domingo, 22 de enero de 2023

MI ULTIMO DIA EN EL CMLP




Premonitoriamente ,este mensaje que fue publicado en la Antorcha Leonciopradina

se cumplió. Somos triunfadores en la vida ,estemos donde estemos.


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A LOS CADETES DE LA DECIMA NOVENA PROMOCION

el fin de la jornada

(Mensaje publicado en la Antorcha Leoncioradina-1964))


Cadete de la 19 Promoción:

 

Hace tres años ingresaste a nuestro Colegio, portando tu alfor­ja llena de románticos fervores: A pesar de tus años de adolescente, ¡quince abriles de la vida! habías hecho una promesa: formarte hom­bre, muy hombre y nutrirte del "patriotismo “que se siente y que se vive junto al héroe Leoncio Prado. Escogiste un Colegio con disciplina mili­tar. Marcaste el paso hacia un gran ideal: ser un hombre de carácter. Hermosa selección la que tú mismo impusiste a tu corazón de muchacho. Y han transcurrido tres años. Han pasado muchas horas de lluvia y de sol por tu frente. Las levantadas en las mañanas frías y la guardia en las noches, oscuras fueron recortando tu ilusión voluptuosa de vivir. Tuviste que imponerte silencio cuando querías reir con la carcajada sonora y fresca de tu edad. Esperaste siempre seis días para darle un be­so a tu madre. Y sufriste agonías de cárcel cuando estuviste enamora­do y tenías la perspectiva de una fiesta de rumbas y merengues, de ale­grías y de sonrisas femeninas. Notas y trabajos fueron tajantes en su sanción. Tuviste que estudiar. Tuviste que trabajar. No había otra so­lución. Leoncio Prado es un camino sobrio de deberes. Tu ruta fue úni­ca: él deber por la disciplina militar. Y la disciplina, la cumpliste, en gran parte, por obediencia y por lealtad a tu palabra empeñada y a tu promesa filial. La jornada ha sido difícil áspera y grave la caminata. Pero ten presente, Cadete leonciopradino, que sólo así se esculpe una estatua de bronce, que sólo así se forja él hombre auténtico, hecho fuerza y hecho virtud. Tú no hubieras querido otra cosa. La debilidad, la complacencia, el engreimiento, hubiera sido tu vergüenza. La sen­sualidad de vivir engreído hubiera deshonrado tus propósitos marcia­les. La tolerancia te habría humillado. Los muchachos de energía, los jóvenes de coraje, les gusta la montaña alta y la pendiente rocosa.

 

Fueron tres años que estuviste con nosotros. Aprendiste a pensar. Aprendiste a luchar para superarte, y sobre todo, a amar a la Patria como pocos escolares de la República. ¿Has meditado? ¿Qué colegio forma con más hondas raíces el sentimiento patriótico como lo hace tu Colegio Militar? Aquí aprendiste peruanidad. Desde él alba virgen de las mañanas, hasta las horas silenciosas de la noche, tu imagen ha sido la Bandera Bicolor, que es el espíritu de la Patria. Tus canciones, tus lemas, tus trabajos, tus desfiles, todo ha sido un culto perenne al Hé­roe de Huamachuco, que murió con gloría para dejarte dignidad histó­rica. En esta escuela de trabajo intenso, de rigor,

de ejercicios y campa­ñas militares, de vida austera sin contemplaciones, de estudio, de ejem­plos marciales, has forjado las raíces de tu alma, las bases de acero de tu futura personalidad moral y social. Tu carácter ya tiene un sello de hombría y de señorío. Tu porvenir ya está más seguro. Hay en tí un hombre.

Ha terminado la jornada. Vas a partir a la gran escuela de la vi­da. A la escuela del mundo. A la lucha diaria, muchas veces sin cuartel. Ya recordarás las horas felices de tu adolescencia. Es justo pues, que cuentes los minutos que te quedan en el colegio. Pero porque eres noble, yo estoy seguro que hay una generosa nostalgia en tu frente y un bondadoso recuerdo para todos tus jefes, Instructores y Maestros, que solo quisieron tu bien. Yo estoy seguro que los ojos de tu alma moza miran con respeto y reverencia al ho­gar que te ha forjado. Tú olvidas cualquier error. Tú olvidas cual­quiera injusticia, y todas las dificultades del camino. Al Perú, como a una madre buena, pero pobre, le cuesta vivir. Quién sabe hubo dure­zas en la jornada. Quién sabe, algunas veces no se supo comprenderte. Quién sabe tuviste muchas veces una lágrima escondida. Pero todo es­to te ha retemplado. Ya no eres un escolar. Ya abriste la puerta gran­de y fuerte de la juventud. Ya empiezas a ser más libre en tus deter­minaciones. Ya sabes lo que es la libertad puesto que ya sabes lo que es la obediencia, la disciplina, el orden. Tu vida ha adquirido un sen­tido clarividente. Ya tienes una idea y una imagen clara del hombre y de su destino. Se te ha enseñado que. él hombre para ser tal, para no verse frustrado frente al destino y al mundo, tiene que ser integral. No es suficiente un saber. Es indispensable un proceder digno. La in­teligencia poco vale, si no está acompañada de carácter; y más toda­vía: de espíritu. El espíritu es grandeza de sentimientos. El espíritu es amor y bondad en todo y para todos.

Cadete: la etapa de la disciplina ya ha terminado. De hoy en adelante ya tú eres, en cierta forma, tu propio jefe. Pero por tus es­fuerzos, por tu lucha, por tus sacrificios, todos estamos contentos. Tus padres están orgullosos. Tus hermanos pequeños contemplan tu ejem­plo; y la Patria, a la cual todos nos' debemos, se siente fuerte y feliz, porque ya tiene un nuevo hijo en tu saber y en tu hombría.

Cadete leonciopradino: con un abrazo de despedida, sólo puede decirte   tu Colegio Militar: ¡has cumplido con tu deber! ¡Dios te ben­diga!

 

Quien no recuerda nuestra última noche en el CMLP. Hubo una algarabía total y parece un sueño lejano, pero fue real. Esa noche nos despedimos para siempre. Jamás volveríamos a estar juntos, pero si unidos a través de la distancia y el tiempo.


Ricardo González nos lo recuerda así.

MI ÚLTIMO DÍA EN EL C.M.L.P.

El calendario señalaba quincena de noviembre, permanecimos internos tres años, acostumbrados a la diaria disciplina y a convivir dentro del perímetro del C.M.L.P. Mi promoción, se hallaba consternada, aún faltaban días, pero sabíamos que llegaría EL ÚLTIMO DÍA.

Nuestras mentes experimentaban la situación de abandonar el status de cadete, mientras las instalaciones permanecerían para otros hermanos, que correrían la misma suerte. En ellas, alternamos el viento, el frío, el calor, la humedad; levantándonos al son de la  “Diana”, para luego tender la cama, bañarse, secarse y vestirse rápidamente.

En el patio del “Duilio Poggi”, el oficial ordenaba… ¡Los tres últimos!, orden que nos hacía correr, ya formados, ordenaba… ¡De frente! … ¡Marchen!, nos trasladábamos a pasar la primera lista, los enfermos eran los descuentos y el cuartelero, sabía que cumplía su último servicio.

Pasada la lista, ¡Media vuelta! … ¡derecha!, a nuestra vista el comedor, visitado tres veces al día, ocupado con   sillas y mesas para 10 cadetes. Ingresábamos, y tomábamos asiento, era una sinfonía el rechinar de las sillas.  ¿Quién no tenía hambre?, el quinto hombre entre peroles, servía la avena, trasladábamos la jarra conteniendo leche, unos las mezclaban, quedándonos satisfechos, con los panes con mantequilla o aceitunas.

Concluyendo, el oficial hacía sonar su silbato para levantarse y acomodar las sillas y otro para salir a formar y dirigirnos a las aulas. 

En ellas, los profesores aceleraban sus cursos, mientras los atendíamos con el ánimo propio del momento, se acercaban los exámenes finales. Aquí muchos se arrepintieron de no haber estudiado, serían los últimos exámenes escolares de nuestras vidas, pretendíamos no desaprobar, el vacacional era el problema. Culminé sin desaprobados, en las últimas clases observé mi salón con cariño, con sus carpetas plomas, que terminaron escritas con mudas historias de amor, el pizarrón verde, y los maestros, que nos supieron inculcar sus conocimientos y experiencias.

Las clases matutinas terminaban a las 12:00 horas. Con nuestros libros permanecíamos en el “Patio Central”, hasta pasar “rancho”. Ubicados, veíamos el platillo con arroz, el estofado, la jarra con refresco, pan, y en el perol, la sopa del día.

Luego, descansábamos y charlábamos, para después formar a las 13:50 horas y dirigirnos a clases hasta las 17:00, posteriormente, el descanso era más prolongado, unos asistían a los diferentes clubes, otros a practicar atletismo o descansar.

 Las formaciones ya estaban calculadas, concluían los clubes, los atletas regresaban para ducharse y cambiarse, algunas veces se nos pasó la hora del rancho.

El último era a las 19:00 horas: sopa caliente, estofado, té con hierba luisa o sólo, y el postre, guindones o mazamorras. Los días viernes había mejoramiento de rancho y por las noches asistíamos al auditorio.

Formábamos para la última lista, los monitores de compañía, recibían el parte de los monitores de sección, éstos, lo presentaban al monitor de año, ambos, más el brigadier de quinto, lo entregaban al monitor general, para ser recibido por el Capitán de Día.

¡Atención a la lista!… ¡atención!… ¡subordinación y valor! … ¡viva el Perú!, era la voz del batallón, voz que dejaríamos de escuchar por siempre.

Ocupábamos las aulas hasta las 21:00 horas, en que salíamos a formación para dirigirnos a paso ligero hacia las cuadras.

Vestíamos el pijama. Los turnos de imaginaria corrían solos, en el libro de parte, se asentaban los cuatro nombres, cada uno cumplía con su obligación de cuidar a los compañeros durante toda la noche, el oficial firmaba aquel libro y chequeaba las ocurrencias.

Los días pasaban, hasta que las clases concluyeron, teníamos tiempo para estudiar y rendíamos los exámenes con la vigilancia de un profesor y un suboficial, quienes no advirtieron los apuntes de los arriesgados.

Nos preparamos luego para la Campaña Final, salimos temprano del colegio y bajamos de los camiones en Conchán, continuamos a pie y nos adentramos hacia la izquierda, acampamos, pasamos rancho en nuestras perolas y dormimos en tiendas de campaña. Al día siguiente, a tomar el objetivo para regresar a campo abierto. El Coronel Director, nos arengó y retornamos al colegio, sucios y cansados, pero revitalizados.

 Entre los cadetes, las órdenes de los técnicos pesaban cada vez menos, los aspirantes se consideraban técnicos, quinto año, sólo rendía exámenes para abandonar el colegio, logrando el respeto hasta el ÚLTIMO DÍA.

Se programó la clausura del año académico, acto desarrollado con la presencia del Presidente de la República, distinguidos invitados, el Maestro de Ceremonias, daba inicio a ésta última actividad, se dieron los acostumbrados mensajes, se cantaron los himnos, premiaron a los cadetes distinguidos, y desfilamos frente al Pabellón Central por última vez, con emoción desmedida, marcamos el paso arrancando polvo, como diciendo… te dejo mi alma y mi huella…

Todo había concluido, era nuestro fin, ahora éramos civiles, entregamos el fusil, el uniforme azul de invierno y el kepí, la polaca blanca aún la conservo intacta, con sus botones dorados y la insignia circular.

El retiro de nuestras pertenencias fue el acto más triste, portando la bolsa de tocuyo con: frazadas, colchas, sábanas, comandos, sacón verde, ropa interior, cuadernos, libros y todo lo que a diario usamos, mezclados sin el orden con que los mantuvimos en el ropero, esto en una mano, y en la otra, sosteniendo nuestro colchón y la almohada, testigo de tantos sueños, ahora sobre un  hombro más fuerte con el que ingresamos.

Salimos tristes pero fortalecidos, con mentes limpias y frescas, listos para tomar un rumbo positivo, actuar en bien del país y poner en práctica todo lo aprendido y mantener la disciplina, que nos forjaron nuestros instructores.

El ÚLTIMO DÍA, arrancó mis lágrimas, que aún permanecen secas en mi rostro y grabé este momento para siempre. Dimos el último paso de separación entre el colegio y la calle, la puerta, testigo al cruzar el imaginario umbral que es el cielo, puerta que se nos abrió hacía tres años, para ingresar por primera vez y en esta oportunidad, también abierta, pero para despedirnos, a mi espalda sentí la mirada inerte de nuestro héroe Leoncio Prado, estático, queriendo decirnos ¡adioses jóvenes!  Cumplieron con su deber, los esperaré siempre, en éste, vuestro eterno hogar, han pasado muchos años, desde aquel ÚLTIMO DÍA, y no dejo de recordarlo, ingreso a cada reencuentro, reforzado en mi espíritu leonciopradino y con mi alma animada del azul hoguera imborrable. A través de los años, voy devolviendo poco a poco, lo mucho que recibí.

Rhgc

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Otro de los motivos por lo que nuestra XIX es única, es por nuestro bello emblema,

diseñada por Julio Dongo Aguirre .Esta obra de arte  es nuestro cóndor llevando el

escudo de nuestro colegio con el nombre de la XIX en el pico como un símbolo que

ondeara en las alturas de nuestras vidas. Hoy en el mundo saben que detrás de ese

emblema están aglutinados los hermanos de la XIX para siempre.


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( Del Libro de Oro de la XIX Promocioòn del CMLP)



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