu sangre;
habían cadetes que casi siempre eran castigados y no salían con mucha
frecuencia, salvo en las ocasiones que decretaban salida general, a estos
castigados les decíamos panetones porque sólo salían para fiestas patrias o por
navidad.
En el aspecto militar desarrollamos actividades propias de un cuartel, por
ejemplo el servicio de imaginaria, cada noche y de acuerdo a un rol
establecido, 4 cadetes tenían que cumplir con este servicio que consistía en
velar durante dos horas la cuadra y dar parte a la ronda nocturna de oficiales
si había alguna novedad con los cadetes, recuerdo que mi primera vez fue muy
estresante, esa noche me toco el tercer turno, es decir de 2 a 4 de la
madrugada (sin duda era el peor turno), y justo esa noche nos habían pasado en
el auditorio una película de terror (para esa época), con Vincent Price llamada
La Fosa y el Péndulo, además, los cadetes de quinto año nos habían dicho que el
alma de Duilio Poggi (Héroe leonciopradino muerto trágicamente por defender a
una dama) se paseaba de madrugada por las cuadras, sumado a que algunos compañeros
de pronto y a gritos, hablaban dormidos originándome más miedo, es decir, pasé
mi turno con los pelos de punta, no veía las horas de hacer el relevo con el
turno siguiente, demás está decir que cada turno parecía una eternidad.
En la parte de evaluación estudiantil se clasificaba a los cadetes de
acuerdo a su aprovechamiento en: Cadetes de Honor que eran los que alcanzaban
las más altas notas y se les distinguía con un cordón rojo y amarillo, cadetes
distinguidos que usaban un cordón rojos, cadetes eficientes y cadetes
deficientes (o simplemente corchos), felizmente muy pocos de estos últimos, la
competencia era ardua y cada bimestre cambiaba el orden de mérito, la
puntuación de notas era del 1 al 100 siendo 60 el mínimo aprobatorio.
En el mes de diciembre se realizó la clausura del año escolar, en esa época
la ceremonia era presidida por el Presidente de la República y el comandante
general del ejército peruano, para ese entonces nosotros ya no éramos los
mismos que habíamos ingresamos en marzo, durante un año fuimos moldeados y
curtidos tanto en la parte intelectual como física y por fin dejaríamos de ser
los últimos en el orden jerárquico, seriamos aspirantes, lamentablemente con
algunas bajas por aprovechamiento o conducta.
Así terminó el año 1963 para la XX promoción, con miles de anécdotas
individuales y de grupo, ahora al mirar retrospectivamente, me invade cierta
nostalgia por haber vivido esos maravillosos años de juventud donde se forjaron
las mejores amistades y un sólido sentimiento de compañerismos entre nosotros,
las paredes amarillas del colegio que nos cobijó del frio invernal frente al
mar ya no existen, la famosa Siberia (llamada así por el intenso frio que se
sentía en ese lugar), pabellón de nuestras aulas durante los tres años de permanencia
en nuestro colegio, ahora sólo vive en nuestro recuerdo, la Perlita, un quiosco
de comida muy concurrido tampoco está, todo fue demolido para reconstruir un
moderno local, muchos de nuestros compañeros muy queridos y con los que
compartimos momentos de alegría, estudio, tristeza, marchas forzadas, castigos
físicos, palomilladas y bromas, moran
ahora en otra dimensión, tal vez desfilando marcialmente en el cielo o cantando
nuestro himno llenos de alegría, atrás quedaron esos años juveniles llenos de vitalidad,
pero nos queda el consuelo y el orgullo de haber pasado por sus aulas y vestido
el uniforme del colegio en sus dorados y mejores años,
En lo personal me queda un sentimiento de enorme gratitud, en primer lugar
a mi padre, por haber decidido que yo postulara al colegio militar, a mis
profesores, magníficos docentes que lograron instruirnos de la mejor manera,
alcanzando un alto grado de preparación en la promoción, con ex cadetes
destacados en casi todos los campos de las diferentes profesiones, a nuestros
instructores militares, que poco a poco fueron formando nuestra resistencia y
nuestro carácter para enfrentar las diferentes situaciones que se presentan en
la vida diaria, y a mis compañeros de la XX, hermanos para toda la vida.
Leonciopradinos por siempre.
Encontré esta historia que escribí hace algunos años, y con esto y si me lo
permiten, rendir un pequeño homenaje de épocas juveniles a todos nuestros
compañeros que ya han partido a la eternidad pero que siempre estarán en
nuestros recuerdos.
Yo
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