domingo, 15 de octubre de 2017

LOS SUEÑOS SÍ SE HACEN REALIDAD



Rodolfo ‘Tombito’ Mendoza XVI CMLP


“La vida es sueño, y los sueños, sueños son”, decía Pedro Calderón de la Barca en su obra “La vida es sueño” a través del soliloquio de Segismundo. Y yo soñé una hermosa quimera, una bella ilusión, convertirme en caballero cadete del Colegio Militar Leoncio Prado. Fantasía de un adolescente que siempre quiso un poco más de lo que tenía.
Era el año 1958 y por mi barrio pasaban los cadetes del primer colegio militar del Perú, con ese hermoso uniforme con alamares y botones dorados con el escudo de nuestra patria. Dejaba yo de jugar al fútbol y la pelota pasaba por el arco convirtiéndose en gol que nos hacía ir perdiendo el partido. Los muchachos de Cinco Esquinas me reclamaban y yo, absorto, no les hacía caso.
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– Pelón, no sueñes, nosotros no podemos ingresar a ese colegio. Tendrás que terminar en el Pedro A. Labarthe, donde ya eres un crack del fútbol, además cuando regresas de clases pasas por la casa de tu amada y eso no creo que lo quieras dejar… Vamos, vamos Pelón, ponte en la defensa y ya no permitas más goles… ¡Apúrate que ya debe llegar el policía de tránsito y no nos dejará jugar!
Suspiraba hondamente y volvía al juego que tanto me gustaba. Los muchachos se reían y con sus dedos índices se tocaban la sien en señal que el pelón estaba loco con su sueño.
Un día sábado del mes de junio de 1959, la 1ra. Sección estaba en un corre, corre de las cuadras a los baños de aquel inolvidable Cuartel Guardia Chalaca…
– Tombito… ¿Sabes? te pareces a un tamal mal hecho, esa polaca está muy ancha y se te ve mal, anda mírate al espejo y te darás cuenta. La mía está bien, pero quiero algo más holgado, si gustas te la cambio. Toma pruébatela y tú me dirás si estás de acuerdo.
Fui al baño y la polaca me quedaba entallada, efectivamente me quedaba mejor y ya no se me veía como ese tamal que decía Dante Belleggi. Lo vi y mi polaca le quedaba ancha pero como es alto no se le veía mal. Sentí un hincón en el pecho. Eran los años en que a pesar de las bromas, de los insultos y “chapas”, existía una gran hermandad leonciopradina que hacía que estos gestos cotidianos nos iban haciendo cada vez más unidos, tal como hasta el día de hoy en que ya pasamos muchos de nosotros los setenta años y los intercambios de polacas de gorras, de mamelucos y borceguíes se han cambiado por otros gestos como el de entregar tarjetas de los almuerzos de los reencuentros de cada año para que asistan los que no pueden costearlas, así como también apoyos a los que están mal económicamente, otros con males de salud y apoyos para conseguir empleos, etc., etc.
Todos nos arreglábamos unos a otros con las caponas, abroche de cuellos y acomodar el correaje y gorra. Al fin ya estábamos tan igual que los cadetes de cuarto y quinto año, vistiendo nuestro uniforme de gala para salir de paseo. Quienes no habían obtenido el cordón rojo de distinguido o el dorado de honor, se prometían a sí mismo que para el segundo bimestre lo tendrían.

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Foto cortesía de José Luis Villavicencio ‘Pepelucho’ XIX
En esos tiempos no existían tantos parroquianos que utilizaban los tranvías de San Miguel a Lima los días sábados y yo iba en uno de ellos, de pie, con postura, con sobriedad y porte militar, asido de uno de los manubrios de los asientos. Mientras el tranvía pasaba por los barrios que conforman toda la Av. Brasil yo iba recordando cuando jugaba al fútbol con los chicos de Cinco Esquinas y veía pasar a los cadetes del CMLP. “Se hizo mi sueño, Señor. Gracias Dios mío por tu bondad”…
– Lucho, quiero hablar contigo como una madre que no quiere que su hijo no pueda cumplir un sueño. Rodolfo acaba de ingresar al Colegio Militar Leoncio Prado y tiene que matricularse para lo cual se necesitan seis mil soles. Yo le di permiso para que postule y lo he visto cómo madrugaba para estudiar solo, no ha requerido una academia de preparación y su esfuerzo ha sido recompensado. Sé que hice mal en no comunicarte, pero yo lo he ayudado con mi trabajo de costura en el Estado Mayor del Ejército, lamentablemente no alcanzó salir becado como era mi esperanza. Han postulado más de mil jóvenes y han ingresado 400. ¿Podremos apoyarlo?
– Cristina, cualquiera no ingresa a ese colegio, es un orgullo para mí, pero sabes que mi sueldo no lo permite. Seis mil soles ¿De dónde los saco por Dios? ¡No, no me mires así! Tú sabes que la plata de mi padre la maneja mi hermana y ella lo quiere todo para sí. Será imposible acudir a él, porque tendría que consultarle a ella y no lo aceptará.
Campoy era una Hacienda cuyos propietarios era la familia Rébora y Don Teodoro Mendoza Reyes era el caporal quien manejaba toda la peonada y demás servidores de la Hacienda, el hombre de confianza, de la rancia familia que lo quería mucho por su efectivo trabajo; él desconocía el gran sueño de uno de sus nietos.
Mi padre se limpiaba el polvo de sus zapatos ya que al haber caminado por el polvoriento camino que conducía a la Hacienda Campoy, se había llenado de tierra muerta. Se limpiaba la frente pero el sudor que sufría no era tanto por el calor sino por el temor o respeto que siempre tenía él y sus hermanos menores al viejo caporal, cuyo genio era de temer. Mientras esperaba al padre de los Mendoza, sorbía el agua del vaso que gentilmente le había alcanzado una de las concubinas del viejo mandamás y curaca absoluto de toda la servidumbre de la vieja casona que él ocupaba. 
Mi padre después de un buen tiempo vio por fin llegar a un jinete que cabalgaba, trotando con prestancia su inigualable caballo blanco con montura de fino cuero labrado y adornos de plata. Como siempre, con un hermoso sombrero de ala ancha, bigotes bien enrollados hacía arriba, con pañuelo blanco amarrado al cuello, cinturón también con adornos de plata y su inigualable fuete con el que nunca dejaba de golpear las botas camperas de color marrón confeccionadas en la Zapatería Vallejo, al costado del Palacio de Gobierno. Todavía estaba fuerte y de un solo brinco bajó de su caballo que relinchando se despedía de su amo al ser llevado por uno de los peones que lo acariciaba con esmero.
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– ¿A qué debo la alegría de recibir la visita del mayor de mis hijos? Espero que no sea dinero porque eso ya sabes yo no manejo.
– ¿Qué tal padre?, te saludo con mi afecto y cariño de siempre. He venido a traerte una feliz noticia. Tu nieto Rodolfo, como tú sabes es muy apegado a los estudios y ya terminó segundo de secundaria, siendo becado por sus exámenes al ingresar.
– Bueno, ese nieto es mi orgullo porque es el hijo del mayor de mis hijos, que yo sepa todavía tiene que terminar secundaria. Ah y quiero contarte que la familia Rébora me acaba de asegurar y ya estoy en planilla considerado como empleado y no peón u obrero como tú que no quisiste estudiar al igual que todos tus hermanos. Por esa alegría, orgullo y ejemplo para ustedes vamos a tomarnos una copita de pisco de pura uva.
– Padre con su venia, quiero decirle que Rodolfo acaba de postular e ingresar al Colegio Militar Leoncio Prado, fueron 1,200 y solo son 400 los que han logrado ingresar y entre ellos está tu nieto, papá, y quiero que me ayudes con la matrícula. Yo sé que Adela es la que maneja tu dinero, pero papá yo soy el hijo mayor y no se está cumpliendo con el mayorazgo, pero eso no te reclamo solo quiero que me ayudes con la matrícula cuyo dinero yo te devolveré. Tú sabes que Cristina y yo trabajamos, entonces, solo es un préstamo.
– Hummm… podríamos vender una de mis vacas y no molestar a Adela para que no se entere, porque ella no va a querer, tú sabes que ella no tiene hijo varón y por eso no quiere mucho a mi nieto. Ya no guardo dinero porque sabes lo que me pasó con uno de mis primos que me engañó con las monedas de oro que me dejó mi padre, ni yo mismo sé cuánto era ese dinero, pero por lo que tiene ahora tu tío, que sí estudió, debe haber sido una gran cantidad, por eso no quiero que mis nietos sean burros como yo. Mira, ya tengo la solución, el mayor de los Rébora está hoy día acá en la Hacienda, vamos a conversarle del asunto y estoy seguro que él nos dará la plata y después yo lo arreglo. No tienes que devolverme nada, eso es para mi nieto y espero verlo con su uniforme en una de las fiestas que siempre me hace tu hermana para justificar que ya no tiene la misma cantidad que cobra todos los meses en el negocio de la familia Rébora en Lima. Tú y tus hermanos se casaron jóvenes y no estudiaron y ya ves que es muy difícil poder sostener lo que quieren los hijos. En esta vida, si no estudias no llegas. El amor temprano, hace
daño, pero así es la vida. Vamos, hijo, vamos…
Con el transcurrir de los años, cuando decidí acompañar en sus últimos tiempos a mi querido padre, pude enterarme de todo lo que ocurrió cuando ingresé al CMLP y de otras vivencias que cada hombre tiene en su vida. Mi padre murió en mi casa, cumplí su deseo, me dijo: “Sólo cuando ya no pueda caminar, entonces me llevarás a tu casa para morir estando con mis nietos”. Se fue al cielo dejando en la puerta de su casa tres placas de profesionales, sus nietos que lo llenaron de orgullo en su querido y viejo barrio del Agustino.
Bajé del tranvía que era el urbano que llegaba hasta Cinco Esquinas y caminé al igual que aquellos cadetes de 1958 y vi a mis amigos jugando al fútbol. Ellos dejaron de jugar y muy alegres me felicitaban y me pedían que me cambiara para jugar con ellos. Me acordé entonces de lo que me dijo un nuevo amigo que era Teniente del Ejército: “Nunca olvides lo que fuiste, pero tampoco olvides quién eres en la actualidad”.
Regresé cambiado con la ropa que usaba siempre en mis querido Barrios Altos de aquella época y les dije:
– ¡Muchachos, tenemos la Pampita de Barbones… Allá, vamos allá, nos llenaremos de tierra y nos heriremos con los cascajos, pero no invadiremos la calle… Ah, y sobre todo le vamos a ganar a las “Lornas” de la Quinta Blanca!
– ¡Bien Pelón, ta bien… vamos muchachos, vamos a ganar!
Mientras corría, engolosinado, dominando la pelota, me decía… ”Nunca olvidaré que soy de Cinco Esquinas, pero tampoco olvidaré que soy un caballero cadete del Colegio Militar Leoncio Prado… Gracias, Dios mío”.

sue34Monitores de 5to. año, 1961 – XVI CMLP
¡SEGUIREMOS BRILLANDO, SIEMPRE, COMO AZUL HOGUERA!
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