sábado, 28 de octubre de 2017

" ME SIENTO CULPABLE "

TEXTOS IMPRESCINDIBLES


En sus memorias ("La vida sin dueño", Alfaguara, 2017), escritas con la colaboración de Fietta Jarque, el recientemente fallecido pintor Fernando de Szyszlo dedica unas cálidas líneas a Blanca Varela y a la compleja -y muchas veces voraz-relación que tuvo, en general, con las mujeres.

«He hablado poco sobre Blanca hasta ahora en estas páginas. La razón principal es que me siento culpable. Ahora me doy cuenta de que cuando nos juntamos éramos adultos intelectualmente-te, pero emocionalmente éramos unos niños. No supimos defender una relación que había comenzado bien. Hubo otros factores, por supuesto, como el temperamento de cada uno. Yo era mucho más apasionado que ella. Blanca tenía mucho carácter, era muy inteligente, muy incisiva. Y yo no me porté bien. A los cuatro meses de casados, cuando estábamos en París, tuve una amante francesa. Ese fue el comienzo del fin. Después he aprendido mucho sobre las relaciones humanas. Si se quiere construir una relación de pareja sólida, las dos personas deben tener la misma intención, un proyecto común, y pelearlo para que sobreviva. No basta con jurarse amor eterno, eso no conjura las dificultades. A veces hasta las atrae. No estábamos preparados cuando nos casamos. Creo que si lo hubiésemos estado, habría sido un matrimonio duradero. Nos interesaban las mismas cosas, juntos vivimos muchas experiencias. No sé cómo se fue torciendo todo... Blanca y yo no sabíamos bien en lo que nos metíamos como pareja. Bueno, eso nadie lo sabe y menos cuando es tan jóven. Ya habíamos tenido intimidad antes de embarcarnos hacia Europa, pero la primera noche que pasarnos juntos fue en el barco. Éramos muy inmaduros y de pronto nos vimos conviviendo en un estrecho camarote y luego en pequeñas habitaciones de hotel. Nunca pensé en las consecuencias de mis infidelidades; eso es lo que me apena aún hoy. La chica francesa con la que tuve esta aventura se vino con Blanca y conmigo en el viaje que hicimos a España en setiembre de 1950. Blanca se enteró mucho tiempo después de esa relación por algo que encontró casualmente y nos delató. A esta chica la conocí a través de un amigo, un pintor checo, muy inteligente y bastante perverso. Tenía una mujer muy bonita y le gustaba que ella se acostara con algunos de nuestros amigos. Tra-taba de corromper a la gente. Era conscientemente inmoral y cultivaba esa veta con gran placer. Fue él quien me consiguió la galería para mi primera exposición. Una galería pequeña pero muy buena, en la rue de Seine. Fue allí donde empecé a relacionarme con pintores franceses de mi edad. En París Blanca y yo estábamos siempre juntos, entre otras cosas, porque no podíamos permitirnos ningún lujo. Ni siquiera sentarnos, con demasiada frecuencia, en un café. Éramos realmente muy pobres. Blanca escribía, pero no se sentía todavía una poeta, en el sentido grave del término. Ya desde Lima formábamos un grupo de amigos sumamente activos en el campo cultural, aunque pocos se ponían la etiqueta, digamos, profesional. Blanca era floja. No hacía muchas cosas, paseaba, cocinaba —mal—, disfrutaba de la ciudad y de los amigos, leía sin cesar. Una mujer llena de talento sin la voluntad de trabajar seria y constantemente en algo. Yo la animaba a hacerlo y por eso la ayudé a juntar sus poemas escritos a máquina y le hice la carátula e ilustraciones a su primer libro, Puerto Supe, para presentárselo a Octavio Paz, que se publicó en 1958 con el título de Ese puerto existe. Cuando regresamos a Lima en 1951 por unos meses, para mi exposición, ya nuestra relación estaba pésima y decidimos divorciarnos. Yo tenía un amigo, compañero de clase, que se había convertido en un abogado muy importante, brillante, Guillermo García Montúfar. Le encargué que nos hiciera los papeles del divorcio. Los hizo y nunca los firmamos. Por ese entonces me llegó la invitación de Pepe Gómez-Sicre para exponer en Washington y decidimos que ella iría directamente a París y yo iba primero a Washington. Por ese entonces ya había conocido yo en Lima a Laura y había nacido esa loca pasión. Desde el primer momento que empecé con ella yo tenía los papeles de divorcio, pero Laura era muy católica y solo admitía el matrimonio religioso. No sé por qué nos casamos por lo religioso con Blanca; nadie nos lo pidió y a nosotros no nos interesaba. De hecho, nos pusimos de acuerdo en que no íbamos a tener hijos.
Blanca llegó sola a París y empezó una nueva etapa. Se fue a vivir a un cuartito en la calle Saint-André des Arts. Hizo nuevas amistades. Éramos amigos de Jacques Lanzinann, el hermano de Claude Lanzmann, el filósofo, que hizo la famosa película sobre el Holocausto, Shoah. La hermana de ellos era amante de Jean-Paul Sartre, una chica muy bonita, muy jovencita, actriz. Sartre escribió para ella una pieza de teatro con el fin de lanzarla a la fama. Ella usaba como nombre artístico el de Évelyne Rey y la obra se estrenó en el Théátre de la Renaissance en 1959. La pieza no funcionó y ella terminó por suicidarse años después. La obra era Le sequestres d'Altona. Después se hizo una película con Maximilian Schell.
El caso es que a través de Évelyne, Blanca conoció a Sartre y Simone de Beauvoir y se hicieron muy amigos. Sobre todo con Simone de Beauvoir se veían mucho. Sartre y Beauvoir eran los personajes de moda de la época, muy famosos e influyentes. Había una especie de pugna muy de cara al público entre los existencialistas y en particular con Albert Camus. Blanca se vinculó más a las ideas de izquierda en ese momento y ese es otro de los motivos de los roces permanentes que hubo entre nosotros. No militaba en ningún partido, pero era más activa políticamente. Yo era un antiestalinista decidido. Cuando regresé a París me juntaba más con gente del grupo surrealista. Seguía viéndome con Blanca, con mis otros amigos, solo que ella iba con los existencialistas. No recuerdo bien de qué vivía Blanca en ese tiempo; escribía para algunas revistas, entre ellas El Mundo, que se ocupaba sobre todo de la vida social limeña. Ya no contaba con la plata que yo recibía. No consiguió ningún trabajo en París. Eso era muy difícil.
Blanca había tenido un puesto en Lima en la Dirección de Informaciones del Ministerio del Interior. Un hermano de Enrique Camino Brent era director —tal vez amigo de la mamá de Blanca— y le dio ese trabajo. Posiblemente le dio una especie de corresponsalía. Laura iba y venía de Roma, así es que yo pasaba mucho tiempo solo en París. Veía a Blanca entre los otros amigos y a Pepa Benavides, que era su íntima amiga y vivía en el mismo hotel que yo. Nunca rompimos de forma total con Blanca. No hubo escenas de violencia o rencores que no superáramos o que nos hicieran dejar de hablarnos. Pero Blanca sufría siempre, es verdad. Cuando terminé con Laura regresé destrozado a París, volví a acercar a Blanca un tiempo después. No fue fácil: ella estaba muy golpeada y tuve que empezar a seducirla de nuevo. Seguramente tenía otros planes, quería quedarse en París, no sé. Traté de convencerla de irnos a Florencia y lo conseguí. De todo esto me siento culpable. No tuve muy cuenta sus planes. El intento rehacer nuestra vida juntos, a postre, no resultó. Demasiados desencuentros. Y al final de ese recorrido apareció Lila. Al principio Blanca y yo sabíamos, de alguna manera, q nuestra alianza era profunda y la vez contemplábamos —al me-nos yo— la posibilidad de vivir la vida a fondo, tomándonos ciertas libertades. Éramos jóvenes. Y éramos muy conscientes de nuestra estrechez económica. Por eso tuvimos claro que no íbamos a tener hijos y así fue hasta que volvimos juntos a Lima en 1955.
Durante, la infancia de nuestros hijos la relación entre nosotros fue algo más armoniosa, sin llegar a recuperarse del todo. Yo era muy inestable. Pero siempre volvía a ella, almorzaba todos los miércoles en casa de Blanca, ya divorciados. Sentía que era una compañía muy arraigada desde muy joven, casi como una tradición familiar. Solo discrepábamos abiertamente en política, pero coincidíamos en nuestros pintores favoritos, en literatura, en todo lo demás. A ella le gustaba la obra de Tápies, la pintura de Bacon. A mí siempre me han gustado ambos, aunque Tápies era bastante antipático.
En los poetas que conocimos siempre me llamó la atención una cosa. César Vallejo es una de mis fuentes y, sin embargo, la mayoría de los buenos poetas no lo consideraban mucho. Qué raro, ¿no? A Octavio Paz, a Emilio Westphalen, a César Moro, a "Pablo Neruda no les gustaba. Y en cambio Octavio, que detestaba la posición política de Neruda, lo apreciaba mucho como poeta. Lo leíamos juntos a veces. A Blanca le encantaba la poesía de Neruda, Vallejo menos, creo. Trabajó con José Angel Valente en una anto-logía de la poesía en español titu-lada Las ínsulas extrañas, que la dio a conocer en España.
Cuando me separé de Blanca ya me había construido este estudio en Ugarte y Moscoso y vivía aquí, pero iba a comer todos los días a casa de ella por estar con mis hijos. Como ya he menciona-do, la muerte de Lorenzo destrozó a Blanca por completo, ya nunca se recuperó. Y luego vino la enfermedad. Una obstrucción en la carótida izquierda le paralizó medio cerebro. Pero parece que nuestro organismo es tan sabio que cuando un problema como ese sucede, la carótida buena comienza a trabajar por las dos, solo que el tiempo va haciendo más difícil la circulación, el cerebro pierde irrigación y cada vez resulta más difícil hablar. No llegó a darse mucha cuenta de lo que sucedió en los últimos años, cuando llegó la culminación de su fama como poeta. El último reconocimiento del que ella se dio plena cuenta fue el Premio Octavio Paz de Poesía, en México. Cuando llegaron los otros grandes premios españoles, el Premio Reina Sofía y el García Lorca, de Granada, Blanca ni siquiera pudo ir. Fue mi nieta Camila a Madrid y mi hijo Vicente a Granada.
Mario quería mucho a Blanca, a pesar de sus diferencias poli-ticas y de que ella nunca estuvo de acuerdo con su candidatura a la presidencia. Blanca era muy amiga de Patricia. Mario y Patricia habían decidido no bautizar a Morgana hasta que ella misma lo quisiera. Cuando se decidió como con diez o doce años, Morgana le pidió a Blanca que fuera la madri-na. Blanca y yo nos divorciamos oficialmente en 1986, diez años antes de la muerte de Lorenzo. El marido de Lila murió ese año y yo quería casarme con ella. Se lo debía a Lila porque se había hecho muy pública nuestra relación. Y además yo quería sellar una unión formal y definitiva con ella. Lo hicimos en diciembre de 1988.
Lila ha sido mi compañera de estos últimos veintiocho años. Si he postergado hablar de ella es porque me resulta difícil expresar lo que nos une. Me cuesta hablar de mis sentimientos amorosos y al mismo tiempo quiero ser cuidadoso de no herir los sentimientos de mi hijo, y de los hijos de ella. He intentado contar nuestra historia en diversos borradores y no consigo extraer toda la verdad que quisiera; me da cierto estúpido pudor. Lo intentaré de nuevo. Lila se llama Liliana Yábar. Su padre tenía una casa de cambios en la esquina de Welsch, por el pasaje Olaya y el jirón de La Unión. No lo conocí en esa época pero de jóvenes pasábamos mucho por ahí. Yo había conocido a Lila de chico; ella no se acordaba, pero yo sí. La hermana de mi amigo Pepe Sresciani, Chichi, era amiga de la hermana menor de Lila. Los Brescia ni vivían al frente de mi casa. Una vez llegaron las Yábar a recoger a Chichi para ir a la playa, y yo vi a Lila. Me acuerdo que me pareció muy guapa. No la volví a ver más hasta mucho tiempo después.
Cuando regresé de Europa me encontré con que Mañé Checa estaba por casarse con Lila. Mañé y ella tuvieron una hija, Liliana. Mañé era muy amigo mío. Coleccionista de pintura, tenía muchos cuadros, algunos muy valiosos: varios Matta, varios Botero, un magnífico Obregón, un pequeño pero muy lindo Lam, entre otros que formaban su extensa colección. Tenía una hija de un matri-monio previo, María Luisa. Tras su muerte fue inevitable desmembrar la colección y repartirla.
Blanca y yo los frecuentába-os mucho porque Mañé era un viejo amigo y tanto él como Lila eran muy acogedores y les gustaba recibir en su casa. Cuando venía alguien importante, algún amigo mío, como Tom Messer, director del Guggenheim, yo lo llevaba a su casa. Luego ellos se ofrecieron a alojar a Tom y Remy, su esposa.
En esos años me fui obsesionando con Lila y ella conmigo. Nació un amor real que, como dos personas maduras, supimos preservar y hacer crecer. Descubrimos al amarnos que una relación puede crecer y perdurar solamente si ambos están dispuestos a enfrentar todo de a dos. Hasta entonces yo todavía pensaba que la vieja frase con la que algún cínico francés definió el amor —un qui souffre el un qui s'enmer-de— ("uno que sufre y uno que se aburre") era el destino inevitable de la pareja. Ahora creo que solo tiene sentido para las aventuras pasajeras.

Lila es una persona muy dada a ayudar a los demás y eso a veces es un defecto. Se posterga a sí misma por ocuparse de otros. Le interesa aprender cosas nuevas, es curiosa. Le contagié mi admi-ración por Proust y se volvió una experta. La Asociación de Amigos de Proust, de París, hace un concurso anual entre lectores del mundo entero. Hay que enviar un texto sobre el escritor y ella mandó uno y ganó un premio. La invitaron a París, conoció a los descendientes de Proust, la casa del lugar literario de Combray que es la villa de Illiers, donde él pasó las vacaciones de su niñez. No me enseñó el texto, hasta ahora no lo he leído. Le da un poco de vergüenza.
Me enamoré de ella. Nos enamoramos. Me cuesta hablar de ello, precisar acontecimientos. Mañé enfermó, murió. A los dos años nos casamos. Yo tenía sesenta y tres años y me sentía preparado para realizar el sueño de la presencia total del otro. Si, habría mucho más que añadir. Momentos emocionantes, años de obsesión, de encuentros clandestinos. De pasión y profundidad. He sido minucioso en este relato con episodios quizá insignificantes por el hecho de ser simplemente buenas historias o anécdotas que recordar. Pero al llegar a esta parte tan importante de mi vida me trabo. Enmudezco. Me van a disculpar.
Podría decir que solo me he enamorado tres veces. Blanca, mi primer amor real. Éramos unos niños que no supimos aprovechar lo que tuvimos y dejamos que la vida lo estropeara. "Laura", con quien conocí una pasión amorosa que nunca había conocido. Estuve profundamente enamorado, a pesar de que su excusa, banal, para terminar conmigo era "religiosa", como si hubiera algo más sagrado que el amor. Creo que se aventuró en cosas inusitadas para ella, pero sus prejuicios le impidieron aceptar que estaba enamorada y menos percibirlo con toda su grandeza.
Y Lila, con quien descubrí el verdadero amor, arrebatado, tranquilo, profundo, salvaje, sin límites en ningún sentido. Sabiendo cada uno de los dos que era para siempre, inconmovible e indestructible porque simultáneamente era frágil y sensible a cualquier cambio de temperatura. Moriremos enamorados.
Me molesta mucho haber hecho sufrir a Blanca. Y que Laura me haya hecho sufrir a mí. Hay personas que has querido, que han sido tu pareja y después te has dado cuenta de que no te da-ban todo lo que querías. Lila sí me lo da.
Nunca he sido muy sociable, no tenía ni el dinero ni las relaciones. He conocido tanta gente inte-resante seguramente por mi amor a la literatura. Luego, cuando ya empecé a tener fama como pintor, sí conocí a mucha más gente, pero solo como relaciones sociales. L
o que sí es cierto es que desde muy joven las mujeres han esta-o en el centro de mi interés. El carácter hace mucho. Una persona tímida está muy vigilante de lo que pasa a su alrededor; precisamente porque no se siente cómodo, le resulta difícil participar. Pienso que es típico de la clase media interesarse y procurar ser más. Más astuto, más lúcido. Cuando te cuesta trabajo surgir, sea por falta de dinero, de experiencia, falta de presencia, todo eso te crea un mundo muy sutil, complicado, que te desarrolla mucho. Aprendes a que las cosas no se te escapen.
La timidez, la falta de seguridad en mí mismo han hecho que muchas veces crea que no soy capaz de alcanzar a alguien. Y ese reto, curiosamente, ha aumentado mi deseo. La verdad es que no sé si comprendo a las mujeres, a la mujer. No he tenido amigas, verdaderas amigas. Mis mejores amigos han sido hombres.
Quizá lo que me incitan las mujeres es el instinto de cazador, el juego de la seducción. No he sido capaz de negarme la mayor parte de las ocasiones, por no decir nunca. No sé cómo, pese a mi inseguridad, he tenido relaciones tan fuertes con mujeres. Puede que hayan sido mis años de madurez, como artista y como hombre. He tenido suerte.» ■


PUBLICADO EN LA REVISTA HILDEBRANDT EN SUS TRECE DEL 20 DE OCTUBRE DEL 2017

domingo, 15 de octubre de 2017

Los leonciopradinos de los viernes


Emoción, preocupaciones, satisfacción, decisión y también sueños, muchos sueños, traían los adolescentes de 1959 que habíamos logrado ingresar al Colegio Militar Leoncio Prado, para conformar una de las promociones más unidas de todos los tiempos, la Decimosexta de Héctor Wong, Alfonso Rivas Plata y Daniel Mojovich.


Al vestir el uniforme beige de soldados, con los borceguíes que se usaban por primera vez en el CMLP, nos sentíamos satisfechos de haber logrado el primer sueño, el anhelo de ser un caballero cadete leonciopradino. Fue riguroso el aprendizaje castrense, marchas forzadas, ejercicios con el fusil Máuser, disciplina, orden cerrado, respeto y obediencia al superior. Fueron primero cansados y sudorosos los ejercicios de marchar y marchar todo el día y la noche, fueron alegres, también, los descansos en las cuadras, donde comenzaban a salir las “chispas” de varios cadetes, entre ellos el inolvidable Carlos Verano, cuyos cuentos colorados nos hacían olvidar la nostalgia que sentíamos por la familia. La oscuridad de las cuadras al toque de silencio a las 21:00 horas y ver el permanente rondar del imaginaria de turno, se volvió rutinario y aprendimos a ser primero soldados y después de semanas de entrenamiento militar, nos convertimos ya, en los caballeros cadetes que al vestir el uniforme de gala, sentimos ese gran orgullo de pertenecer a la gran Dieciséis del CMLP.
Fueron tres años inolvidables por lo que vivimos y estudiamos, pero, sobre todo, por lo que llegamos a sentir…”Un sentimiento de hermandad pura en cariño, respeto, lealtad, confraternidad, fidelidad”. Existen diversas experiencias y también inolvidables demostraciones de cariño fraterno entre nuestra promoción. Una de las grandes experiencias que nos dio el CMLP fueron las diversas celebraciones de cumpleaños en una mesa especial donde se celebraba cada mes, el cumpleaños de los cadetes de tercero, cuarto y quinto año. La tertulia diaria a la hora del rancho (desayuno, almuerzo y cena) es una de las experiencias que más recordamos, quizás por ello es, que uno de nuestros hermanos, creó la reunión de los viernes de la XVI. Religiosamente, todas las noches de los viernes en un rinconcito que nos acoge con cariño, recordamos esas tertulias tan significativas que aún practicamos. 
Este viernes que acaba de pasar, se ha homenajeado a tres grandes hermanos que han cumplido años: Héctor Wong, Alfonso Rivas Plata y Daniel Mojovich, ya no se siente el gran murmullo de nuestro comedor, ya no nos miramos desesperados por recibir del camarada de turno a la hora de servir los suculentos y bien servidos platos que nos alimentaba cada día, ya no existe la rigurosidad que exigía en nuestro comportamiento del jefe de mesa, ya no vestimos el uniforme beige con corbata y caponas, pero sí continúa existiendo ese cariño, ese amor fraterno, que nos acompañará siempre. En reemplazo del bromista, del que siempre originaba la chacota en la sobremesa, está el que, sin que nos demos cuenta, está efectuando tomas que después sirven a Clicks Deportivos, para sus publicaciones semanales. Qué hermoso es vernos acompañados de nuestras esposas, quienes comparten nuestras alegrías y entre ellas, también, han llegado a sentirse leonciopradinas en amor y cariño de hermanas. 

Ya no son esas preocupaciones, emociones, satisfacciones, decisiones y sueños de aquellos adolescentes de 1959, hoy, cada viernes, nos llama, nos alegra, nos hace felices, volver a encontrarnos, volver a ser los mismos jovencitos que conformamos la gran Dieciséis. Cada noche de los viernes, es sentirnos con aquel uniforme beige con caponas celestes, cada noche de los viernes, es volver a sentir la gran satisfacción de tener a grandes hermanos, a una hermosa familia que, a pesar de distancias, físicas, sociales, profesionales, seguimos siendo los mismos soldados que aprendimos a cubrirnos durante las frías noches de invierno, de enseñarnos algunas de las clases de matemáticas que no entendimos, de apoyarnos con un sol que después nos devolveríamos en la cuadra, de acompañarnos y compartir cualquier castigo castrense que merecíamos o no. 
Cada hermano de promoción del CMLP tiene un bello recuerdo de su vida de cadete y de excadete, todos tenemos mucho que recordar entre cada uno, en esta oportunidad, qué merecido celebrar los cumpleaños de Héctor Wong, un caballero, amoroso con sus hermanos, ejerciendo una excelente labor como presidente de la promoción y como entrañable amigo. De nuestra eminencia médica, Alfonso Rivas Plata, que siempre está listo para apoyarnos en momentos de delicada salud, habiendo vuelto a nacer a muchos de nosotros, asimismo, también, nos alegra con su música y canto. De nuestro eterno delegado, nadador, tenista, velocista, utilero, masajista, etc., etc., con el único defecto -para Jorge Villalobos- de ser hincha acérrimo del Club Alianza Lima, gracias a él, nuestra querida Decimosexta, continúa siendo una de las más unidas promociones del CMLP. 
Gracias, sobre todo, a ustedes queridos hermanos excadetes, que están lejos, que están cerca pero por diversos motivos no pueden asistir, a ustedes que no dejan morir estas lindas noches de tertulias, con sus presencias, en el rinconcito que cada promoción tiene cada fin de semana, en el que volvemos siempre a ser los mismo jóvenes de una bella época de nuestras vidas, como lo hacen todos los leonciopradinos, que siguen viviendo la bella tradición heredada desde la primera promoción del… Colegio Militar Leoncio Prado.
¡Seguiremos brillando, siempre, como azul hoguera!
Rodolfo Mendoza
XVI CMLP



LOS SUEÑOS SÍ SE HACEN REALIDAD



Rodolfo ‘Tombito’ Mendoza XVI CMLP


“La vida es sueño, y los sueños, sueños son”, decía Pedro Calderón de la Barca en su obra “La vida es sueño” a través del soliloquio de Segismundo. Y yo soñé una hermosa quimera, una bella ilusión, convertirme en caballero cadete del Colegio Militar Leoncio Prado. Fantasía de un adolescente que siempre quiso un poco más de lo que tenía.
Era el año 1958 y por mi barrio pasaban los cadetes del primer colegio militar del Perú, con ese hermoso uniforme con alamares y botones dorados con el escudo de nuestra patria. Dejaba yo de jugar al fútbol y la pelota pasaba por el arco convirtiéndose en gol que nos hacía ir perdiendo el partido. Los muchachos de Cinco Esquinas me reclamaban y yo, absorto, no les hacía caso.
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– Pelón, no sueñes, nosotros no podemos ingresar a ese colegio. Tendrás que terminar en el Pedro A. Labarthe, donde ya eres un crack del fútbol, además cuando regresas de clases pasas por la casa de tu amada y eso no creo que lo quieras dejar… Vamos, vamos Pelón, ponte en la defensa y ya no permitas más goles… ¡Apúrate que ya debe llegar el policía de tránsito y no nos dejará jugar!
Suspiraba hondamente y volvía al juego que tanto me gustaba. Los muchachos se reían y con sus dedos índices se tocaban la sien en señal que el pelón estaba loco con su sueño.
Un día sábado del mes de junio de 1959, la 1ra. Sección estaba en un corre, corre de las cuadras a los baños de aquel inolvidable Cuartel Guardia Chalaca…
– Tombito… ¿Sabes? te pareces a un tamal mal hecho, esa polaca está muy ancha y se te ve mal, anda mírate al espejo y te darás cuenta. La mía está bien, pero quiero algo más holgado, si gustas te la cambio. Toma pruébatela y tú me dirás si estás de acuerdo.
Fui al baño y la polaca me quedaba entallada, efectivamente me quedaba mejor y ya no se me veía como ese tamal que decía Dante Belleggi. Lo vi y mi polaca le quedaba ancha pero como es alto no se le veía mal. Sentí un hincón en el pecho. Eran los años en que a pesar de las bromas, de los insultos y “chapas”, existía una gran hermandad leonciopradina que hacía que estos gestos cotidianos nos iban haciendo cada vez más unidos, tal como hasta el día de hoy en que ya pasamos muchos de nosotros los setenta años y los intercambios de polacas de gorras, de mamelucos y borceguíes se han cambiado por otros gestos como el de entregar tarjetas de los almuerzos de los reencuentros de cada año para que asistan los que no pueden costearlas, así como también apoyos a los que están mal económicamente, otros con males de salud y apoyos para conseguir empleos, etc., etc.
Todos nos arreglábamos unos a otros con las caponas, abroche de cuellos y acomodar el correaje y gorra. Al fin ya estábamos tan igual que los cadetes de cuarto y quinto año, vistiendo nuestro uniforme de gala para salir de paseo. Quienes no habían obtenido el cordón rojo de distinguido o el dorado de honor, se prometían a sí mismo que para el segundo bimestre lo tendrían.

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Foto cortesía de José Luis Villavicencio ‘Pepelucho’ XIX
En esos tiempos no existían tantos parroquianos que utilizaban los tranvías de San Miguel a Lima los días sábados y yo iba en uno de ellos, de pie, con postura, con sobriedad y porte militar, asido de uno de los manubrios de los asientos. Mientras el tranvía pasaba por los barrios que conforman toda la Av. Brasil yo iba recordando cuando jugaba al fútbol con los chicos de Cinco Esquinas y veía pasar a los cadetes del CMLP. “Se hizo mi sueño, Señor. Gracias Dios mío por tu bondad”…
– Lucho, quiero hablar contigo como una madre que no quiere que su hijo no pueda cumplir un sueño. Rodolfo acaba de ingresar al Colegio Militar Leoncio Prado y tiene que matricularse para lo cual se necesitan seis mil soles. Yo le di permiso para que postule y lo he visto cómo madrugaba para estudiar solo, no ha requerido una academia de preparación y su esfuerzo ha sido recompensado. Sé que hice mal en no comunicarte, pero yo lo he ayudado con mi trabajo de costura en el Estado Mayor del Ejército, lamentablemente no alcanzó salir becado como era mi esperanza. Han postulado más de mil jóvenes y han ingresado 400. ¿Podremos apoyarlo?
– Cristina, cualquiera no ingresa a ese colegio, es un orgullo para mí, pero sabes que mi sueldo no lo permite. Seis mil soles ¿De dónde los saco por Dios? ¡No, no me mires así! Tú sabes que la plata de mi padre la maneja mi hermana y ella lo quiere todo para sí. Será imposible acudir a él, porque tendría que consultarle a ella y no lo aceptará.
Campoy era una Hacienda cuyos propietarios era la familia Rébora y Don Teodoro Mendoza Reyes era el caporal quien manejaba toda la peonada y demás servidores de la Hacienda, el hombre de confianza, de la rancia familia que lo quería mucho por su efectivo trabajo; él desconocía el gran sueño de uno de sus nietos.
Mi padre se limpiaba el polvo de sus zapatos ya que al haber caminado por el polvoriento camino que conducía a la Hacienda Campoy, se había llenado de tierra muerta. Se limpiaba la frente pero el sudor que sufría no era tanto por el calor sino por el temor o respeto que siempre tenía él y sus hermanos menores al viejo caporal, cuyo genio era de temer. Mientras esperaba al padre de los Mendoza, sorbía el agua del vaso que gentilmente le había alcanzado una de las concubinas del viejo mandamás y curaca absoluto de toda la servidumbre de la vieja casona que él ocupaba. 
Mi padre después de un buen tiempo vio por fin llegar a un jinete que cabalgaba, trotando con prestancia su inigualable caballo blanco con montura de fino cuero labrado y adornos de plata. Como siempre, con un hermoso sombrero de ala ancha, bigotes bien enrollados hacía arriba, con pañuelo blanco amarrado al cuello, cinturón también con adornos de plata y su inigualable fuete con el que nunca dejaba de golpear las botas camperas de color marrón confeccionadas en la Zapatería Vallejo, al costado del Palacio de Gobierno. Todavía estaba fuerte y de un solo brinco bajó de su caballo que relinchando se despedía de su amo al ser llevado por uno de los peones que lo acariciaba con esmero.
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– ¿A qué debo la alegría de recibir la visita del mayor de mis hijos? Espero que no sea dinero porque eso ya sabes yo no manejo.
– ¿Qué tal padre?, te saludo con mi afecto y cariño de siempre. He venido a traerte una feliz noticia. Tu nieto Rodolfo, como tú sabes es muy apegado a los estudios y ya terminó segundo de secundaria, siendo becado por sus exámenes al ingresar.
– Bueno, ese nieto es mi orgullo porque es el hijo del mayor de mis hijos, que yo sepa todavía tiene que terminar secundaria. Ah y quiero contarte que la familia Rébora me acaba de asegurar y ya estoy en planilla considerado como empleado y no peón u obrero como tú que no quisiste estudiar al igual que todos tus hermanos. Por esa alegría, orgullo y ejemplo para ustedes vamos a tomarnos una copita de pisco de pura uva.
– Padre con su venia, quiero decirle que Rodolfo acaba de postular e ingresar al Colegio Militar Leoncio Prado, fueron 1,200 y solo son 400 los que han logrado ingresar y entre ellos está tu nieto, papá, y quiero que me ayudes con la matrícula. Yo sé que Adela es la que maneja tu dinero, pero papá yo soy el hijo mayor y no se está cumpliendo con el mayorazgo, pero eso no te reclamo solo quiero que me ayudes con la matrícula cuyo dinero yo te devolveré. Tú sabes que Cristina y yo trabajamos, entonces, solo es un préstamo.
– Hummm… podríamos vender una de mis vacas y no molestar a Adela para que no se entere, porque ella no va a querer, tú sabes que ella no tiene hijo varón y por eso no quiere mucho a mi nieto. Ya no guardo dinero porque sabes lo que me pasó con uno de mis primos que me engañó con las monedas de oro que me dejó mi padre, ni yo mismo sé cuánto era ese dinero, pero por lo que tiene ahora tu tío, que sí estudió, debe haber sido una gran cantidad, por eso no quiero que mis nietos sean burros como yo. Mira, ya tengo la solución, el mayor de los Rébora está hoy día acá en la Hacienda, vamos a conversarle del asunto y estoy seguro que él nos dará la plata y después yo lo arreglo. No tienes que devolverme nada, eso es para mi nieto y espero verlo con su uniforme en una de las fiestas que siempre me hace tu hermana para justificar que ya no tiene la misma cantidad que cobra todos los meses en el negocio de la familia Rébora en Lima. Tú y tus hermanos se casaron jóvenes y no estudiaron y ya ves que es muy difícil poder sostener lo que quieren los hijos. En esta vida, si no estudias no llegas. El amor temprano, hace
daño, pero así es la vida. Vamos, hijo, vamos…
Con el transcurrir de los años, cuando decidí acompañar en sus últimos tiempos a mi querido padre, pude enterarme de todo lo que ocurrió cuando ingresé al CMLP y de otras vivencias que cada hombre tiene en su vida. Mi padre murió en mi casa, cumplí su deseo, me dijo: “Sólo cuando ya no pueda caminar, entonces me llevarás a tu casa para morir estando con mis nietos”. Se fue al cielo dejando en la puerta de su casa tres placas de profesionales, sus nietos que lo llenaron de orgullo en su querido y viejo barrio del Agustino.
Bajé del tranvía que era el urbano que llegaba hasta Cinco Esquinas y caminé al igual que aquellos cadetes de 1958 y vi a mis amigos jugando al fútbol. Ellos dejaron de jugar y muy alegres me felicitaban y me pedían que me cambiara para jugar con ellos. Me acordé entonces de lo que me dijo un nuevo amigo que era Teniente del Ejército: “Nunca olvides lo que fuiste, pero tampoco olvides quién eres en la actualidad”.
Regresé cambiado con la ropa que usaba siempre en mis querido Barrios Altos de aquella época y les dije:
– ¡Muchachos, tenemos la Pampita de Barbones… Allá, vamos allá, nos llenaremos de tierra y nos heriremos con los cascajos, pero no invadiremos la calle… Ah, y sobre todo le vamos a ganar a las “Lornas” de la Quinta Blanca!
– ¡Bien Pelón, ta bien… vamos muchachos, vamos a ganar!
Mientras corría, engolosinado, dominando la pelota, me decía… ”Nunca olvidaré que soy de Cinco Esquinas, pero tampoco olvidaré que soy un caballero cadete del Colegio Militar Leoncio Prado… Gracias, Dios mío”.

sue34Monitores de 5to. año, 1961 – XVI CMLP
¡SEGUIREMOS BRILLANDO, SIEMPRE, COMO AZUL HOGUERA!
aContenido


Cartas a Diego



CARTAS A DIEGO                                    

Lima, 15 de octubre del 2,005

Querido Diego:
Te escribo esta carta, como siempre, con la finalidad que vayas conociendo cómo es la vida en el Colegio Militar Leoncio Prado. He conversado con tu madre y le he prometido que voy a colaborar, también, para que puedas postular al colegio donde ha estudiado tu abuelo y tu padre. Espero que verdaderamente tengas  esa vocación de estudiar en el primer Colegio Militar de la República. 
Los estudiantes que conviven en este colegio, poco a poco van entrelazando una gran amistad y hermandad, esa convivencia hace que las relaciones se vuelvan cada vez con mayor confianza entre ellos y  motiva que comiencen a ponerse sobrenombres, debido a diferentes circunstancias y es por ello que te narro, en esta historia, como a tu abuelo le ponen el apelativo de “tombito”, lo que primero motivó mi enojo, sin embargo ahora, ese apodo es como mayormente me reconocen mis queridos hermanos de la XVI Promoción, y a mí sinceramente, me llena de gran emoción y felicidad.
  



EL TOMBITO


Era un viernes por la noche del mes de abril de 1959, entrando a las cuadras del tercer año, en el a la derecha, la puerta de la primera sección, era cómplice de la tertulia silenciosa que realizaban los nuevos “canes”, que no hacían muchos días, se habían incorporado a nuestro querido CMLP.
 Estaba Carlos “El Loco” Verano compitiendo con el “Capitán Acab” Guillermo Coronado, para ver quién contaba los mejores cuentos. El “Lorito” Cuba Solari, se tapaba sus “vírgenes” oídos, para no escuchar las barbaridades rojas que emanaban de la “bocota” del “Loco”, que no dejaba de levantar sus “eróticas” cejas e hinchar los grandes agujeros de su nariz roma. 
-Y saben “Sambitos”, el loro al cruzar el cable pelado, recibió tamaña descarga eléctrica, que se quedó sin pluma alguna y dijo: “Así soy yo, cuando me pongo erótico, me gusta calato”. 
-¡ Ja…Ja…Ja…Ja ¡
Reíamos los “perritos” de la primera, mientras “Anyulo Azzevedo” le decía a “Pechente” Bazalar: 
-Mi papá es igualito al actor de cine Tyrone Power, por eso yo,  soy  muy guapo. …??? 
-¡Tengo hambre, gritaba “El Caimán” Don Napoleón ¡
“Chaccha” Luis Hermoza, quería reírse, pero  se  agarraba  sus nalgas que le dolían a rabiar, por el “Angulo Recto” que le  había  propinado  el furibundo técnico, “Mono” Salas del quinto año.         
– ¡Hoc…hoc!…intentaba reír el “Cerdito” Berrocal Centeno, mientras engullía una manzana, que se había guardado del rancho del medio día.        
-El Barbón, no se animaba a contar un cuento piurano… ¡Guaaá!        
-Cuenten una de “Jaimito” pedía “Mindreau”.      
-¡ No… una de “Quevedo”!… Gritaba el Loco Saavedra.      
-¡Que baile el “loco”…que baile “El loco!…gritaba César Zelaya.
 Mientras el “chinito” Koo Wong….refunfuñaba:…Grrr…..Grrrr… ¿A qué hora me dejarán dormir estos “perros” de mierda…. Puta carajo? Y cerrando sus puños, los alzaba hasta la altura de su mentón.
Carlitos Verano, estaba en su salsa, de inmediato se dio una guaracha tan movida que hasta las grandes orejas de Vargas Machuca, danzaban al son del ritmo que bailaba nuestro querido orate.
 -¡Mi “Suficial”…mi “Suficial”…están haciendo bulla….carajo! -Gritaba mi inolvidable, Octavio Merino Bartet, que tenía un vozarrón tan alto, que todos nos asustamos, porque podría hacerse presente el suboficial Cadenillas, que esa noche, se encontraba de servicio.  -No hagan bulla…no hagan bulla…shhhh…shhhh.
Nos hablaba el “Cura” Marrufo, mientras hacía girar su llavero, cuya costumbre, no la pudo dejar, hasta salir del colegio en 1961.
Verano y compañía corrieron sigilosamente a su cuadra, también de la primera y todos nos cubrimos con las frazadas, asustados. Pensando en que estaba de turno el capitán Capeletti Díaz, Miguel. Que era “recontra bravo”, y le gustaba propinar unos “coca chasos” de padre y señor mío.  
¡Tutututú!… Sonaba la diana, que anunciaba que ya eran las seis de la mañana, hora de salir al patio de formación, en ropa de deportes para hacer los crueles ejercicios que dirigía, el Teniente Oswaldo “Caña Brava” Sandoval.        
-¿Qué no pueden hacer estos ejercicios…carajo?!…¡A…mí, me han  operado un huevo y sigo “tirando” como si nada!       
-¡Corran…corran…”perros”….a formar…carajo!
Salíamos de tomar desayuno: Un platazo de quaker con manzana, tres “pan zotes”, una taza de café con leche y un gran trozo de mantequilla.
Éramos la primera sección, por lo tanto estábamos a la cabeza: Pizarro, Teddy y el “Caimán”, dirigían la salida a la primera Marcha de Campaña, 
Atrás los más “chatos” queríamos levantar “La pata” al igual que Tulio “Pucho” Vignolo, sinceramente un “Desastre” completo.     
-¡Estos perros…están hasta “El mango”…no sirven carajo!
 Vociferaba el Monitor Sierralta, un gringo de ojos celestes, con carita de ángel, pero con un accionar de diablo para los pobres “Canes” de la primera compañía. Que emoción sentíamos al cruzar las rejas que se habrían de par en par, en la av. Costanera, al salir después de una semana de “cautiverio”.    
-¡Huelan…Sambitos….huelan!…No sienten el aroma de la libertad ¡carajo!….¡libres…somos…libres!
Gritaba Luchito Moyano, mientras le caía un sablazo, del Teniente Sandoval Castro Oswaldo.   
-¡Corran…Corran…carajo…paso ligero…paso ligero… ¡       
-Grrrr….Grrrr…”pedazzzo” de “mieerda”… ¡Puta carajo!… No te puedes callar la boca, so cojudo. Gruñía nuestro querido, El chinito Koóó´.
Qué distinta era la Avenida La Paz, no existía, la ahora, Urbanización Altamar, todo era chacra. Cruzamos varios muros que ya no existen, vestíamos mamelucos y fornitura. Era emocionante, nos sentíamos estar en el Campo de Batalla, listos para el combate. Nos estábamos preparando para la gran guerra….¡ERAMOS…SOLDADOS…CARAJO!
Al llegar, no recuerdo bien que avenida era, pero cruzaban con regular frecuencia muchos carros de entonces y el Teniente Aguirre Moreno Víctor:         
-¡Compañía… alto!…¡ Firmes…. No se muevan… atención!
Me mira a mí y ordena: “Usted cadete salga de la formación y póngase en medio de la pista para que no sigan transitando los carros”.
Medio asustado, miré a todos lados y me puse al frente, aguantado la respiración y puse cara de pocos amigos…y me dije: “Ningún carro pasa carajo”.
Cuando de pronto una carita redonda con unos ojitos chinitos y sonrisa de niño bueno, comienza a gritar…
-¡ “Tombo… tombo… tombito ¡ y toda la primera sección, se unió a  Koo Wong, Segundo:       
-¡Tombito…tombito…que buen tombo… carajo!        
-¡Dirige bien el tránsito, tombito… carajo!
Me sacó “pica”… temblé de cólera y volteé a mirar a Koo, sabía que me quedaría con esa “Chapa”…”puta madre…carajo…Ahora ya me jodí”. 
Cuando un claxon me hizo volver a la realidad y con firmeza continué con la orden recibida…Soy un soldado y las ordenes: “Se cumplen sin dudas ni murmuraciones… carajo”
-¡Nadie pasa¡
Que lejos estábamos de aquel 29 de Julio de 1,961, con Bustamante, Deza, Pinto, Dávila, Quinteros y  Suárez, dirigiendo a la mejor promoción, la XVI, en la Gran Parada Militar. ¡Que bien marchábamos! 
Hoy… hoy, me siento muy orgulloso de mi “Chapa”, y bendigo a mi querido compañero de promoción, porque lo sigo viendo: Refunfuñando, “carajeando”, “gramputeando” y después con su ¡“Carita redonda, con sus ojitos chinitos y sonrisa de niño bueno”!…Se gozaba de intentar influenciarnos miedo hacía él…pero… Él, era un “Chinito” más bueno, que el pan, del “Colegio Militar Leoncio Prado”.
Mi querida promoción esta es la historia, de cómo nace, El tombito, su hermano y decidor que los tiene a todos ustedes por siempre: EN EL CORAZÓN

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