TEXTOS IMPRESCINDIBLES
En sus memorias
("La vida sin dueño", Alfaguara, 2017), escritas con la colaboración
de Fietta Jarque, el recientemente fallecido pintor Fernando de Szyszlo dedica
unas cálidas líneas a Blanca Varela y a la compleja -y muchas veces
voraz-relación que tuvo, en general, con las mujeres.
«He hablado poco
sobre Blanca hasta ahora en estas páginas. La razón principal es que me siento
culpable. Ahora me doy cuenta de que cuando nos juntamos éramos adultos intelectualmente-te,
pero emocionalmente éramos unos niños. No supimos defender una relación que
había comenzado bien. Hubo otros factores, por supuesto, como el temperamento
de cada uno. Yo era mucho más apasionado que ella. Blanca tenía mucho carácter,
era muy inteligente, muy incisiva. Y yo no me porté bien. A los cuatro meses de
casados, cuando estábamos en París, tuve una amante francesa. Ese fue el
comienzo del fin. Después he aprendido mucho sobre las relaciones humanas. Si
se quiere construir una relación de pareja sólida, las dos personas deben tener
la misma intención, un proyecto común, y pelearlo para que sobreviva. No basta
con jurarse amor eterno, eso no conjura las dificultades. A veces hasta las
atrae. No estábamos preparados cuando nos casamos. Creo que si lo hubiésemos
estado, habría sido un matrimonio duradero. Nos interesaban las mismas cosas,
juntos vivimos muchas experiencias. No sé cómo se fue torciendo todo... Blanca
y yo no sabíamos bien en lo que nos metíamos como pareja. Bueno, eso nadie lo
sabe y menos cuando es tan jóven. Ya habíamos tenido intimidad antes de
embarcarnos hacia Europa, pero la primera noche que pasarnos juntos fue en el
barco. Éramos muy inmaduros y de pronto nos vimos conviviendo en un estrecho
camarote y luego en pequeñas habitaciones de hotel. Nunca pensé en las
consecuencias de mis infidelidades; eso es lo que me apena aún hoy. La chica
francesa con la que tuve esta aventura se vino con Blanca y conmigo en el viaje
que hicimos a España en setiembre de 1950. Blanca se enteró mucho tiempo
después de esa relación por algo que encontró casualmente y nos delató. A esta
chica la conocí a través de un amigo, un pintor checo, muy inteligente y
bastante perverso. Tenía una mujer muy bonita y le gustaba que ella se acostara
con algunos de nuestros amigos. Tra-taba de corromper a la gente. Era
conscientemente inmoral y cultivaba esa veta con gran placer. Fue él quien me
consiguió la galería para mi primera exposición. Una galería pequeña pero muy
buena, en la rue de Seine. Fue allí donde empecé a relacionarme con pintores
franceses de mi edad. En París Blanca y yo estábamos siempre juntos, entre
otras cosas, porque no podíamos permitirnos ningún lujo. Ni siquiera sentarnos,
con demasiada frecuencia, en un café. Éramos realmente muy pobres. Blanca
escribía, pero no se sentía todavía una poeta, en el sentido grave del término.
Ya desde Lima formábamos un grupo de amigos sumamente activos en el campo
cultural, aunque pocos se ponían la etiqueta, digamos, profesional. Blanca era
floja. No hacía muchas cosas, paseaba, cocinaba —mal—, disfrutaba de la ciudad
y de los amigos, leía sin cesar. Una mujer llena de talento sin la voluntad de
trabajar seria y constantemente en algo. Yo la animaba a hacerlo y por eso la
ayudé a juntar sus poemas escritos a máquina y le hice la carátula e
ilustraciones a su primer libro, Puerto Supe, para presentárselo a Octavio Paz,
que se publicó en 1958 con el título de Ese puerto existe. Cuando regresamos a
Lima en 1951 por unos meses, para mi exposición, ya nuestra relación estaba
pésima y decidimos divorciarnos. Yo tenía un amigo, compañero de clase, que se
había convertido en un abogado muy importante, brillante, Guillermo García
Montúfar. Le encargué que nos hiciera los papeles del divorcio. Los hizo y
nunca los firmamos. Por ese entonces me llegó la invitación de Pepe Gómez-Sicre
para exponer en Washington y decidimos que ella iría directamente a París y yo
iba primero a Washington. Por ese entonces ya había conocido yo en Lima a Laura
y había nacido esa loca pasión. Desde el primer momento que empecé con ella yo tenía
los papeles de divorcio, pero Laura era muy católica y solo admitía el
matrimonio religioso. No sé por qué nos casamos por lo religioso con Blanca;
nadie nos lo pidió y a nosotros no nos interesaba. De hecho, nos pusimos de
acuerdo en que no íbamos a tener hijos.
Blanca llegó sola a
París y empezó una nueva etapa. Se fue a vivir a un cuartito en la calle
Saint-André des Arts. Hizo nuevas amistades. Éramos amigos de Jacques
Lanzinann, el hermano de Claude Lanzmann, el filósofo, que hizo la famosa
película sobre el Holocausto, Shoah. La hermana de ellos era amante de
Jean-Paul Sartre, una chica muy bonita, muy jovencita, actriz. Sartre escribió
para ella una pieza de teatro con el fin de lanzarla a la fama. Ella usaba como
nombre artístico el de Évelyne Rey y la obra se estrenó en el Théátre de la
Renaissance en 1959. La pieza no funcionó y ella terminó por suicidarse años
después. La obra era Le sequestres d'Altona. Después se hizo una película con Maximilian
Schell.
El caso es que a
través de Évelyne, Blanca conoció a Sartre y Simone de Beauvoir y se hicieron
muy amigos. Sobre todo con Simone de Beauvoir se veían mucho. Sartre y Beauvoir
eran los personajes de moda de la época, muy famosos e influyentes. Había una
especie de pugna muy de cara al público entre los existencialistas y en
particular con Albert Camus. Blanca se vinculó más a las ideas de izquierda en
ese momento y ese es otro de los motivos de los roces permanentes que hubo
entre nosotros. No militaba en ningún partido, pero era más activa
políticamente. Yo era un antiestalinista decidido. Cuando regresé a París me
juntaba más con gente del grupo surrealista. Seguía viéndome con Blanca, con
mis otros amigos, solo que ella iba con los existencialistas. No recuerdo bien
de qué vivía Blanca en ese tiempo; escribía para algunas revistas, entre ellas
El Mundo, que se ocupaba sobre todo de la vida social limeña. Ya no contaba con
la plata que yo recibía. No consiguió ningún trabajo en París. Eso era muy
difícil.
Blanca había tenido
un puesto en Lima en la Dirección de Informaciones del Ministerio del Interior.
Un hermano de Enrique Camino Brent era director —tal vez amigo de la mamá de
Blanca— y le dio ese trabajo. Posiblemente le dio una especie de
corresponsalía. Laura iba y venía de Roma, así es que yo pasaba mucho tiempo
solo en París. Veía a Blanca entre los otros amigos y a Pepa Benavides, que era
su íntima amiga y vivía en el mismo hotel que yo. Nunca rompimos de forma total
con Blanca. No hubo escenas de violencia o rencores que no superáramos o que
nos hicieran dejar de hablarnos. Pero Blanca sufría siempre, es verdad. Cuando
terminé con Laura regresé destrozado a París, volví a acercar a Blanca un tiempo
después. No fue fácil: ella estaba muy golpeada y tuve que empezar a seducirla
de nuevo. Seguramente tenía otros planes, quería quedarse en París, no sé. Traté
de convencerla de irnos a Florencia y lo conseguí. De todo esto me siento
culpable. No tuve muy cuenta sus planes. El intento rehacer nuestra vida
juntos, a postre, no resultó. Demasiados desencuentros. Y al final de ese
recorrido apareció Lila. Al principio Blanca y yo sabíamos, de alguna manera, q
nuestra alianza era profunda y la vez contemplábamos —al me-nos yo— la
posibilidad de vivir la vida a fondo, tomándonos ciertas libertades. Éramos
jóvenes. Y éramos muy conscientes de nuestra estrechez económica. Por eso tuvimos
claro que no íbamos a tener hijos y así fue hasta que volvimos juntos a Lima en
1955.
Durante, la infancia
de nuestros hijos la relación entre nosotros fue algo más armoniosa, sin llegar
a recuperarse del todo. Yo era muy inestable. Pero siempre volvía a ella,
almorzaba todos los miércoles en casa de Blanca, ya divorciados. Sentía que era
una compañía muy arraigada desde muy joven, casi como una tradición familiar.
Solo discrepábamos abiertamente en política, pero coincidíamos en nuestros pintores
favoritos, en literatura, en todo lo demás. A ella le gustaba la obra de
Tápies, la pintura de Bacon. A mí siempre me han gustado ambos, aunque Tápies
era bastante antipático.
En los poetas que
conocimos siempre me llamó la atención una cosa. César Vallejo es una de mis
fuentes y, sin embargo, la mayoría de los buenos poetas no lo consideraban
mucho. Qué raro, ¿no? A Octavio Paz, a Emilio Westphalen, a César Moro, a
"Pablo Neruda no les gustaba. Y en cambio Octavio, que detestaba la
posición política de Neruda, lo apreciaba mucho como poeta. Lo leíamos juntos a
veces. A Blanca le encantaba la poesía de Neruda, Vallejo menos, creo. Trabajó
con José Angel Valente en una anto-logía de la poesía en español titu-lada Las
ínsulas extrañas, que la dio a conocer en España.
Cuando me separé de
Blanca ya me había construido este estudio en Ugarte y Moscoso y vivía aquí,
pero iba a comer todos los días a casa de ella por estar con mis hijos. Como ya
he menciona-do, la muerte de Lorenzo destrozó a Blanca por completo, ya nunca
se recuperó. Y luego vino la enfermedad. Una obstrucción en la carótida
izquierda le paralizó medio cerebro. Pero parece que nuestro organismo es tan
sabio que cuando un problema como ese sucede, la carótida buena comienza a
trabajar por las dos, solo que el tiempo va haciendo más difícil la
circulación, el cerebro pierde irrigación y cada vez resulta más difícil
hablar. No llegó a darse mucha cuenta de lo que sucedió en los últimos años,
cuando llegó la culminación de su fama como poeta. El último reconocimiento del
que ella se dio plena cuenta fue el Premio Octavio Paz de Poesía, en México.
Cuando llegaron los otros grandes premios españoles, el Premio Reina Sofía y el
García Lorca, de Granada, Blanca ni siquiera pudo ir. Fue mi nieta Camila a
Madrid y mi hijo Vicente a Granada.
Mario quería mucho a
Blanca, a pesar de sus diferencias poli-ticas y de que ella nunca estuvo de
acuerdo con su candidatura a la presidencia. Blanca era muy amiga de Patricia.
Mario y Patricia habían decidido no bautizar a Morgana hasta que ella misma lo
quisiera. Cuando se decidió como con diez o doce años, Morgana le pidió a
Blanca que fuera la madri-na. Blanca y yo nos divorciamos oficialmente en 1986,
diez años antes de la muerte de Lorenzo. El marido de Lila murió ese año y yo
quería casarme con ella. Se lo debía a Lila porque se había hecho muy pública
nuestra relación. Y además yo quería sellar una unión formal y definitiva con
ella. Lo hicimos en diciembre de 1988.
Lila ha sido mi
compañera de estos últimos veintiocho años. Si he postergado hablar de ella es
porque me resulta difícil expresar lo que nos une. Me cuesta hablar de mis
sentimientos amorosos y al mismo tiempo quiero ser cuidadoso de no herir los
sentimientos de mi hijo, y de los hijos de ella. He intentado contar nuestra
historia en diversos borradores y no consigo extraer toda la verdad que quisiera;
me da cierto estúpido pudor. Lo intentaré de nuevo. Lila se llama Liliana
Yábar. Su padre tenía una casa de cambios en la esquina de Welsch, por el pasaje
Olaya y el jirón de La Unión. No lo conocí en esa época pero de jóvenes
pasábamos mucho por ahí. Yo había conocido a Lila de chico; ella no se
acordaba, pero yo sí. La hermana de mi amigo Pepe Sresciani, Chichi, era amiga
de la hermana menor de Lila. Los Brescia ni vivían al frente de mi casa. Una
vez llegaron las Yábar a recoger a Chichi para ir a la playa, y yo vi a Lila.
Me acuerdo que me pareció muy guapa. No la volví a ver más hasta mucho tiempo
después.
Cuando regresé de
Europa me encontré con que Mañé Checa estaba por casarse con Lila. Mañé y ella
tuvieron una hija, Liliana. Mañé era muy amigo mío. Coleccionista de pintura,
tenía muchos cuadros, algunos muy valiosos: varios Matta, varios Botero, un
magnífico Obregón, un pequeño pero muy lindo Lam, entre otros que formaban su
extensa colección. Tenía una hija de un matri-monio previo, María Luisa. Tras su
muerte fue inevitable desmembrar la colección y repartirla.
Blanca y yo los
frecuentába-os mucho porque Mañé era un viejo amigo y tanto él como Lila eran
muy acogedores y les gustaba recibir en su casa. Cuando venía alguien importante,
algún amigo mío, como Tom Messer, director del Guggenheim, yo lo llevaba a su
casa. Luego ellos se ofrecieron a alojar a Tom y Remy, su esposa.
En esos años me fui
obsesionando con Lila y ella conmigo. Nació un amor real que, como dos personas
maduras, supimos preservar y hacer crecer. Descubrimos al amarnos que una relación
puede crecer y perdurar solamente si ambos están dispuestos a enfrentar todo de
a dos. Hasta entonces yo todavía pensaba que la vieja frase con la que algún cínico
francés definió el amor —un qui souffre el un qui s'enmer-de— ("uno que
sufre y uno que se aburre") era el destino inevitable de la pareja. Ahora
creo que solo tiene sentido para las aventuras pasajeras.
Lila es una persona
muy dada a ayudar a los demás y eso a veces es un defecto. Se posterga a sí
misma por ocuparse de otros. Le interesa aprender cosas nuevas, es curiosa. Le
contagié mi admi-ración por Proust y se volvió una experta. La Asociación de
Amigos de Proust, de París, hace un concurso anual entre lectores del mundo
entero. Hay que enviar un texto sobre el escritor y ella mandó uno y ganó un
premio. La invitaron a París, conoció a los descendientes de Proust, la casa del
lugar literario de Combray que es la villa de Illiers, donde él pasó las
vacaciones de su niñez. No me enseñó el texto, hasta ahora no lo he leído. Le
da un poco de vergüenza.
Me enamoré de ella.
Nos enamoramos. Me cuesta hablar de ello, precisar acontecimientos. Mañé
enfermó, murió. A los dos años nos casamos. Yo tenía sesenta y tres años y me
sentía preparado para realizar el sueño de la presencia total del otro. Si,
habría mucho más que añadir. Momentos emocionantes, años de obsesión, de encuentros
clandestinos. De pasión y profundidad. He sido minucioso en este relato con episodios
quizá insignificantes por el hecho de ser simplemente buenas historias o
anécdotas que recordar. Pero al llegar a esta parte tan importante de mi vida
me trabo. Enmudezco. Me van a disculpar.
Podría decir que solo
me he enamorado tres veces. Blanca, mi primer amor real. Éramos unos niños que
no supimos aprovechar lo que tuvimos y dejamos que la vida lo estropeara.
"Laura", con quien conocí una pasión amorosa que nunca había
conocido. Estuve profundamente enamorado, a pesar de que su excusa, banal, para
terminar conmigo era "religiosa", como si hubiera algo más sagrado
que el amor. Creo que se aventuró en cosas inusitadas para ella, pero sus
prejuicios le impidieron aceptar que estaba enamorada y menos percibirlo con
toda su grandeza.
Y Lila, con quien
descubrí el verdadero amor, arrebatado, tranquilo, profundo, salvaje, sin
límites en ningún sentido. Sabiendo cada uno de los dos que era para siempre,
inconmovible e indestructible porque simultáneamente era frágil y sensible a cualquier
cambio de temperatura. Moriremos enamorados.
Me molesta mucho
haber hecho sufrir a Blanca. Y que Laura me haya hecho sufrir a mí. Hay
personas que has querido, que han sido tu pareja y después te has dado cuenta
de que no te da-ban todo lo que querías. Lila sí me lo da.
Nunca he sido muy
sociable, no tenía ni el dinero ni las relaciones. He conocido tanta gente
inte-resante seguramente por mi amor a la literatura. Luego, cuando ya empecé a
tener fama como pintor, sí conocí a mucha más gente, pero solo como relaciones
sociales. L
o que sí es cierto es
que desde muy joven las mujeres han esta-o en el centro de mi interés. El
carácter hace mucho. Una persona tímida está muy vigilante de lo que pasa a su
alrededor; precisamente porque no se siente cómodo, le resulta difícil participar.
Pienso que es típico de la clase media interesarse y procurar ser más. Más
astuto, más lúcido. Cuando te cuesta trabajo surgir, sea por falta de dinero,
de experiencia, falta de presencia, todo eso te crea un mundo muy sutil,
complicado, que te desarrolla mucho. Aprendes a que las cosas no se te escapen.
La timidez, la falta
de seguridad en mí mismo han hecho que muchas veces crea que no soy capaz de
alcanzar a alguien. Y ese reto, curiosamente, ha aumentado mi deseo. La verdad
es que no sé si comprendo a las mujeres, a la mujer. No he tenido amigas,
verdaderas amigas. Mis mejores amigos han sido hombres.
Quizá lo que me
incitan las mujeres es el instinto de cazador, el juego de la seducción. No he
sido capaz de negarme la mayor parte de las ocasiones, por no decir nunca. No
sé cómo, pese a mi inseguridad, he tenido relaciones tan fuertes con mujeres.
Puede que hayan sido mis años de madurez, como artista y como hombre. He tenido
suerte.» ■
PUBLICADO EN LA
REVISTA HILDEBRANDT EN SUS TRECE DEL 20 DE OCTUBRE DEL 2017