La vaca, el chivo y el perro – II
Carlos Cabrejos – XXXI CMLP
Era gracioso ver que para los sastres del CMLP era un dolor de cabeza confeccionar los uniformes para los cadetes «en crecimiento». Por esta razón, y para ahorrarle trabajo y billete al ejército peruano, todos los cadetes del Tercer Año tendrían sus uniformes como si fuesen pijamas: muy holgados (bolsudos), los quepis serían como vasinicas sobre sus cabezas tiernas, los cuellos de las camisas blancas serían por lo menos dos dedos más grandes que sus cuellos y los pantalones tan anchos que parecían los pantalones de los mafiosos de Chicago.
-Oiga, señor sastre:-¿Me puede cambiar esta camisa por una más pequeña por favor ?
-Cadete, no se preocupe, dentro de un par de meses esa camisa le quedará como un guante.
–Sí señor, pero qué me va a decir mi hembrita Lili si me ve con esta camisa. Parezco un payaso de circo barato.
-Bueno, cadete, dígale a su amiguita que el ejército no tiene plata para hacer desfiles de modas. Además, ¿Para qué tanto tralalá si llegando a casa se saca el uniforme?
El respeto y buenos modales que uno traía de su casa y que utilizaba con el personal de cocina, sastrería, enfermería, panadería, pañoles etc., y de los diversos talleres, no eran efectivo en los cuchitriles, o mejor dicho en el mundo subterráneo del CMLP. Ya en cuarto año uno ya era canchero, y la misma situación se solucionaba de esta manera…
-Oye, compadre, cámbiame esta camisa por una de mejor calidad –no jodas pues-y que me cierre bonito. -El sastrecillo valiente, generalmente de tez chola o india o zamba respondía:
-Bueno, cadete, va a estar un poco difícil….bla, bla… -y continuaba como continúan todas la mafias en el Perú, …
-Usted sabe, ganamos poco, no nos alcanza el billete, etc…
-Bueno, maestro, aquí tiene unos cuantos soles para que se compre unos chocolates pero la camisa bien planchadita , carajo!
-No se preocupe aspirante, dicho y hecho véngase después de clases y bla, bla, blá., no faltaba más, ¿Verá a su hembrita Lili, esta noche cadete ?
-Oiga no sea sapo, además ahora tengo otra, una “cadetera”!
Hasta esas conversaciones se hacían extrañar los sábados y domingos cuando uno estaba castigado. El personal civil trabajaba solamente de lunes a viernes y los escasos que iban y venían, caminaban apuradamente y sin mirar a nadie, especialmente a los cadetes quienes a veces les daban encargos de los más singulares y que los podía comprometer:
-Oye, patita, tráeme un paquete de cigarrillos pé, estamos castigados, para pasar la noche -esto último era lo más corriente, sin embargo, no era raro que los cadetes, sobre todo, los chivos y las vacas les encomendaran revistas pornográficas, una chatita de ron u otra cosa.
Entrar al comedor de cadetes un sábado por la tarde era un espectáculo desolador, cada fin de semana serían algunas decenas de cadetes de todos los años los que perderían la calle y todo lo exquisito que tenía. Visitar a la familia, los hermanos menores, muchos de ellos niñitos que no pudieron entender la razón de la ausencia de su hermano mayor. Las madres serían las que más sufrirían de verdad. «Ay, pobrecito mi hijito, qué habrá hecho, seguro que le echaron la culpa de algo que no cometió. ¡Esos desgraciados!
Sin embargo, los padres les dirían a sus esposas:
-Tá bien, carajo, que aprendan a ser hombres, ese huevón, tiene que aprender a ser pendejo, que se joda por cojudo!
Pero, en realidad, los arrestados sufrirían mucho por sus amores que dejarían de ver el fin de semana. ¿No sería el sábado por la noche el mejor momento de la semana para los cadetes durante su salida? Las escenas serían las mismas para todos. Los que pudieron salir el fin semana llegarían a las puertas de sus casas casi desvestidos. Los cadetes se vestirían con su uniforme de hogar: un pantalón Blue-Jean con su chaleco también Blue-Jean y sus zapatos de gamuza fina eran parte del uniforme del Saturday Night Fever look . Luego vendría la tarde donde se conversaba, o bien con los padres o bien con los hermanos o vecinos. Los cadetes bien pelados se distinguirían de sus contemporáneos civiles sin porte, adiposos y con falta de orgullo. Más tarde se harían algunas compras con ellos y por último el teléfono de la casa sería como el nuevo fusil. No se desprenderían de éste hasta saber dónde sería el tono, quiénes serían las hembritas para afanar y con qué patas se pasaría la noche. A los leonciopradinos siempre les gustó explorar otros horizontes. Todas las fiestas en La Gran Lima y El Callao estarían inundadas de estos cadetes llenos de ganas de divertirse pero generalmente con los bolsillos vacíos, era verdad, siempre tenían alto el pensamiento y la pichula bien dura.
Tirar contra un sábado por la noche después del rancho era un desafío personal, ¿Me mando o no me mando?, ¿Me voy solo o acompañado, hasta qué hora, quién me abrirá la puerta, y para la lista de presentes, se olvidarán de anotarme como presente? Este tema será motivo de otra lectura de malacate para el futuro. Pero para mí, tirar contra fue una experiencia que sólo pude hacer dos veces, una mañana del mes de agosto, el día del CMLP, y no lo hice sólo lo hizo todo el CMLP en pijamas y dimos unas vueltas por fuera del Colegio a las 5:00 de la mañana para luego deleitarnos con un desayuno de recuntecum, pasteles, chocolate caliente, etc., y la segunda vez fue en quinto, un jueves o miércoles (todos podían salir por un feriado excepto los consignados o castigados). Pero no salté ningún muro (era muy enano para eso), y salí por la puerta grande; ¿Cómo pudo ser posible? Pues se habían olvidado de publicar la lista de castigados y “yo no sabía que estaba consignado” o mejor dicho me hice el huevón.
( Publicado en el Nº 187 de la Gaceta Leonciopradina )
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