domingo, 22 de enero de 2023

REMEMBRANZAS

 

REMEMBRANZAS

 

Un día de diciembre, hace muchos años al concluir de estudiar en el colegio “Felipe S. Salaverry”, el segundo año de secundaria, sin cursos reprobados, y pasada la ceremonia de clausura, escuché conversar a mis padres respecto al colegio en que debía estudiar en adelante.

  Mi padre dijo, que yo requería de disciplina, quizá fue por que, con una escalerita, me escapaba trepando la pared posterior de mi casa, hacia un terreno; para juntarme con los amigos del barrio para mataperrear. En aquél entonces, el comportamiento lo regía la disciplina hogareña y existía respeto en general, apenas se fumaba cigarrillos y los menos habían probado el alcohol, no escuché nada sobre drogas.

 Continuaron conversando, hasta que dijeron: Colegio Militar, me bastó, para que en mi cerebro confluyera una confrontación. Entendí que permanecería “encerrado”, salir los sábados y reingresar los domingos. Mi amigo Jhonny García vistiendo su uniforme azul con botones dorados, llegaba el sábado y la noche del domingo salía hacia el colegio, pensé que sería militar, luego comprendí que el CMLP no era  la Escuela Militar de Chorrillos.

 Me comunicaron su decisión y adquirieron un prospecto, lo hojeé y percaté que la matrícula costaba 5,520 Soles, cifra exagerada, mi familia era de clase media, aquella que hace esfuerzos para superarse, aparte que mensualmente la pensión sería de 400 Soles. 

Postularía, mientras pensaba en lo propio: el barrio, amigos, chicas, fiestas, playa, paseos. que uno goza cuando “no está encerrado”; me alejaría del trompo, bolitas, cometa, ladrones y celadores, cosas importantes, pensé que sería soldado, que me pegarían y castigarían, me pregunté ¿esto merezco?, ...  ellos lo saben y dicen, pagaría mis pecadillos.

 La idea no me agradó, pero pensé también ¡vestiré el uniforme como Jhonny¡, estudiare más, y recuerdo que el Dr. Felipe Tiravanti, fue director del Salaverry, antiguo profesor del CMLP, e impartía mucho orden, esto había motivado que me matriculan en este plantel, ahora ingresaría a la verdadera institución de la disciplina.

 ¿Cómo se va hacer?, no había amigos ni familiares militares para lograr alguna varita, tal como hacemos muchos, cuando deseamos ingresar a una oficina o universidad, pero  no se uso la varita.

 Mi padre no confió que estudiaría solo, me matriculó en una academia, dirigida por un profesor del colegio militar, posteriormente fue mi profesor de ciencias naturales; asistíamos a un colegio estatal descuidado, cuyas bancas marrones estaban destartaladas, sus paredes con pintas sobre celeste, los baños sucios. Experimenté diferencias con el colegio particular en que estudié.

 Estaba situada en la Victoria, cercana al barrio obrero, me transportaba con la línea No. 23, me dejaba cerca. Allí nos reunimos 30 jóvenes entre los 14 y 15 años, posteriormente nos encontraríamos postulando. El deporte se practicó en la cancha del barrio obrero: salto alto, salto largo, carreras. planchas, algo de marcha y paso ligero, teníamos destreza, todos habíamos llevado el curso de pre - militar impartido por sub - oficiales maestros, mi instructor fue el único militar conocido, pero de poco rango.

 Llegó la fecha de los exámenes, sentí mayor confianza al encontrarme con cinco amigos del “Salaverry” finalmente ingresamos 480 postulantes. Logré ingresar como pagante, cuando lo informé, la familia, se mostró animada y me felicitaron, sentí que los había complacido, luego desembolsaron 5520 Soles.

 Ingresamos a fines de marzo, rápidamente supe que no  era el sábado la primera salida, ésta fue una ingrata noticia, fue en el día de la madre, luego de una ceremonia “nos soltaron” sumo una más que soporté.

 A cambio, había visita sábados y domingos, ansioso espera a la familia, para poderlos besar y contarles todo, ellos me escuchaban con atención, claro que, en éstas circunstancias, fantaseaba y alguna mentirilla de paso, realzando los acontecimientos: sobre el estudio, rancho, lo temprano que nos levantaban con la “Diana”, el saludo a cadetes superiores, lascuadras, el baño con agua muy fría, ejercicios físicos, marchas, en fin, tantas cosas pasaban en esta ciudad, en que nos llamaron perros.

 Transcurrieron tres años, suficientes, para aprender a obedecer y mandar, que todo tiene su sitio y momento, el fusil y los libros me acompañaron, especialmente quedaron atrás aquellas muchachadas, que cambiamos por mayor madurez y con fines más relevantes, resolvimos problemas reflejados en nuestra juventud. Mi padre falleció al ingresar al 4to.año.

 El hecho que diariamente estudiamos, marchamos, comíamos y dormíamos juntos, motivó la leal y profunda amistad,  que continua a pesar del tiempo transcurrido y a diferencia de edad, nos vemos iguales, pero con arrugas, cabello cano o sin él, casados y con nietos; salimos ganadores, nos abrazamos y recordamos semanalmente nuestras anécdotas, anualmente con integridad y alegría celebramos acompañados de nuestras esposas, el regocijo de ser verdaderos hermanos, manteniendo y difundiendo  nuestra amistad.

 Algunos compañeros viven en el extranjero, otros en provincias, nos acompañan siempre los que adelantaron su partida, sabemos que en el limbo están formando etéreamente nuestra promoción, donde llegaremos, y uniremos con nuestro insignie rector: el Coronel Leoncio Prado y le contaremos todo.

  La experiencia incómoda en sus principios, ha sido grata posteriormente, me embargó la pena al retirarme cargando mi colchón y lo que nuestro ropero guardó, es recuerdo imperecedero. Actualmente, que siendo jóvenes “callejeros” logramos ser cadetes con disciplina y orgullo de ser “Leonciopradinos”, seguimos cantando “Alto el pensamiento, como una bandera...”, sentirnos imponentes de pertenecer al primer colegio de la república, haber contado con excelentes profesores y oficiales. Mucho guardamos de él, estudiamos y aprendimos a vivir, actualmente nos es de provecho, al impartir familiarmente aquellas experiencias.

 Por todo esto, grito en silencio, fuerte que todos me escuchan, decir soy LEONCIOPRADINO, es tanto, que siento que mi sangre recorre con más fuerza mis venas y mi corazón palpita hasta agitarse. Al visitar mi vetusto colegio militar anualmente para reencontrarme con mis compañeros, siento que es mi hogar,  lugar donde recibí mi formación como hombre y peruano, que vivo con mi bandera y símbolos patrios sellados en mi pecho y en  mi espíritu, que ni  la muerte podrá separar, ellos se hallan fundidos más allá de los ojos del alma.

 

Ricardo González Costa


(Del Libro de Oro de la XIX Promociòn)

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