Por : Cesar Hildebrandt
Lo que necesitamos es una revolución.
No una pequeñaja, nacional, embanderada.
Lo que necesitamos es una revolución mundial.
No una que sueñe con una dictadura, con una satrapía estalinista, con una atmósfera de terror impuesta por cualquier fascismo.
Lo que necesitamos es una revolución que nos libre de la dictadura apenas solapada de las corporaciones, de la riquería internacional y de lo que hoy se considera “lo políticamente correcto”.
Me imagino un planeta sacudido por una pandemia de ira santa, un poderío de propósitos, una gran ola de refundaciones. Me imagino miles de palacios de invierno tomados, a la vez, por el arrebato de los exasperados.
Admitámoslo: Estamos enfermos. Nos han logrado enfermar a punta de sometimiento. Por eso aceptamos vivir en esta podredumbre de petroleras, bancos o farmacéuticas donde para las grandes mayorías trabajar es una ruina y donde los ricos lo son hasta la perdición y los pobres lo son hasta el abismo. Estamos enfermos porque hemos llegado a creer –Hollywood dixit- que la codicia es una virtud y hemos asumido que el destino de los miserables tiene que ver con designios de un dios inapelable.
Nos han enfermado lentamente y ahora vivimos la plenitud de nuestra locura. Nos han hecho creer que es natural que las leyes las hagan los lobistas y que la meta de todos los gobiernos, más allá de los hombres furtivos que nos encarnen, sea siempre la misma. Nos han obligado a aceptar que este mundo gobernado en gran medida por el hampa internacional es inmutable. Más locos y más muertos del alma no podemos estar.
Marx, divinizado por la idiotez aunque era tan humano que se acostaba con su sirvienta, imaginó una epopeya proletaria que acabara con el abuso de la burguesía y barriera con los rastros de la aristocracia. Lenin convirtió esa tormenta histórica en una meta local ligada a un país atrasado y profundamente rural. Stalin batió en sangres diversas la idea y estableció que el Comité Central sería el centro del universo y que el mismo estaría sentado a la siniestra de aquel nuevo sol. Lo demás es harto conocido y terminó en el desastre alcohólico de Yeltsin y el fin de un simulacro policial de socialismo.
Yo no hablo de eso. Yo estoy, modestamente, hablando de liberarnos del puerco califato que nos han impuesto los que cortan el jamón en cada rincón del globo. Hablo de la opresión del gran dinero, de la inmoralidad de la acumulación sin frenos. Mi sueño es el de millones que no se atreven a nombrarlo: Un mundo regido por la moderación del consumo, el cuidado del medio ambiente, la redistribución de la renta. Un mundo donde el salario vuelva a alcanzar para educar a los hijos y llegar a fin de mes sin necesidad de recurrir a prestamistas. Un mundo gobernado por gente decente que dé el ejemplo. Uno donde el cadáver del calumniado Olof Palme, el primer ministro sueco asesinado en una calle de Estocolmo, nos toque la puerta y nos diga: “Valió la pena haber muerto por la causa de los hombres”.
Hablo de volver a respirar. Hablo de pelear contra el dragón. Hablo de patearles el trasero a quienes nos han comido el seso dictando las siguientes prohibiciones:
– Se prohíbe poner en duda el derecho de los más ricos a pagar un tercio de los impuestos que deberían pagar.
– Se prohíbe imaginar siquiera que la desigualdad extrema es algo que podría ser corregido por específicas políticas sectoriales.
– Se prohíbe conspirar contra el statuo quo, sea cual fuere la forma que tome esa provocación.
– Se prohíbe cuestionar la teoría de que el libre mercado decide la designación de recursos y que el capitalismo es el último capítulo en la evolución de la humanidad.
– Se prohíbe recordar que la Declaración de Independencia de los Estados Unidos contiene esta frase: “Sostenemos como evidentes estas verdades: Que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.,
– Se prohíbe recordar, de igual modo, que en la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano (Paris, 24 de junio de 1793), surgida de la revolución francesa, consta este párrafo: “Articulo 35.- Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es, para el pueblo y para cada una de sus porciones, el más sagrado de los derechos y más indispensable de los deberes.
– Se prohíbe manchar con algún descreimiento el sacro imperio de organizaciones como el Banco Mundial, la ONU, el Fondo Monetario Internacional, la Unión Europea o el gobierno de los Estados Unidos de América.
– Se prohíbe poner en entredicho que vivimos en un mundo donde rige el Estado de Derecho.
– Se prohíbe comentar maliciosamente el hecho de que los Estados Unidos no aceptan la jurisdicción ni el carácter internacional de la Corte Penal Internacional y exime a sus ciudadanos a comparecer o rendir cuentas ante ella.
– Se prohíbe dudar de la teoría del progreso y del papel que en el nuevo mundo 5G jugará la tecnología al servicio de la comunicación. Se considerará inaceptable mencionar siquiera el decrecimiento del nivel educativo planetario y más aún insinuar que ese supuesto es el fruto, en parte, de la industria del entretenimiento.
En resumen, lectores sobrevivientes: Vivimos en un mundo inventado por Orwell y fingimos que somos libres. El Gran Hermano no es un ogro solitario que nos violenta y amordaza: es el poder económico que controla a los políticos; no es un partido sino una federación corporativa que en Bilderberg o en Davos, en Nueva York o en Berlín, en Londres o en Pekin, organiza y planifica el mundo sin sobresaltos qué necesita. Y, como en la novela de Orwell, la historia se reescribe para el placer de los señoríos, la vigilancia se ejerce a través de la electrónica y los odios que unen en manada se fomentan: Odio al Estado que regula, a los aguafiestas que disuenan, a los chúcaros que llaman a no tolerar más el mandato de la alienación.
El sueño de los poderosos, de los que han banalizado la cultura, hundido en miasmas y agujeros el globo milagroso en el que todos podríamos vivir en paz, el sueño del dinero, digo, es para todos los demás esta pesadilla de gobiernos títeres y muchedumbres legítimamente amenazantes. Ha llegado la hora de empezar a despertar.
Fuente: “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 496, 03/07/2020 p12
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