REMEMBRANZAS
Un día de
diciembre, hace muchos años al concluir de estudiar en el colegio “Felipe S.
Salaverry”, el segundo año de secundaria, sin cursos reprobados, y pasada la
ceremonia de clausura, escuché conversar a mis padres respecto al colegio en
que debía estudiar en adelante.
Mi padre
dijo, que yo requería de disciplina, quizá fue por que, con una escalerita, me escapaba
trepando la pared posterior de mi casa, hacia un terreno; para juntarme con los
amigos del barrio para mataperrear. En aquél entonces, el comportamiento lo
regía la disciplina hogareña y existía respeto en general, apenas se fumaba
cigarrillos y los menos habían probado el alcohol, no escuché nada sobre
drogas.
Continuaron
conversando, hasta que dijeron: Colegio Militar, me bastó, para que en mi
cerebro confluyera una confrontación. Entendí que permanecería “encerrado”,
salir los sábados y reingresar los domingos. Mi amigo Jhonny García vistiendo
su uniforme azul con botones dorados, llegaba el sábado y la noche del domingo
salía hacia el colegio, pensé que sería militar, luego comprendí que el CMLP no
era la Escuela Militar de Chorrillos.
Me
comunicaron su decisión y adquirieron un prospecto, lo hojeé y percaté que la
matrícula costaba 5,520 Soles, cifra exagerada, mi familia era de clase media,
aquella que hace esfuerzos para superarse, aparte que mensualmente la pensión
sería de 400 Soles.
Postularía,
mientras pensaba en lo propio: el barrio, amigos, chicas, fiestas, playa,
paseos. que uno goza cuando “no está encerrado”; me alejaría del trompo,
bolitas, cometa, ladrones y celadores, cosas importantes, pensé que sería
soldado, que me pegarían y castigarían, me pregunté ¿esto merezco?, ... ellos lo saben y dicen, pagaría mis
pecadillos.
La idea
no me agradó, pero pensé también ¡vestiré el uniforme como Jhonny¡, estudiare
más, y recuerdo que el Dr. Felipe Tiravanti, fue director del Salaverry,
antiguo profesor del CMLP, e impartía mucho orden, esto había motivado que me matriculan
en este plantel, ahora ingresaría a la verdadera institución de la disciplina.
¿Cómo se
va hacer?, no había amigos ni familiares militares para lograr alguna varita,
tal como hacemos muchos, cuando deseamos ingresar a una oficina o universidad,
pero no se uso la varita.
Mi padre
no confió que estudiaría solo, me matriculó en una academia, dirigida por un
profesor del colegio militar, posteriormente fue mi profesor de ciencias
naturales; asistíamos a un colegio estatal descuidado, cuyas bancas marrones
estaban destartaladas, sus paredes con pintas sobre celeste, los baños sucios.
Experimenté diferencias con el colegio particular en que estudié.
Estaba
situada en la Victoria, cercana al barrio obrero, me transportaba con la línea
No. 23, me dejaba cerca. Allí nos reunimos 30 jóvenes entre los 14 y 15 años,
posteriormente nos encontraríamos postulando. El deporte se practicó en la
cancha del barrio obrero: salto alto, salto largo, carreras. planchas, algo de
marcha y paso ligero, teníamos destreza, todos habíamos llevado el curso de pre
- militar impartido por sub - oficiales maestros, mi instructor fue el único
militar conocido, pero de poco rango.
Llegó la
fecha de los exámenes, sentí mayor confianza al encontrarme con cinco amigos
del “Salaverry” finalmente ingresamos 480 postulantes. Logré ingresar como
pagante, cuando lo informé, la familia, se mostró animada y me felicitaron,
sentí que los había complacido, luego desembolsaron 5520 Soles.
Ingresamos
a fines de marzo, rápidamente supe que no
era el sábado la primera salida, ésta fue una ingrata noticia, fue en el
día de la madre, luego de una ceremonia “nos soltaron” sumo una más que
soporté.
A cambio,
había visita sábados y domingos, ansioso espera a la familia, para poderlos
besar y contarles todo, ellos me escuchaban con atención, claro que, en éstas
circunstancias, fantaseaba y alguna mentirilla de paso, realzando los
acontecimientos: sobre el estudio, rancho, lo temprano que nos levantaban con
la “Diana”, el saludo a cadetes superiores, lascuadras,
el baño con agua muy fría, ejercicios físicos, marchas, en fin, tantas cosas
pasaban en esta ciudad, en que nos llamaron perros.
Transcurrieron
tres años, suficientes, para aprender a obedecer y mandar, que todo tiene su
sitio y momento, el fusil y los libros me acompañaron, especialmente quedaron
atrás aquellas muchachadas, que cambiamos por mayor madurez y con fines más
relevantes, resolvimos problemas reflejados en nuestra juventud. Mi padre
falleció al ingresar al 4to.año.
El hecho
que diariamente estudiamos, marchamos, comíamos y dormíamos juntos, motivó la
leal y profunda amistad, que continua a
pesar del tiempo transcurrido y a diferencia de edad, nos vemos iguales, pero
con arrugas, cabello cano o sin él, casados y con nietos; salimos ganadores,
nos abrazamos y recordamos semanalmente nuestras anécdotas, anualmente con
integridad y alegría celebramos acompañados de nuestras esposas, el regocijo de
ser verdaderos hermanos, manteniendo y difundiendo nuestra amistad.
Algunos
compañeros viven en el extranjero, otros en provincias, nos acompañan siempre
los que adelantaron su partida, sabemos que en el limbo están formando etéreamente
nuestra promoción, donde llegaremos, y uniremos con nuestro insignie rector: el
Coronel Leoncio Prado y le contaremos todo.
La
experiencia incómoda en sus principios, ha sido grata posteriormente, me
embargó la pena al retirarme cargando mi colchón y lo que nuestro ropero
guardó, es recuerdo imperecedero. Actualmente, que siendo jóvenes “callejeros”
logramos ser cadetes con disciplina y orgullo de ser “Leonciopradinos”,
seguimos cantando “Alto el pensamiento, como una bandera...”, sentirnos imponentes
de pertenecer al primer colegio de la república, haber contado con excelentes
profesores y oficiales. Mucho guardamos de él, estudiamos y aprendimos a vivir,
actualmente nos es de provecho, al impartir familiarmente aquellas
experiencias.
Por todo esto,
grito en silencio, fuerte que todos me escuchan, decir soy LEONCIOPRADINO, es
tanto, que siento que mi sangre recorre con más fuerza mis venas y mi corazón
palpita hasta agitarse. Al visitar mi vetusto colegio militar anualmente para
reencontrarme con mis compañeros, siento que es mi hogar, lugar donde recibí mi formación como hombre y
peruano, que vivo con mi bandera y símbolos patrios sellados en mi pecho y
en mi espíritu, que ni la muerte podrá separar, ellos se hallan
fundidos más allá de los ojos del alma.
Ricardo González Costa
(Del Libro de Oro de la XIX Promociòn)
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